Capítulo 3

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A UN LUGAR MEJOR

(Cuatro días antes del reality)

Llegaron al día siguiente. Justo como lo habían informado el día anterior.

Sahara estaba en la cocina con una taza de café humeándole en la cara cuando oyó el motor estacionándose en su casa. Tenían que ser ellos, ¿quién más acudiría tan temprano a su casa?

Practicó muchas veces el momento en su mente, ese donde llegaran a buscarla y llevársela. Recreó las escenas donde gritaba y forcejeaba contra ellos, otra donde lloraba desconsoladamente y quién sabe, también se desmayara.

Algo caótico, algo dramático y doloroso...

No sintió ninguna de esas cosas.

Bajó la taza tranquilamente y miró al frente, al otro extremo de la masa donde los niños comian para ir a la escuela.

Bien, esta era su despedida.

Su madre por otro lado estaba más exaltada. Se limpiaba las manos una y otra vez del delantal, mirando de aquí para allá.

―Uy, ¿será qué...?

―¿Abres o esperas a que toquen...? ―terminaba por decir su padre.

Entonces tocaron.

Los tres hermanitos de Sahara la miraron, y desde su punto de vista parecían más preocupados que emocionados.

Su abuela seguía comiendo como quien no quiere la cosa.

Sahara notó que ahora su madre la miraba.

Suspiró.

Bien, iría ella misma a abrirle la puerte a quienes la llevarían a su muerte.

Les ofreció una sonrisa a sus hermanos y fue a recibir a sus escoltas.

Sahara también pensó mucho en el aspecto que tendrían los hombres que se la llevarían; hombres altos de sendas espaldas anchas y un rostro de piedra, con la estructura de un roble, quizá vestidos en traje negro y quizá con oscuras gafas de sol...

Lo que tenía en frente no era para nada así.

Eran tres hombres, dos posicionados delante y uno más bajito atrás, justo debajo de la farola del porche, eran menudos y parecian más bien ordinarios, no como personas a punto de llevarla a un matadero. Estaban vestidos con chemises de lana gris y sus cabezas estaban abrazadas por gorras del mismo color.

Hasta donde Sahara tenía entendido, ellos debían infundirle miedo por si se le ocurría ponerse difícil. Pero...

Uno de los dos que estaba en frente, moreno y con barba de, puede, cuatro días, llevaba gafas culo de botella y un sujetapapeles que parecía enfurruñado.

Con un movimiento experto extrajo un bolígrafo del bolsillo de la chemise a la altura del pectoral y miró a Sahara quedamente.

―¿Es usted Sahara Poligrande?

―Eh... sí.

Bueno, parecían plomeros.

Sahara parpadeó, espabilándose.

Los plomeros la habían distraído.

―¿Quieren pasar mientras...? ―empezó a decir ella.

―No, gracias. Sólo vinimos a buscarla para proceder a llevarla a las instalaciones de la empresa de la Mansión Bender. Como participante debe estar allí hoy mismo. ―Le indicó Plomero de Lentes.

―Ah, bien, entonces... ―Sahara dio un ademán de media vuelta para volver al interior de la casa, que, por mucho que le doliera admitir, ya no le resultaba tan seguro―. Iré a empecar mis cosas, será rápido...

Mansión BenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora