¿Qué podrá salir bien cuando el destino se encarga de juntarlos furiosamente y de maneras despiadadas?
Camila pasó su vida intentando encajar más allá de las cosas malas que le regaló la simple acción de su existencia, nunca le gustó ser el foco de...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
11 DE SEPTIEMBRE DEL 2022
DOMINGO
MONZA, ITALIA
—¡Olivia! ¡no corras más, por favor!— gritó Arthur, siguiendo a la pequeña Olivia que sólo se encargaba de correr por todo el paddock después de soltar la mano a su tío.
El pánico llegó a Arthur cuando vío esas dos colitas con moños amarillos a la altura de Ginebra, que la alzaba en sus brazos mientras miraba seriamente al chico.
—Bueno... buena suerte con eso hermano. — dice Franco, uno de los compañeros de Fórmula del pequeño Leclerc mientras se alejaba del lugar con una chica que la mayoría de gente en el paddock conocería como Ophie o Ophelia. Ophelia Wolff.
—¡Gine! ¿Acabas de llegar? estaba jugando con este pequeño demonio.— dice Arthur, acercándose a la rubia mientras la pequeña Olivia soltaba una risa, sacando la lengua a su tío que trataba de arreglar los moños de la niña que sostenían aquél cabello rubio.
—Mejor no digas nada... pero Livie puede decir que le ganó al tío Arthur en una carrera. ¿Cierto, amor?— la hija de Leclerc asintió con su cabeza, mientras Arthur lograba acomodar sus moños, mirando la remera polo amarilla de la niña, con el logo de Ferrari en ella y el número 16 grabado en la espalda.
Todos caminaron hacía el buffet, donde Clara le lanzó un beso volador a la pequeña Olivia, quién estiró su mano para hacer que lo agarraba desde el aire.
—¿Sabes si van a llegar?— susurra Arthur, hacía Ginebra mientras ella niega levemente.
—No tengo idea. Ni Pascale, ni Ana me contestan. — dice la argentina, dejando a la niña en el piso que no dudó en correr hasta su padre, quién la esperaba con sus brazos abiertos para darse un fuerte abrazo.
Olivia dejó un beso en la mejilla de su papá, mientras Carlos la miraba con una sonrisa desde el otro lado de la mesa. Lando llegó casi corriendo cuando vio la cabellera rubia de la pequeña Leclerc.
Sin embargo Charles no la quiso soltar y la abrazó, para después sentarla en sus piernas mientras todos sus amigos, incluídos Arthur y Ginebra se sentaban.
