Uno

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     La alarma suena en un tono bajito a mi lado, sobre la mesita de noche, y yo alargo un poco el brazo para acallarla. Me levanto despacio de la cama, con cuidado de no despertar a Oliver, que duerme tranquilamente a mi lado, apresando mi brazo y a su conejo de peluche.
     Una vez fuera de la cama, me aseo y me visto lo más cómodamente posible, pues hoy me toca deportes en el instituto. (Aunque siempre visto con ropa cómoda, para moverme mejor, pues lo hago constantemente a lo largo de mi día a día.) Una sudadera gris enorme y unas mayas negras. Recojo mi pelo en una coleta alta, dejándola caer por debajo de mis hombros. Tal vez debq cortarlo un poco, ya está muy largo.
     Bajo rápidamente las escaleras, llegando hasta la cocina. Preparo la cafetera y la pongo en la vitrocerámica. Luego preparo un cuenco de cereales y lo pongo sobre la barra. Me acerco al gabinete para sacar el pan, observando que solo hay un trozo. Lo tomo y preparo un bocadillo de tortilla francesa, que hice anoche previamente, y lo envuelvo en papel de plata. Aparto el café y subo de nuevo las escaleras a toda prisa.

     Me acerco a la habitación de mi madre y entro sin tocar, despacio, solo para cerciorarme de que sigue dormida. Corro las cortinas y me acerco a la cama, destapandola y ayudándola a incorporarse.
     —Vamos mamá, es hora de desayunar. —le digo mientras le ayudo a bajar de la cama.
     Baja conmigo hasta la cocina, dónde la ayudo a sentarse en la barra antes de servirle una taza de café.
     —Venga mamá, intenta tomarla, ¿de acuerdo? —ella no dice nada. No habla.
     Corro de nuevo hacia mí habitación, sacando una sudadera y un pantalón deportivo. Luego me acerco a la ventana para correr las cortinas y después acercarme a la cama, dónde Oliver se ha espatarrado a su gusto.
     Aparto el pelo de su cara y lo muevo suavemente.
     —Oli~ —canturreo con cariño. —Arriba campeón, que ya es viernes.
     Abre los ojos poco a poco, perezosamente, intentando atenuar sus pupilas a la luz de la mañana. Abre los brazos, rogando por un abrazo. Yo solo puedo acercarme y achucharlo como nunca. Él se ríe vagamente mientras quito su camiseta al separarme del abrazo.
     —Vamos, es tarde y todavía no estás vestido. —le digo mientras le ayudo a vestirse con la ropa previamente sacada del armario. Dejo que se ponga los calcetines solo mientras peino un poco su pelo, que también está algo largo. Ya le cubre las orejas.
     Cuando ya está listo, toma mi mano y su peluche.
     —¿Lo llevarás hoy?
     Él asiente, por lo que no objeto nada más y bajamos a la cocina. Lo primero que hace Oliver es soltar mi mano y acercarse a mamá para darle un beso en la mejilla. Ella ni se inmuta, mientras que a Oli no parece importarle a la par que se sienta en la barra junto a ella y empieza a comer sus cereales.
     Suspiro. Tomo una manzana y la meto en mi mochila. Luego meto el bocadillo en la de Oliver.
     Me acerco a mamá, viendo su café intacto. Le ayudo a tomarse el café para después acompañarla al sofá, dónde la acomodo y le pongo el canal de conina que tanto le gusta, o le gustaba. Me siento en el brazo del sofá y meto las manos en el bolsillo de la sudadera, observando comer a Oliver, que lo hace torpemente mientras abraza a su conejito. Él solo está ahí, siempre feliz, no es consciente de nada más, y lo agradezco eternamente.
     Miro el reloj en mi muñeca y decido que es hora de irnos. Saco del zapatero de la entrada mis Nike blancos y los de Oliver. Me acerco a la barra y le acaricio la cabeza. Él se acurruca más en mi mano ante el tacto.
     —¿Nos vamos? —le propongo y me responde con una sonrisa. Se pone los zapatos y toma su mochila, acercándose a mí para que le ate los cordones.
     —Muy bien, dile adiós a mamá. —le digo, y le sobra tiempo para ir y plantarle un suave beso en la mejilla.
Luego vuelve a tomar mi mano y salimos de casa.

     El camino al instituto es tranquilo. Oliver camina a mi lado agitando nuestras manos, feliz. Yo observo el las nubes en el cielo nublado, y agradezco llevar un paraguas  grande conmigo. Siempre precavida.
     Cuando llegamos caminamos por el angosto pasillo lleno de adolescentes, en busca de nuestras aulas.
     El grupo de Roger pasa por nuestro lado, chocando con Oliver apropósito.
     —Uy, perdona. Pero creo que a la guardería de retrasados no se va por aquí, idiota.
     Suelta con odio mientras sigue su camino con sus amigos. Yo no me lo pienso mucho cuando salgo detrás de él, y con el asa del paraguas en sus pies lo hago caer. Todos miran el numerito, como siempre.
     Él se levanta y se acerca a mí peligrosamente, intentando intimidarme con la mirada.
     —¿Qué? --le pregunto cruzándome de brazos.
     —¿Eres imbécil, o es que estás buscando que te muela a golpes, niñera de cuarta?
     Escupe con superioridad. Agarro bien el paraguas y le doy un buen golpe que él no tiene tiempo de esquivar.
     —Eres un gilipollas integral, aunque creo que te lo recuerdan a menudo. —él se soba la cabeza y me mira enfurecido. Yo me acerco más a él y coloco el paraguas bajo su barbilla, amenazándole. —Te lo advierto, Roger, no me jodas. Es viernes y no estoy de humor, imbécil.
     Él no dice más. Yo vuelvo junto a Oli, que aprieta a su conejo entre sus brazos. Lo abrazo levemente mientras le sonrío.
     —Vamos.
Y nos marchamos dejando a un enfadado Roger en medio pasillo.

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