Calor.

259 27 10
                                    

Gavito:

En medio de aquel beso que en el silencio gritaba el amor que Lola y yo nos profesábamos cuando nadie nos veía, no pude evitar que se me escapara una sonrisa, y es que, cada que yo sonreía estando con ella, era el gesto más puro y sincero de la felicidad plena, absoluta, de la alegría inconmesurable que su amor, su sola presencia tenía efecto en mí.

- Me encanta verte sonreír - dijo murmurando sin apartar su rostro del mío.

Pegué suavemente mi frente a la suya.

- Es lo que tú provocas, lo que logras hacer en este hombre que tienes completamente a tus pies.

- La elocuencia de tus palabras es solo una de las mil cosas por las que me tienen perdidamente enamorada - tomó mi mejilla y la acarició con ternura mientras me miraba dulcemente.

- Daría la vida por pasar el resto de mis días así, contigo, por tenerte todo el tiempo, enteramente mía, porque, yo ya soy enteramente tuyo.

Entre la felicidad, la emoción y cierta tristeza, no pude evitar que un nudo fuera formándose en mi garganta, mis ojos comenzaron a cristalizarse, quise ser fuerte y me tragué lo que en ese momento quería apoderarse de mí y mis emociones, yo solo deseaba abrirle paso a la alegría, al gozo que me provocaba tener a Dolores para mí, sin interrupciones, sin ruido, con la única prisa de seguir besándola, admirándola, acariciar su piel, con el único fin de sentirnos vulnerables pero seguros el uno con el otro.

Las veces anteriores que habíamos podido estar "solos", siempre era en momentos pequeños, esperando en camerinos, pero siempre con pendiente, estando alertas, y más después del incidente con Rogger, otras veces en mi casa, pero, siempre había alguien más, mi hijo, la persona que me ayuda en casa, y no voy a negar que cada ocasión fue maravillosa, las risas, las charlas, disfruto todo mientras esté a su lado, pero hoy no era así, hoy realmente, en este instante solo éramos ella y yo.

- Amor...

Bajó sus manos y me abrazó, correspondí al tiempo, recargando mi cabeza a un lado de la suya, la apreté con delicadeza hacia mí, respiré profundo y ahogué el llanto que por un momento creí que no podría controlar, que me haya dicho así me movió todo lo que, falsamente y por obra del autoengaño, yo creía solucionado. Tenía años, desde que terminamos, que ella no me llamaba así.
No pude evitar pensar en esa temporada de mi vida, donde la suya y la mía eran una sola, donde despertábamos juntos, en la misma cama, todo el tiempo éramos "amor", nuestros nombres se habían vuelto un sentimiento, compartíamos hasta el aire, y un día, todo eso, se esfumó, víctima de miedos, inseguridades, de indecisiones, todo se volvió un recuerdo habitando mi mente, mi corazón, algo que cada minuto me atormenta.

- No sabes como extrañaba que me llamaras así - murmuré en su oído.

- Eso es lo que eres - se separó de mí para mirarme en los ojos - y siempre serás en mi vida.

- Tú eres toda mi vida.

Tomé su mano y volteé para tomar el teléfono que se encontraba en una pequeña mesita, marqué a la recepción, pedí algo para cenar y unas bebidas, de la prisa, salimos sin comer ni tomar nada, más que el trago de aquel brindis inesperado.

- Me encanta que tengas tan buena memoria, no se te olvide que es lo que me gusta comer.

- Como olvidarlo, mujer, era lo que más pedíamos cuando nos quedábamos solos en casa, sin más plan que acostarnos de lado en el sillón de la sala a ver películas.

- Tus películas de Star Wars - rió - de tus favoritas.

- A tí tampoco se te olvidan ¿Verdad?

- Me hiciste verlas cuarenta veces, Arturo, me las aprendí de memoria.

Ella no es mi señora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora