Parte 1.

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Cuatro años atrás.


A mis dieciséis años era la chica más ambiciosa del mundo. Me encantaba pensar en mi futuro profesional, en la carrera universitaria que estudiaría y en que nadie se interpondría nunca entre mis sueños y yo.

Adoraba estar con mis amigas, la música y los músicos guapos y famosos. Amaba la ropa y el maquillaje y anhelaba encontrar novio y dar mi primer beso, y sobretodo, que todo resultase como una película.

Un día de primavera conocí a Javier. Tan guapo e inocente. Me miraba como si yo fuera una diosa, demasiado buena para él. Yo adoraba ver la inocencia en su rostro y la veneración en sus ojos. Me hacía sentir que yo tenía el poder sobre todo y sobre él.

Poco después, cuando nos dimos nuestro primer beso, me pidió ser su novia, yo acepté encantada y estaba tremendamente feliz. Me había enamorado totalmente de él, y él de mí. Me cuidaba y me decía cosas bonitas a todas horas. Absorbía mi mente, mi espacio y mi aire, y yo hacía lo mismo con él.

El primer año, lo pasamos increíblemente bien. Nos amábamos con locura, todo era tan romántico. Ambos dejábamos que el otro saliera con sus amistades y no poníamos problemas cuando hablábamos de nuestros sueños y expectativas de futuro. Creía, que a mi lado había un chico increíble que me apoyaba y me animaba a hacer todo lo que me apeteciera en la vida.

Desde el principio de la relación, ambos dejamos claro que coquetear con otras personas o una infidelidad serían las únicas cosas que podrían acabar con nuestra relación, porque nuestro amor era infinito. Nos jurábamos amor eterno cada día, que nunca estaríamos con nadie más si lo nuestro fracasaba, porque un amor igual nunca se repetiría.

La obsesión por unirnos y por preservar nuestro neurótico amor alcanzó los límites de la locura. El amor se impregnó de celos obsesivos, de control sobre el otro. Y yo salí peor parada en esta situación.

Al principio, Javier se enfadaba por haber estado colada por otros chicos antes de conocerlo. Por haber coleccionado fotos de famosos por los que babeaba y, como no, le pedía perdón por todos mis errores pasados. Me insultaba a mí misma justificando mis actos diciendo que era una guarra por haber babeado por famosos y que, con él, había aprendido a ser una buena persona y una mujer decente.

Después empezó a enfadarse porque no pasaba todo el tiempo con él o porque cuando iba con mis amigas no le mandaba mensajes. Así que dejé de salir con ellas, cuando me invitaban a su casa o a dar un paseo, les ponía una excusa tonta. Ya ni siquiera le decía nada a Javier, directamente rechazaba salir con mis amigas para evitar discutir con él.

Cuando terminé el bachillerato, estaba contenta por poder empezar mi carrera universitaria. Pero justo cuando tenía que inscribirme en las carreras para pedir plaza, se enfadó. Afirmaba que todas las universitarias se convertían en unas putas y solo pensaban en fiestas. Tuve una pelea muy gorda con mis padres cuando rechacé la opción de ir a la universidad. Al fin y al cabo, la universidad no era más importante que el amor de mi vida.

Cuando le conté a Javier que mis padres estaban muy enfadados conmigo por no querer ir a la universidad, o más bien no ir para que él no estuviera de morros, me dijo que mis padres no me comprendían, sólo él lo hacía, y que no me apoyaban en mis decisiones, sólo él estaba a mi lado apoyando todas mis decisiones. Pero resulta que era Javier el único que me alejaba de mis sueños, mis padres sólo intentaban acercarme a ellos.

Disculpas con  flores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora