ella.

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enero veintitrés.
último semestre en la prestigiosa universidad de artes visuales de tokio.
primera clase, siete de la mañana.
no parece ser tan temprano cuando el azabache llevaba toda la madrugada sin dormitar a causa del insomnio, mismo que había coloreado pequeñas bolsas violetas debajo de sus ojos.

el café que lleva en su diestra humea tanto como su boca al soltar en pequeñas cantidades el vaho, caminando con la rapidez que sus entumecidas piernas le permitan, dejando en segundo plano las pequeñas gotitas de la brisa que caen en su tosca chaqueta negra cuando llega a su destino.

el aula corresponde a las primeras dos horas clase de laboratorio de dibujo, sin duda, la materia favorita del azabache que ahora se cierne por completo en el banco de madera, ubicado en la última fila y sección del salón, para dar un pequeño sorbo al café que quema su lengua, alejando el contenedor de cartón con rapidez de su boca al sentir el ardor y punzación en la punta del músculo, haciéndole fruncir el ceño en una pequeña, casi invisible, mueca que fue desapercibida por el resto de los pocos que estaban ahí.
juntando las palmas de sus heladas y entumecidas manos comienza a crear fricción para así darle paso a una nula calidez que para el ojiazul no fue suficiente, ayudándose de su aliento que le brindó un poco más de lo que buscaba.

pasados los minutos, pudo tomar algo de la mitad del líquido caliente, contagiando su estómago de una bienvenida calidez.
el ambiente se volvió más acogedor al estar presente la mayoría, por no decir toda, de la alumnada en el pequeño pero espacioso salón de clases, cerrando así la puerta del mismo para evitar que el frío se siguiese colando por los huesos de cada individuo presente hasta hacerles sentir un titiriteo en sus labios provocando el constante choque de sus dentaduras.

perdido en sí mismo, el azabache apoyó su barbilla en el dorso de su mano, dándole paso a pensamientos o situaciones en su mente que parecían un algoritmo prediseñado.
la puerta metálica fue abierta una vez más, dando paso a una mujer azabache de no más de 30 años quien dirigía su mirada al interior del aula mientras cerraba el paraguas, dejándolo en una esquina del salón donde había algunos más.
misma mujer que tenía una chispa elegante propia de ella, sintiéndose aliviada de no haber llegado tan tarde a causa de la ventisca y fuerte llovizna.
caminó con lentitud dejando pequeñas huellas con un leve, casi nulo, rastro de lodo hayándose culpables aquellos botines negros de cuero y húmedos a causa del aguacero que continuaba resonando en cada oído presente, sus ceñidos pantalones negros rozaban entre sí por el choque de sus gruesos muslos, con aquella chaqueta estilo animal print parecido al patrón que llevan los jaguares grabado en su piel y sus pequeños pero gruesos labios vestidos de una tonalidad guinda, pero sin duda, llamando la atención con tales ojos ámbar de aspecto gatuno gracias al maquillaje que se encontraba ahí cumpliendo la función de enaltecer la belleza que, se notaba, ya era de pila.

mama | megumi fushiguro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora