Una partida doble

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Una partida doble

Diecisiete años practicando danza aérea, seis países y treinta y dos ciudades visitadas para montar espectáculos teatrales. Es un hábito impuesto desde los seis años, estirar músculos, ganar flexibilidad y esforzarse diario por conseguir un objetivo. Danza aérea se basa en ejercitar día y noche, permanecer suspendida en los aires con solo dos telas sujetando tu cuerpo y cambiar de posiciones para luego hacer caídas. Después del show, esbozar una gran sonrisa y esperar los aplausos del público.

Los premios MTV solicitaron mi presencia para abrir el evento con uno de mis famosos bailes, sin embargo, me encontraba en la sala del hospital Ángeles esperando el diagnóstico de mi madre. Hace dos semanas, mi mamá empezó con un ligero malestar en el estómago, decidió ocultarlo porque creyó que no era grave.

Por la mañana, antes de irme al ensayo, no se podía parar de la cama. No había desayunado nada y todo le caía mal. Mi hermano y yo decidimos traerla al doctor. Perdí mi práctica, pero la salud de la persona que me dio la vida, ante todo, era lo más importante.

Dos horas esperando saber la circunstancia en la que se encontraba. Enfermeras y doctores pasaban y pasaban, ninguno tenía noticias de ella aún. La desesperación se acumulaba dentro de mí y a esto se le sumaba la incertidumbre de saber si seré capaz de llegar al escenario esta noche.

­­­­­­­—Familiares de la paciente Sara Hernández —dijo el doctor Javier. Me levanté de mi lugar lo más rápido posible.

—Somos sus hijos —contestó mi hermano.

El doctor mostraba pánico en su rostro, agachó la cabeza checando el expediente y nos dijo:

—Su madre está muy grave. Presenta un tumor en el hígado, parece ser que hace tiempo lo tiene y este se ha agravado. —El doctor permaneció unos momentos en silencio. —Necesitamos operarla de urgencia sino su madre podría empeorar.

—No —dije firmemente. —Haremos lo que ella sugiera y quiera, no lo que usted diga.

—Yo solamente trato de ponerlos al tanto del peligro, pero adelante, pueden pasar a hablar con ella.

Entramos a una habitación pequeña, tenía una camilla en donde se encontraba descansando mi madre y a lado estaba una mesita con un plato, parecía ser gelatina a medio comer.

—Mis niños —habló mi mamá haciendo un gran esfuerzo, sus ojos denotaban cansancio.

—Mamá. —Le tomé su mano. —El médico dice que necesitas operarte, tienes un tumor en el hígado y no fue detectado a tiempo.

—Nuestra recomendación es buscar más información acerca de tu estado de salud, sin embargo, se hará lo que tú quieras. —añadió mi hermano.

—Lo sé, el doctor me explicó todo y acepté operarme. —Nos quedamos estupefactos ante su decisión, empecé a sollozar. —Katie, deja de llorar, mi niña. Me meterán a quirófano en una hora y hazme un favor.

—El que quieras madre.

—Has trabajado por meses en la presentación de esta noche, sé lo importante que es para tu carrera. No permitiré que le falles a tu público por mí, me harías la mujer más feliz del mundo si dieras un gran espectáculo.

No pude contradecir a mi madre y menos en ese estado. Me vestí con un leotardo blanco lleno de lentejuelas color azul, todo el cabello lo sujeté en una cola de caballo y mis pies descalzos tocaban el gélido piso. Faltaban pocos minutos para salir al escenario cuando recibí una llamada.

—Katie. —Mi hermano llorando estaba al teléfono. —La cirugía se complicó y desgraciadamente perdimos a mi madre, lo siento mucho.

Colgué, las lágrimas salían a montones por mis ojos. "Vas a ser una gran bailarina", dijo mi mamá en mi primer bailable a los siete años.

—Con ustedes, Katie Félix —dijo el presentador, el público aplaudió ante mi aparición.

—Muchas gracias a todos por venir, le quiero dedicar esta pieza a mi madre que hace unos minutos dejo este mundo.

La música comenzó a vibrar, mi cuerpo danzaba suavemente. Los pasos ligeros como los de una pluma, mis manos se movían al compás de mis pies. Las telas envolvían todo mi cuerpo. La canción fue subiendo de tono y empecé a dar giros más rápidos. La multitud vitoreaba al verme bailar. De pronto, sentí como mis manos dejaron de tocar las sedas, mis pies ya no sostenían mi cuerpo. Caí desde quince metros de altura.

Mi sueño era sentir la sensación de volar, y de alguna manera danza aérea me hacía experimentar esa emoción. La verdad es que solo vuelas un segundo o dos, no importa si eres delgado o gordo, la gravedad siempre gana. Y en ese momento, acompañé a mi madre hacia las puertas del cielo.

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Historias cortas vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora