Las ganadoras no tienen miedo de perder...

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Las sombras de la noche caen sobre las calles, como torres de oscuridad que se inclinan hacia los espacios abiertos, buscando reemplazar la luz proyectada por las parpadeantes farolas. La lluvia azota afuera haciendo que las gotas se precipiten lateralmente a lo largo del cristal de la ventanilla del autobús mientras éste atraviesa el tráfico nocturno.

Pero Zoë Hange no siente que tenga que ir a ningún sitio. Desde hace cinco minutos, Hange no cree que tenga que ir a ningún sitio. Es una hoja en el viento, expulsada de su hogar y dejada a la deriva hasta su muerte.

¿Qué se supone que debo hacer ahora?, se pregunta. Pero, por desgracia, no tiene respuestas.

Claro, tiene que trabajar dentro de dos horas, y luego tiene que hacer un turno de madrugada en la cafetería de veinticuatro horas, y después de dormir sólo unas horas, tiene clase en la universidad que apenas puede pagar. Pero, ¿luego qué? Volver a repetir la rutina, sin esperanza de progresar.

"¿Cuánto tiempo le queda?" susurra, mirando fijamente a su madre moribunda, intentando contener las lágrimas que brotan con toda su fuerza.

"En cualquier momento," informa el médico. "Lo siento, señorita Hange."

El sonido de las máquinas es ensordecedor en sus oídos zumbados. Todo se derrumba y ella no puede hacer nada. Está leyendo un libro cuando nota que su madre se mueve.

Hange le ofrece una sonrisa. Una sonrisa que esconde la dolorosa verdad de su inminente destino.

Fue una infancia dura. Tras el abandono del padre de Hange, su madre cuidó de ella lo mejor que pudo. Aceptando cualquier trabajo para poder alimentar a la niña. Nunca tuvo tiempo para revisiones, nunca tuvo tiempo para ser otra cosa que una madre. Hasta que fue demasiado tarde.

"¿Necesitas algo?" pregunta Hange, dejando su libro a un lado.

"¿Qué tal la clase?"

"Increíble, es química. Sabes que me encanta."

Ella echa un vistazo al exterior; y ve las coloridas hojas haciendo piruetas en el aire, como bailarinas en el escenario y unas gotas empiezan a posarse en la ventana.

Hablan de química y de algún programa de televisión hasta que la tos les alcanza. Es doloroso verla así, pero más doloroso es saber que no puede hacer nada para evitarlo.

"Mi dulce niña salvaje... te quiero," respira, antes de volver a toser. Hay unos minutos de silencio, en los que Hange la hace callar como mecanismo de consuelo. Su madre abre lentamente los ojos para añadir: "Tienes que vivir, Zoë."

"Mamá... mamá, nunca me llamas Zoë," tararea Hange, peinando el pelo de su madre con sus manos frías, dedicándole una sonrisa. Intenta mantener la compostura porque sabe; sabe que esta será la última vez que hablen. ¿Está preparada para despedirse? En absoluto.

"Mi vida..." Hange observa cómo parece que cada palabra que dice son como dardos lanzados a una diana. "Vive", dice, dando su último aliento.

El cielo suelta sus gotas de agua y Hange también.

Otra decepción, otro desengaño, otro puñetazo en las tripas.

Después de todo ese trabajo, todas esas horas de estudio en el minúsculo dormitorio, no va a poder pagarlo el año que viene. No hay tiempo suficiente en el día para otro trabajo, y ahora su última esperanza, una beca que sabía que merecía, se ha caído.

Lamentamos informarle de que su solicitud para la beca ha sido denegada. Se revisaron todos los casos y, aunque todos eran merecedores, el premio se ha concedido a otro solicitante. Le rogamos que considere la posibilidad de volver a solicitarla el año que viene.

Gloria SupremaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora