Un sueño

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Todo era bastante normal, o por lo menos entraba dentro de la normalidad de mi vida.

Pero una noche tuve un sueño, un sueño realmente raro:

un niño de unos diez años muy delgado, con aspecto sucio, con el pelo algo largo, moreno y sonriente, aunque en sus ojos el único sentimiento perceptible era la tristeza; me llamaba y me pedía ayuda, yo estaba en la esquina que corta mi calle con la avenida principal, y él justo al otro lado de la carretera.

Multitud de coches y gente estaban circulando, pero nadie parecía ni ver ni oír a aquel chico, solo yo; la gente parecía estar en mi contra y me hacían ir contra corriente, haciendo que me resultara muy difícil poder ayudar al joven, y cuando por fin estaba a punto de llegar, de coger su mano y poder ayudarlo, cuando él con su escuálido brazo estirado hacia mí, rozaba mis dedos con la punta de los suyos, desaparecía, y yo me despertaba.


Y el sueño continuó, durante días y días lo único que ocupaba mi mente era el saber como salvaría a aquel niño cuando me acostara; poco a poco la desesperación y el cansancio se fueron apoderando de mi, me sentía realmente inútil, sentía que estaba decepcionando a alguien.

pero un día cuando me desperté, algo era diferente, estaba descansada, no había tenido aquel sueño, y por primera vez en mucho tiempo, había sido capaz de descansar en el duro y ruidoso colchón mugriento de mi dormitorio.


Comencé el día como un día normal, me preparé como todos los días para ir al colegio, salí y emprendí mi camino.

Cuando llegué a la esquina de mis pesadillas escuché:

-¡Elena, Elena!- Alguien me llamaba

Busqué por todas partes de dónde venía mi nombre.


De pronto, lo encontré, era aquel niño, exactamente igual que en mi sueño; por un momento el miedo me paralizó, pero entonces algo reacciono dentro de mi cabeza.

-Esto es real -Pensé

Y de inmediato comencé a correr.

Era mi oportunidad, esta era la hora de la verdad, y no iba a permitir que nada ni nadie me lo impidiera.


En lo único en lo que podía pensar era en llegar al chico; corrí, corrí y corrí, con toda la energía de mi cuerpo, empujaba a todos los que se me ponían por delante y crucé sin preocuparme por los coches, ya casi había llegado.

Pero cuando solo necesitaba estirar el brazo para coger su mano, un señor, vestido con un traje que parecía muy antiguo se me adelantó y se lo llevó.


Era un hombre adulto, de unos cuarenta años, moreno y con una barba algo canosa, no se le veía muy bien el rostro porque en la cabeza llevaba un elegante sombrero; era muy corpulento y a pesar de su vestimenta era muy rápido, pero me daba igual, yo comencé a correr tras él sin importarme las consecuencias.


Al igual que en mi sueño, nadie parecía percatarse de todo lo que estaba sucediendo; yo iba corriendo empujando a todo el mundo y lo único que podía escuchar eran mis pasos y el latido de mi corazón.

Por un momento me planteé si realmente esto era real, si realmente no seguía en mi cama, teniendo una vez más este estúpido sueño.


Pero no estaba dormida, podía notar como mis músculos se estiraban y se contraían a cada zancada, podía notar como el cansancio me invadía poco a poco, y como cada vez me resultaba más difícil coger el oxígeno para respirar.

Estaba claro que no era un sueño, y yo, no me iba a rendir tan fácilmente; sí, tenía miedo, mucho miedo, pero también una enorme cantidad de preguntas que hacerle a aquel niño tras haber intentado rescatarlo tantas veces.


Corrí durante casi una hora detrás de aquel señor y por el camino mucho rato antes ya había dejado caer mi mochila, aunque tuviera claro que jamás la recuperaría.

Por fin se paró, en un almacén abandonado, y de pronto desapareció, ya no estaban ni el niño ni el hombre; por un momento volví a creer que todo era la continuación de sueño, pero no, yo ya estaba bien despierta.

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