Cuando Louis se desplomó en la cama del hotel, desnudo y todavía mojado por la ducha que acababa de darse, se dio cuenta de que le dolían todos y cada uno de los músculos del cuerpo. Por fin había llegado del entrenamiento. Lo había dado todo.
A Louis lo había fichado el Manchester United, un prestigioso equipo de fútbol dónde iba a jugar durante tres años, y estaba disfrutando muchísimo de su trabajo como futbolista profesional. Bueno, hasta hace unas semanas, cuando escuchó a la gente diciendo que el Manchester le cambiaría por un jugador nuevo y más joven; aunque Louis solo tenía 22 años. Como tenía miedo de que le expulsaran del equipo de sus sueños, siempre lo daba todo en los entrenamientos y en los partidos para demostrarle a su entrenador que tenía lo necesario para formar parte del equipo. Eso, había agotado toda la energía que le quedaba en el cuerpo.
Había entrenado de forma intensiva durante años, aún más después de firmar con el club de fútbol inglés, y estaba más que agotado. Por supuesto, funcionaba, era un jugador muy bueno y a todo el mundo le encantaba. El equipo ganaba todos los partidos cuando Louis estaba en el campo. La gente le reconocía por la calle, los paparazzi le seguían a todas partes, era el centro de atención y era feliz, porque eso era lo que siempre había querido, dedicarse a lo que realmente le gustaba y conseguir reconocimiento por ello, pero no estaba seguro de si el nivel de cansancio que alcanzaba valía la pena.
Suspirando, Louis rodó por la cama fría y se acurrucó bajo las sábanas con los ojos cerrados, tratando de recordar en qué zona horaria se encontraba para saber si era un buen momento para llamar a su madre; eran las doce y media de la noche en Los Ángeles, así que eran las ocho y media de la mañana en Inglaterra. Louis sabía que su madre estaría despierta, porque sus hermanas tenían que ir a clase, y ella tenía que ocuparse de ellas. Tenía que asegurarse de que Daisy no se olvidaba de coger su comida y de que Charlotte recordase cerrar la puerta antes de marcharse antes de que Jay se fuese al trabajo. Louis sabía que su madre solía marcharse de casa sobre las nueve de la mañana, así que aprovechó la oportunidad. Estiró el brazo a través de la oscuridad para coger su teléfono móvil de la mesita y buscó su número en los contactos.
Sonó cuatro veces antes de que respondiera una vocecita.
—¿Diga? —contestó una de sus hermanas.
—Hola —saludó en voz baja, sintiendo como su cuerpo se relajaba, aunque solo fuera un poco, del ardor que sentía por culpa de los kilómetros que había corrido esa noche, al oír la voz de su hermana pequeña—. ¿Cómo estás?
—¡Lou! —exclamó Felicity llena de felicidad, y Louis escuchó gritos al otro lado de la línea, y supuso, con una sonrisa cansada en su rostro, que sus otras hermanas la habían oído y corrían hacia el teléfono.
—¡Quiero hablar con él! —se quejó una de las gemelas, y Louis se rió mientras se ponía boca arriba, apartando las sábanas para estirarse, completamente desnudo, en la cama.
—Quiero hablar con todas vosotras —añadió él con una risa suave, oyendo las voces de sus cuatro hermanas hablando entre ellas sin poder entender lo que decían. Solo había logrado escuchar una cosa, que le echaban de menos. Eso le partió el corazón—. Yo también os echo de menos —murmuró pasándose una mano por la cara.
—Lou, ¿cuándo vas a volver? —preguntó Charlotte con tono triste y cansado.
—No lo sé, Lottie —admitió, sintiéndose como un idiota—. Espero que algún día de esta semana, a lo mejor en tres días o así —añadió, abriendo los ojos y girando la cabeza hacia el despertador que brillaba en la oscuridad de la habitación.
—¿Va a venir Eleanor? —preguntó Daisy, y Louis pudo imaginarse como su hermana ponía las manos convertidas en puños sobre su cadera—. No quiero que venga. No me gusta cuando la veo contigo en la tele.
Louis dejó escapar una sonrisa de tristeza.
—No, cariño. No tiene que estar presente cuando no hay cámaras cerca —dijo lentamente, preguntándose cómo podría explicarle a sus hermanas pequeñas que su equipo le había contratado una novia falsa, delgada y guapa para encubrir que era gay, porque... seamos sinceros, un famoso jugador de fútbol profesional no podría ser nunca gay—. No va a ir a casa conmigo —añadió de inmediato con la esperanza de distraerla del comentario de las cámaras que se le había escapado, con el hecho de que Eleanor no iba a estar en casa con ellos.
—¡Daos prisa chicas! ¡Todavía no os habéis terminado el desayuno! —gritó Jay por detrás de ellas con un tono enfadado y cansado.
Louis sabía que, probablemente, no habría dormido bien desde que la había llamado por última vez.
—Pero mamá... —se quejó Felicity mientras dejaba caer el teléfono—. ¡Es Lou! —intentó defenderse su hermana pequeña, y... vaya, Louis las echaba tanto de menos que le dolía.
Su madre se quedó sin aliento y se acercó rápidamente al teléfono.
—¿Louis? ¿Cómo estás, Boo? —preguntó unos segundos después, antes de decirles a las chicas que volvieran a la cocina a terminarse el desayuno.
—Cansado —admitió Louis, hundiendo la cara en la almohada y suspirando profundamente, con el pelo húmedo pegado a la frente molestándole, pero sin ni siquiera fuerzas para quitárselo de la cara.
—Oh, cariño —le consoló Jay, y Louis escuchó como las voces de sus hermanas se disipaban lentamente. Supuso que su madre había vuelto a subir las escaleras para tumbarse en la cama como solía hacer cuando quería hablar por teléfono en privado—. Entrenando duro, ¿eh? —murmuró con voz suave, tanto que Louis solo quería tumbarse en su regazo y dormirse mientras su madre le acariciaba el pelo con cariño.
—Ni te lo imaginas —contestó, girándose de nuevo en la cama y frotándose los ojos—. He estado entrenando como un loco. Hoy me levanté muy temprano para ir a correr con unos compañeros del equipo y acabo de llegar del entrenamiento. Ah, y ganamos el partido benéfico de ayer —dijo pausadamente, cansado de hablar de sí mismo.
—¡Eso es genial, cariño! No pude verlo, lo siento mucho —dijo Jay triste—. Tuve que acompañar a Lottie a clase de conducir, y luego fui a recoger a las gemelas a casa de una amiga, y Fizzy se encontraba mal...
—¿Está bien? —preguntó Louis preocupado, abriendo los ojos de par en par y apretando el teléfono con fuerza contra su oreja.
Jay se rió.
—Sí, solo... bueno, cosas de chicas. Ya sabes lo que les pasa a las chicas en la adolescencia —dijo con un deje de melancolía en su voz.
—Oh —se rió Louis, relajándose—. Entonces, está bien. Creo que es la primera vez que me alegro de estar lejos de una casa llena de chicas. —Rió cansado, saliendo de la cama para arrodillarse frente a su maleta.
—¿Cuándo vas a volver? —preguntó Jay de inmediato, esperanzada.
—Pronto —prometió Louis—. Tenemos un partido en Liverpool en dos días, y el entrenador nos prometió una semana libre después —dijo feliz, cogiendo unos calzoncillos limpios de la maleta y poniéndoselos antes de volver a meterse en la cama—. Bueno, no es exactamente una semana libre. Tenemos un partido por el medio, pero es en casa, así que está bien —murmuró, con la cara apretada contra el colchón.
—¡Estoy tan contenta! —dijo su madre con emoción—. Pero, cariño, debes de estar agotado.
—Lo estoy —suspiró Louis, arropándose en las frías sábanas—. Me duele todo, mamá. He descubierto músculos nuevos en mi cuerpo. —Hizo un mohín, encogiéndose en la cama y apretando el teléfono contra la oreja.
—Oh, cariño, sé de un masajista fantástico —le informó Jay, y Louis pudo oír una sonrisa en su voz—. ¿Recuerdas a mi amiga Anne? —añadió, esperando un sonido de afirmación por parte de su hijo—. ¿Recuerdas a su hijo, Harry? ¿Dos o tres años más pequeño que tú?
Louis frunció el ceño. El nombre encendió algo en su mente, pero no podía recordar la cara del chico. Solo le vino a la mente que, cuando tenía siete años y Harry cinco, le gustaba tocarle los rizos porque eran adorables, pero Harry se lo tomaba a mal y siempre iba llorando a su madre.
Louis suspiró.
—¿Sí?
—Tiene unas manos mágicas. Fui a verle la semana pasada, Lou, es un dios. ¡Lo juro! —dijo Jay, y el cuerpo de Louis se relajó al mencionar el masaje. No estaría mal, joder, eso sería una de las mejores cosas del año—. Es muy bueno con las manos, cariño. Te encantará. Te pediré una cita para que te ayude a relajarte.
En ese momento, Louis solo quería abrazar a su madre.
—Sé lo estresado, tenso y dolorido que estás.
—Muchas gracias, mamá —soltó al cabo de unos segundos, secándose una lágrima que le caía por la mejilla—. Te echo de menos.
—Yo también te echo de menos, mi vida. Todas lo hacemos.
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Manos Mágicas (Larry Stylinson)
Fiksi PenggemarLouis Tomlinson es un jugador de fútbol profesional que está demasiado estresado por su duro trabajo en el equipo. Cuando vuelva a casa va a necesitar algo para relajarse, así que su madre le llevará a la consulta de un joven masajista al que le gus...