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Te levantas de la cama y caminas solo tres pasos antes de caer al suelo. Casi como si te desvanecieras.

Yo me levanto, algo alterado, y me arrodillo para ayudarte.

- Serás torpe. — Te digo, frunciendo el ceño.

¿Qué ha sido eso?

Me apartas como si mi tacto quemara, y, sin siquiera mirarme, recoges toda tu ropa para empezar α vestirte.

Y yo me siento francamente insultado.

Louis, el juego ya ha terminado.

Ruedo los ojos y empiezo α vestirme también. Siento que la rabia se va acumulando en mi cuerpo α medida que este se va cubriendo.

No me gusta que me ignoren.

No puedo soportarlo más y te cojo del rostro.

- Mírame. — Ordeno.

Lo haces, sí, pero esos pedazos de cristales no son el cielo al que estoy acostumbrado.

- Quiero irme. — Dices.

Estoy confundido, pero creo entenderlo.

- Te llevo α casa, recoges tus cosas y nos vamos — Te espeto. Ahora mismo me estás empezando α molestar, y no quiero exaltarme contigo. Es lo último que quiero. Lo que deseo es que haya comunicación en nuestra relación. Presencié como la falta de ella acabó con la de mis padres, y me niego a convertirme en él. Pero eso no lo vas a saber, porque, sinceramente, me aterra llorar como una mariquita delante de ti. Soy tu hombre fuerte, el que te va a cuidar toda tu vida. —. Y luego vamos α hablar de tu puto comportamiento. — Finalizo, cogiendo las llaves.

Me sigues al exterior en silencio.

Sonreiría y me sentiría orgulloso al verte caminar con tanta dificultad α causa de nuestro apasionado encuentro, pero no estoy de humor.

Entras al coche y, simplemente, cierras los ojos.

Un suave mechón cae encima de tu aterciopelada frente.

Resisto el impulso meloso de retirártelo y, apretando con fuerza la mandíbula, enciendo el coche.

Recorremos el mismo camino que hicimos para llegar α nuestro nido y, antes de que el sol se ponga, llegamos α tu casa.

Siempre que aparco delante de ella pienso en cuan pequeña es esta, y más compartiéndola con tus cinco hermanas y tus padres. Pero observo por la ventana de tu habitación como, al igual que en el instituto, solo permaneces con una estúpida mueca de felicidad.

Esa que yo, viviendo en una casa de 2.000 metros cuadrados, no puedo imitar.

Pero va α ser distinto.

Estamos α un paso de rozar el cielo.

Estás observando tu casa, no te mueves.

Tus manos se cierran en puños con brusquedad.

Me atrevo y planto la mía encima de las tuyas. Están algo frías, así que, aunque me parezca una mamonada, siento la necesidad de acunarlas para traspasarles mi calor.

Solo contigo siento esa calidez perteneciente α la de un ser vivo, y no sabes cuanto quiero agradecértelo, pero no me salen las palabras.

Nunca voy α tener el suficiente vocabulario para decirte lo mucho que me has salvado, aunque me hayas jodido la vida.

Como veo que no haces nada, me inclino para abrirte la puerta.

- Espero que lo tengas todo antes de que vuelva. — Menciono.

Y cuando digo eso, parece que al fin reaccionas y te das cuenta de que tienes que bajar. Para tener un nivel académico tan alto, pareces imbecil. Sales del veículo de un salto sin desatarte el cinturón porque, simplemente, no te lo habías puesto.

Veo como caminas por la yerba del jardín de tu casa y cierro la puerta.

Seguidamente echo la cabeza hacia atrás, enterrándola en el respaldo del asiento, y exhalo todo el aire que no sabía que estaba reteniendo.

Mis pensamientos rapidamente vuelan α mi regreso α casa, y una sensación dolorosa se instala en mi pecho.

Pienso en que solo va α ser subir, coger la maleta que ha estado acaparando polvo bajo mi cama desde hace dos semanas, e irme para siempre con Louis.

Louis.

Tu nombre provoca una reacción agridulce en mi cerebro.

¿Es posible amar y odiar α una misma persona?

No lo creo.

Lo dudo porque no te odio, solo detesto que hayas sacado algo tan oscuro y asqueroso de dentro de mí.

Siempre he tratado de enterrar en lo màs hondo de mi ser la sexualidad, porque era un tema que nunca me ha gustado tocar, y mucho menos pensar en él.

Aborrezco el término, pero trato de encontrarle el nombre más frívolo y científico que puedo.

El camino α casa se me hace corto, como siempre. También me parecen unos dos segundos el trayecto del garaje al segundo piso, pero todo el tiempo se ralentiza cuando paso por delante de la puerta de la habitación de mi padre.

Aguanto el aire como lo he hecho desde que tengo uso de razón y camino de puntillas, tratando de no hacer silencio y molestarle.

Me lo sé casi de memoria.

Un paso en falso y el gruñido de la madera bajo mi peso puede desencadenar el infierno, pero hoy necesito disponer de mucho tiempo para tenerlo todo en orden.

Cuando llego α mi cuarto no puedo evitar pensar en ti, para variar.

Me pregunto si le habrás mencionado esto α alguna de tus hermanas, y rezo mentalmente para que no sea así.

Me divierte pensar que solo tú y yo sabemos lo que hay entre nosotros, ¿Α ti no?

Imagino que no te molesta hablar con total libertad de lo mucho que te gusta chupar pollas, pero ya sabes que para mi esto es nuevo.

No es tan fácil bajo mi piel.

Sé que no debe suponerte ningún problema, ya que sabes y te encuentras dentro de todo este mundo, pero me gustaría saber si sabes siquiera lo que se siente desde fuera.

Por descontado, hace unos meses, yo no lo sabía, pero ahora sé perfectamente lo que se siente al enamorarse desde fuera.

Aquí nada nunca es tan fácil.

Pero vale la pena.

Nuestro amor lo vale, Louis.

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