La maternidad es sin dudas esa línea que divide la vida en un antes y un después. El sentimiento es uno tan grande que podemos rememorar situaciones con el antes de tener al nene (o la nena) y después de que naciera. Es así de simple, todo cambia. Cambia la manera de ver el mundo, las opiniones que se tienen sobre determinadas situaciones, cambian las preocupaciones sobre el ambiente, sobre la política, sobre la economía, cambia la vida. La maternidad les llega a algunas de manera planificada, como parte de un proceso, algo que han esperado por años, a otras les llega de manera sorpresiva, sin planificar, hasta sin quererlo; pero algo debe quedar siempre claro, el cómo no siempre es lo importante cuando el qué pesa mucho más.
El sentido de lo que es maternidad probablemente varía según las situaciones y circunstancias de cada quien. Es muchas veces un conjunto de opiniones y estereotipos predeterminados lo que marcan la manera en cómo se ven las cosas. Influye la crianza, la base del hogar, las situaciones de la vida, el estilo de vida que se lleva, el ambiente, en fin, muchos factores individuales afectan el cómo cada quien piensa y opina del rol maternal.
Siendo un tema excesivamente delicado, y con muchos ángulos que mirar, me atreveré a plasmar en blanco y negro lo que muchas veces he comentado en conversaciones generales. Por las razones que sea, el parto natural o la cesárea (necesaria o no), si tuviste dolores o no, si te pusieron medicamento o no, no hace diferencia alguna en llamarse madre; tampoco hace diferencia en lo que a ser madre se refiere, si le diste fórmula o tu bebé o si lograste lactarlo un mes, dos, seis o dos años, ni siquiera si lactaste dos hijos a la vez, pues la lactancia es un vínculo magnífico y una gran alimentación, pero no certifica a una madre como mejor que otra. Tan madre es la que decide quedarse en su casa cuando nacen los hijos, como aquella que regresa a trabajar, pues necesita y requiere un sustento para poder mantener a su cría. Hay madres que al ser madres, olvidan que fueron y siguen siendo mujeres, olvidándose así de ese tiempito para ellas consigo mismas, y a quienes así lo hacen, hay que respetarlas, así como se debe respetar a esas que aún amando a sus hijos, sacan un rato para ir de tiendas, o para ir a un spa, o al salón de belleza, a veces recargando energías para llegar donde sus hijos plenas y darles lo mejor de sí mismas. Hay madres que viven para publicarle al mundo el gran papel de madre que tienen, como aman a sus pequeños, como viven para sus hijos sin que importe nada más, hay otras que a lo mejor no ponen cada cosa con sus hijos, pero seguramente ambas aman sin medida a los suyos.
Los juicios llevan al ser humano a emitir opiniones por lo que se ve en la superficie, sin saber las interioridades de cada quien. Lo realmente importante de la maternidad no es las libras que se aumenten en el embarazo, ni cuán rápido se regrese al peso y a los mahones ajustados; no está en si tienes estrías o no, ni en la flacidez o firmeza del cuerpo, el sentido de la maternidad se lleva en el corazón, en la crianza con amor, con afecto. La maternidad debe ser esa etapa de amar más allá de las circunstancias, de darlo todo, sabiendo que nunca se podrá recibir con equidad. Es dar el corazón sin reservarse nada, recordando que los hijos son una bendición que nos prestan para poder marcar nuestra vida de manera diferente.
Benditas las que tenemos el tesoro de la maternidad y la oportunidad que algunas no han tenido, esa de que cuando escuchemos que "un hijo te daña el cuerpo", podamos responder: "pero nos arregla la vida".
Feliz semana de madres a todas, a las que pujaron, a las que tuvieron que abrir, a las que dieron su teta y a las que utilizan botellas. Feliz día a las que tienen hijos que no se formaron en sus entrañas, pero que se formaron en su alma. Feliz día a la madre mía (porque tengo, aunque algunos lo duden), que nunca me alcanzará la vida para devolverle todo lo que me ha dado y aún me da.
