Dos

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     La tenue luz en la habitación me despierta de mi corto sueño, y sin poder dormir más, decido levantarme de una vez por todas. Separo a Oliver de mí como puedo, y cuando me libero de sus brazos, coloco a su conejo entre estos y lo arropo bien, dejando un beso en su frente.
     Apago el despertador para no perturbar su sueño y me visto. Un pantalón de chándal holgado gris y una sudadera de Atlanta también holgada. Esta última es de Oliver, por lo que me queda más grande. Cepillo mi pelo y lo recojo en una cola alta antes de bajar la persiana al tope, dando la sensación de que no ha amanecido aún. Luego bajo a la cocina.
     Tomo el dinero que preparé ayer y lo cuento de nuevo; ciento cuarenta dólares justos. Me pongo mis Nike blancas y tomo las llaves antes de salir de casa, cerrando con llave.

     Camino en silencio, tranquila, con las manos en los bolsillos de la sudadera, intentando calentarme un poco. No recordaba que en las mañanas refrescara tanto. Quizás por esa razón nadie circula por las calles ahora. O también podría ser que es muy temprano y es sábado. Quién sabe.
     Cruzo la calle a mi antojo, sin usar los pasos de peatones, pues ni siquiera circulan coches ahora mismo. Puedo ver el supermercado a lo lejos, así que acelero el paso, pero de la nada aparecen dos chicos frente a mí, casi haciéndome chocar con ellos por la abrupta aparición. Miro el callejón a mi lado (de donde han salido) y luego vuelvo la vista a ellos. Me sacan casi una cabeza y sus caras dan miedo. No están muy felices que se diga.
     —¿A dónde tan temprano, muñeca?
     Pregunta uno de ellos acercándose más a mí. Yo retrocedo.
     —Dime, ¿tienes prisa? Podemos conocernos, ¿no crees?
     Me dice, tomándome del brazo.
     —Gritaré.
     La voz me sale a susurros, pero ellos logran oírme.
     —No lo harás, muñeca. Créeme.
     Dice el otro chico, mientras que el que me toma del brazo me sorprende tapando mi boca y apresando mi torso. Me resisto, pero son claramente más fuertes que una delgada y debilucha como yo. Me meten al callejón y me pegan a la pared con fuerza, presionando mi boca fuertemente. Le araño el brazo, pero aún así, no me suelta.
     —Quítale lo que tenga. Todo sirve.
     Demanda, y el otro acata la orden, tanteando mis bolsillos. Yo, sacando algo de fuerza, le doy una patada en la entrepierna. Se aleja adolorido, pero el que me sujeta me da un fuerte puñetazo en el estómago que me deja sin aire, cayendo al suelo de rodillas, aguantándome la zona afectada. Se me saltan las lágrimas y toso, intentando recuperar el aire perdido.
     Al final, me quitan el dinero y, para mi suerte, no llevo nada más.
     —¡Hey!
     Escucho a alguien gritar desde fuera del callejón. No puedo levantar la cabeza aún por el dolor, pero escucho los pasos acelerados de los dos que me han asaltado. Huyen
     —¡Ohana! —distingo la voz de Roger— ¿Estás bien?
     Él se arrodilla junto a mí y me ayuda a incorporarme.
     —Si... —respondo entre lágrimas— Pero se han llevado mi dinero.
     Me llevo las manos a la cara, escondiendo mis lágrimas. Roger me toma del brazo, ayudándome a levantarme y guiándome fuera del callejón.
     —Está bien... Ya ha pasado. Lo importante es que estás bien... Tranquila.
     Roger intenta calmarme, pero una vez que empiezo a llorar, no puedo parar fácilmente.
     —¿Necesitas un abrazo?
     Pregunta bajito, y yo, como en automático, asiento, escondiéndome en su pecho cuando me invita a meterme entre sus brazos. He pasado miedo y ahora me carcome la impotencia por no poder hacer nada. No sé qué pondré hoy de desayunar para Oliver si ni siquiera hay leche. Me ahogo en mis lagrimas mientras me aferro más a Roger. Él hace lo mismo, atrayéndome con fuerza a su pecho, casi acallando mis sollozos.
     Después de unos minutos me separo de él, ya casi completamente calmada. Limpio mi rostro con los puños de la sudadera bajo la mirada de Roger. Sorbo mi nariz mientras le miro.
     —Sigues siendo...
     —Un gilipollas integral. Estoy al tanto, sí.
     Él sonríe algo avergonzado, rascando su nuca. Yo sonrío junto a él. Me fijo más en su apariencia de hoy; no lleva el pelo hacia atrás en un tupé como acostumbra llevarlo, sino que lo lleva peinado hacia abajo, casi tapándole los ojos al completo. No lleva sus típicos vaqueros y chaqueta de cuero, en cambio lleva un pantalón de chándal negro y una sudadera verde y amarilla. Así no parece taaaan gilipollas. Solo un poco.
     —¿Qué haces aquí un sábado a las siete de la mañana?
     Me pregunta cruzándose de brazos.
     —¿Qué haces tú aquí un sábado a las siete de la mañana?
     Imitó su postura, haciéndole sonreír.
    —Yo he salido a correr.
    Dice bajando sus brazos.
    —Yo he venido a comprar.
    Bajo mis brazos, jugando con mis manos, incómoda mientras recuerdo mi situación.
    —Aunque supongo que me vuelvo sin nada a casa...
    Sonrío levemente, incómoda, mientras se me empañan los ojos nuevamente. Roger se acerca un poco más a mí, poniendo las manos en mis hombros, zarandeándome con cuidado.
    —¡Oye! ¡No llores de nuevo!
    Me grita en la cara, preocupado. Le miro confundida, sintiendo algo de gracia por su reacción. Se separa lentamente, nervioso de repente.
    —Quiero decir, el dinero no es problema. Si quieres te acompaño y te pago todo lo que necesites comprar. No te preocupes.
    —No quiero estar en deuda contigo, gracias. Ya tengo suficiente como para también tener que deberte dinero.
    Le hago saber, sintiendo algo de vergüenza sinceramente.
    —Bueno... —empieza, pensativo, colocando una mano en su cintura y la otra en su mentón— Técnicamente, yo soy el que está en deuda contigo. Solo estaría saldando una muy pequeña parte de esta.
    Le miro sonriendo socarronamente. Pongo ambas manos en la cintura.
     —Y... ¿por qué estas en deuda conmigo? Si se puede saber, claro.
     —¿Pues porque llevo más de cuatro años siendo un gilipollas integral que ha estado molestando a un chico con un trauma infantil sin saberlo y a su hermana?
     Pregunta retóricamente, y sin poder evitarlo, me sonrojo ante mis palabras en su boca. Bajo los brazos y ocupó mis bolsillos.
     —Vamos, prometo que no muerdo.
     Me dice burlón, invitándome a caminar hacia el supermercado. Yo me lo pienso por unos minutos antes de seguirle. La situación es vergonzosa y me sentiré en deuda con él, pero puedo aguantarlo si eso significa que Oliver tendrá comida en la mesa durante un tiempo más.

OHANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora