〔:🌿:〕「 1 」༄˚⁎⁺˳✧༚

9.6K 943 345
                                    

Las noches en Villa Gandharva estaban sumidas en el silencio sepulcral de la naturaleza, únicamente interrumpido por el agradable canto de los grillos del Bosque Avidya y el murmullo de la brisa, no muy fría pero suficiente para poner la piel de gallina a cualquiera que fuera abrazado por ella. Había un aroma dulce en el aire que provenía de las profundidades de la espesura y también una penumbra que impedía ver más allá de un par de metros por delante.

Y encima de todo, más alto incluso que las copas de los árboles, estaba la luna llena, soberbia. La reina del cielo de la noche cubría la vegetación con su luz plateada, acompañada como siempre por sus hijas las estrellas, brillantes como diamantes, que desde aquella cima observaban como minúsculos y numerosos ojos el transcurso de la noche en aquel rincón de Teyvat.

Una silueta avanzaba entre los robustos troncos, en completo silencio, siendo su algo agitada respiración incluso más audible que sus pasos amortiguados contra la tierra fría del bosque. Bien alto sobre su cabeza, la luna lo observaba indiferente, pero las estrellas parecían intrigadas en saber cuál sería su destino y se preguntaban cuál era el motivo que lo hacía avanzar casi con impaciencia, como si estuviera ansioso por llegar adonde fuera que iba.

Finalmente, poco a poco disminuyó el ritmo hasta casi dejar que fuera la brisa quien lo arrastrara. Delante de él había una humilde casa, más bien pequeña y de un aspecto acorde al ambiente del bosque. Recuperó el aliento soltando un par de jadeos antes de acercarse a la entrada tapada por dos enormes hojas verdes, pero justo antes de pedir permiso para entrar, una cabeza coronada por dos grandes orejas zorrunas se asomó.

Cyno suspiró mientras cruzaba el umbral. No había forma de que pudiera sorprender a Tighnari si sus oídos eran los más infalibles de todo Teyvat. Por muy silencioso que intentara ser, el guardabosques siempre lo escuchaba y le recibía asomando la cabeza antes de que pudiera incluso acercarse para avisar de que había llegado.

Atrapando la atención de las estrellas, que no tenían nada más interesante y bello que mirar, los dos jóvenes se juntaron en un abrazo que dejaba claro lo mucho que se habían extrañado. Las visitas nocturnas de Cyno eran frecuentes, pero no ocurrían todas las noches. Desde hacía un buen tiempo, el peliblanco le hacía visitas nocturnas a Tighnari. La noche era el único momento del día en el que el guardabosques podía bajar un poco la guardia y dejar a un lado todas sus responsabilidades. Solo por la noche podía relajarse un poco, así que era entonces cuando Cyno iba a visitarlo y a hacerle compañía.

En silencio, teniéndolo entre sus brazos, Cyno observó la expresión del azabache muy cerca de él. Sus miradas se cruzaban de vez en cuando, chispazos fugaces que les aceleraban el corazón a ambos. Tan solo unos momentos después, Tighnari cerró los ojos y se estiró hasta juntar sus labios en un beso que no duró demasiado, tan solo lo justo y necesario.

Lo siguió estrechando con cariño justo después de separarse, hundiendo la cara en su cuello y respirando ese aroma a vainilla que tenía Cyno. No tardó en notar una de las manos del peliblanco acariciándole las orejas mientras la otra seguía apoyada en su espalda. Cyno era la única persona a la que Tighnari le permitía tocar con esa soltura y confianza sus orejas. En realidad le hacía cosquillas y le gustaba y siempre esbozaba una sonrisa cuando sentía las caricias de sus dedos.

—Tenía muchas ganas de verte, Cyno —susurró Tighnari contra su cuello.

El peliblanco ya había abierto la boca para responder, pero el guardabosques, que sabía lo que iba a decir, se le adelantó:

—Ya sé que nos vimos hace solo dos noches —dijo con media sonrisa—. Pero igualmente...

Cyno se rio antes de estrecharlo todavía con más fuerza, sintiendo su pecho presionando contra el suyo por la respiración. Depositó un beso en su mejilla algo sonrosada antes de hablar, como siempre que se encontraban por la noche, en un susurro:

—Yo también te he echado de menos, Nari. Haber estado dos noches sin mi zorrito ha sido una tortura insoportable. —Se rio al ver cómo las expresivas orejas del guardabosques se habían agachado con timidez al oír que se refería a él de aquella forma tan boba, llamándolo su zorrito, pero que, en realidad, le gustaba.

—¿Sabes? —Tighnari se separó del abrazo—. En cuanto oí que venías me puse a preparar unas infusiones con unas hierbas nuevas para que nos las tomáramos juntos. —Cruzó toda la habitación hasta detenerse frente a unos vasos puestos sobre una rústica mesa de madera de árbol—. Creo que ya se pueden beber.

—Si me la tomo no veré cosas raras otra vez, ¿verdad? —repuso Cyno, acercándose con paso tranquilo. No sería la primera vez que tuviera alucinaciones por algo que Tighnari le diera.

—No —rio el azabache—. ¿No te fías de mí o qué?

—Tú me das razones para que no me fíe —apuntó, burlón.

Con aire dramático, Tighnari añadió:

—¿Lo has oído? —inquirió, señalándose las orejas—. Probablemente no, pero ese crujido que ha sonado ha sido mi pequeño corazón rompiéndose por lo que acabas de decir.

Cyno murmuró algo que hizo sonreír a Tighnari antes de tomar el vaso que el guardabosques le estaba ofreciendo. Acercó sus labios al borde del recipiente hasta que sintió la bebida deslizándose por su garganta. Estaba caliente, casi quemaba, pero Cyno aguantaba bien la alta temperatura de la infusión, así que siguió bebiendo un poco más, sintiendo cómo su cuerpo entero agradecía la reconfortante calidez de la bebida en contraste a la fría noche que hacía fuera.

Tighnari y él se sentaron en el borde de la cama. El azabache sostenía su vaso con ambas manos y lo mantenía cerca de su regazo con gesto reservado y tímido, levantándolo tan solo para darle sorbos de vez en cuando, sin prisa alguna. Cyno, por el contrario, sujetaba el suyo con una sola mano y lo conservaba más bien cerca de su pecho, acercándoselo con frecuencia a los labios mientras miraba y escuchaba con atención a Tighnari hablándole de cualquier cosa sobre la que quisiera hablarle. Además, también fue el peliblanco el primero en dejar su vaso vacío sobre la mesita de noche justo al lado de la cama.

Cuando Tighnari puso su vaso también vacío junto al de Cyno, se giró para mirarlo justo antes de que el peliblanco lo atrapara en un abrazo, obligándolo a tumbarse a su lado y haciendo que Tighnari ahogara una exclamación. Los brazos finos pero insospechadamente fuertes de Cyno lo estrecharon y lo achucharon contra su cuerpo, mientras que los dedos hábiles de Tighnari le apartaron el pelo blanco de la cara.

En el silencio de la noche, únicamente interrumpido por el canto lejano y armónico de los grillos, se miraron a los ojos, se abrazaron con cariño y se acariciaron con dulzura. También el espacio entre sus bocas desaparecía en alguna que otra ocasión y sus voces sonaban como suaves susurros, ya fuera para dedicarse palabras bonitas o para conversar sobre temas triviales y sin trascendencia.

No era nada interesante, tan solo dos jóvenes enamorados que pasaban la noche juntos y que se decían entre susurros cuánto se querían. Y, aun así, aquello era suficiente para captar la atención de las estrellas del cielo, curiosas por saber más de ese sentimiento mortal llamado amor que vibraba en los corazones de Cyno y Tighnari cada vez que sus miradas se encontraban o sus pieles se rozaban.

Bajo las estrellas [Cynonari]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora