—¿De qué queres convencerte? —Smyrna cubre las paredes con papeles glasé, cartones corrugados, noticias de diarios en blanco y pequeñas hojas verdes.—Le cadavre exquis boira le vin nouveau, esta no es la primera vez, pero sí, es nuestra primera vez —habla y ríe conmovido. Su boca se agiganta y decrece con cada reorientación de la espina dorsal.
—Tenes que despertarte. —Asevera y acaricia las mejillas de Aldar dibujadas en una de las paredes—. Decreto la muerte de nihilismo, ¿Puedo? ¿puedo seguir con mi collage hasta que despiertes? ¿puedo, puedo,puedo Aldar? —Smyrna se apoya en un soporte de papel y sus brazos salpicados de tinta roja saturan el piso de la planta baja con otros colores primarios—. Esto es todo tuyo, yo no estoy aquí. Pero... ¿puedo torcer el destino por un rato? ¿puedo quedarme en este lugar, Aldar? Me gusta como lo has pintado para mí. —Detrás se escucha Tango en Segunda de Sui Generis y dos hombres bailan frente a Les Oiseaux, se besan, enredan sus lenguas.
—No te alejes, Smyrna. Te regalo el lugar, no me ha costado nada construirlo. Esto es así todo el tiempo, pero cuando despierto no puedo decirlo, se reirían de mí.