Capítulo 2

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Asintió con la cabeza, se ruborizó y sonrió tímidamente. Se dirigieron a la enorme recámara. Estaba lujosamente amueblada y llena de regalos. Una vez que la puerta se cerró con llave, Eric rodeó a su esposa con los brazos para darle un apasionado beso. Ella respondió expertamente, con labios suaves y cálidos con sabor a vino, lanzando su lengua como un pequeño pez entre los bancos de coral de sus dientes. Ariel pudo darse cuenta inmediatamente de que Eric nunca había sido besado por una sirena antes. Sus ojos se abrieron de par en par, y luego se cerraron en éxtasis. Dejó que sus manos se movieran como si fueran algas a los lados de su cara, acariciando la línea que dibujaba su fuerte mandíbula y pasando sus dedos entre sus cabellos. Cuando lo soltó, él parpadeó y luego sonrió.

-No me habías besado así antes.
Ella bajó la cabeza y lo miró bajo unas largas y sedosas pestañas.
-Antes no eras mi esposo.
-Si hubiera sabido que sería así, me habría casado contigo el día que te encontré en esa roca, envuelta en lona.
Ella se rio y lo besó de nuevo. Esta vez, él deslizó sus manos por la tela brocada de su corpiño hasta llegar al busto.
-¿Todavía usas el brasier de conchas? -murmuró aún posado en sus labios.
-La modista no me lo hubiera permitido -dijo mientras arqueaba un poco la espalda, acercando los pechos hacia él-. La verdad, esto es muy incómodo.
La sonrisa de Eric se amplió.
-¿Por qué no te lo quitas?
-Mejor quítamelo tú.
Ella pasó su cabello por encima de un hombro y le dio la espalda. Él empezó a desabrochar el vestido, con sus dedos torpes en los diminutos botones de perlas.
-¡Maldita sea! ¿Cuántos hay?
-Cincuenta -dijo ella, frunciendo el ceño-. Y quinientos en la falda. Han muerto muchas ostras para hacer este vestido, que me pondré sólo una vez.
-No pienses en eso -dijo él, acariciando la piel de su espalda, blanca como la leche-. Piensa en ti y en mí y en lo felices que seremos.
-Mm -suspiró Ariel.
Él abrió a tientas otros botones, luego masculló una lisura y tiró de los lados. El vestido se rompió, a la vez que las perlas repiqueteaban rápidamente sobre el suelo de madera.
-¡Eric! -jadeó, fingiendo estar en shock.
Se encogió de hombros para sacarse el vestido, amando la sensación de la brisa marina en su piel. Estaba completamente desnuda bajo el camisón. La modista le había sugerido una ropa interior más elaborada, pero Ariel no quería sentirse atrapada. No había necesidad de levantar sus pechos. Sus piernas eran largas y suaves, completamente libres de cicatrices y manchas. Su cintura, bastante estrecha; sus caderas, dulcemente acampanadas; su trasero, firme y bonito, con un hoyuelo a la izquierda. Había pasado muchas horas estudiando de forma subrepticia a las mujeres humanas, y sabía que la forma de su propio cuerpo era bastante atractiva. La reacción de Eric lo confirmó. La admiraba mientras posaba orgullosa, girando de un lado a otro.
-Tenía miedo de que fueras tímida -dijo, riéndose un poco de su propia tontería.
Se quitó la camisa mientras ella lo miraba atentamente. Cuando ella lo salvó de ahogarse, su camisa estaba hecha jirones, y en ese momento pensó que había algo extraño en su pecho. Ahora que al fin estaba al descubierto, vio que tenía razón. Había un mechón de vello corto y rizado en el centro, que se extendía en forma de abanico entre sus tetillas.
-Tienes cabellos aquí -dijo, tocándolo-. ¡Qué divertido!
Una estrecha línea de aquel vello bajaba hasta su cintura. Ella fue trazando el camino, sintiendo los músculos del abdomen de su esposo temblar bajo las yemas de sus dedos.
-Tienes vello en otro sitio -dijo él, bajando la mirada audazmente.
-Bueno, sí, ahí, por alguna razón -ella se encogió de hombros-. Fue así cuando me convertí en humana. ¿Tienes vello ahí, tan abajo? -él asintió con la cabeza.
-Eso y más.
-¡Muéstrame! Toda esta ropa es tan incómoda.
Eric se sentó en el borde de la cama. Ariel se sentó a su lado, mirando cómo se quitaba las botas. Al ver sus pies le dio ganas de reírse. Los pies le parecían tontos, incluso los de ella misma. No es de extrañar que los humanos usaran zapatos siempre. Descalzo, Eric se paró y se quitó los ajustados pantalones. Ella vio que incluso sus piernas tenían vello. Al quedar completamente desnudo, Ariel quedó boquiabierta. Había algo extraño entre sus piernas, una pálida columna de carne que sobresalía de una mata rizada de pelo negro, y una bolsa arrugada que colgaba por debajo. Ella disimuló su sorpresa antes de que él la viera, no quería que pensara que era una ignorante. Ya había tenido suficiente de eso, cuando usó un tenedor para peinarse o pensaba que la pipa de Grimsby era un instrumento musical. Seguramente lo que fuera esa cosa pertenecía allí, y ella no iba a actuar como una tonta. Excepto por el vello, era tan guapo como cualquier tritón* de cintura para arriba. Sus muchas hermanas estaban celosas. Todas eran mayores y remilgadas, y aunque tenían filas de pretendientes por ser princesas, ninguna había encontrado el verdadero amor.
-¿Y bien? -preguntó él, volviéndose, como Ariel había hecho antes-. ¿Qué te parece?
-La estatua que encontré no te hizo justicia -ella extendió sus brazos-. Ven y abrázame. Quiero sentir tu piel junto a la mía.
- ¡No, no eres tímida en absoluto! -se dejó caer sobre la cama y la empujó junto a él. Rodaron sobre pieles y almohadas de satén, riendo, besándose.

*tritón = sireno, sirena macho? jsjsjdj en fin creo que se entiende

La noche de bodas de Ariel y EricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora