➡️ Capítulo 13: ¿Feliz Cumpleaños?

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Un día Rubén me pidió llevarlo a un lugar especial. Era el día de su cumpleaños, así que yo había organizado una enorme fiesta en el café, pero él dijo esa misma mañana mientras descansaba entre mis brazos que necesitaba estar en otro sitio.

Acepté y cancelé todo. Incluso le pedí el día libre a Luzu, quien no dudó en dármelo.

Aunque sentía una ligera voz en mi mente diciéndome que algo terrible sucedería si no trabajaba ese día y hacía todos los cálculos necesarios, decidí concentrarme en mi novio. Era él quien importaba, no mis estúpidas necesidades.

— ¿Dónde vamos? —era la primera vez en meses en el cual me atrevía a subir a mi auto.

Él me entregó una dirección escrita en un arrugado papel. Cada letra estaba escrita en un color diferente, pero aún así no veía la alegría en sus palabras.

A mi lado Rubén no emitía ningún sonido.

— ¿Sucede algo? ¿Sucede algo?... —se lo pregunté siete veces mientras encendía mi auto la misma cantidad de veces. Él negó en todas las oportunidades.

No le creí ni un poco.

—Puedes decirme, príncipe. Soy tu novio. Puedes confiar en mí. —mientas comenzaba a conducir sujeté su mano y al salir me dispuse a dar tres vueltas al edificio para asegurarme de que no habíamos olvidado nada —Además, sabes que la luna siempre ha tenido un lado oscuro. Allí guarda sus secretos, y yo soy la luna. Mantendré tus secretos a salvo.

Pero, aunque mis palabras estaban destinadas a hacerlo sonreír, él no lo hizo.

No insistí más, pues sabía que Rubén no era de las que hablaban por obligación. Aún así, nunca solté su mano.

Me lo agradeció con veintitrés besos en mis nudillos, su número favorito del día. También era la cantidad de años que cumplía.

No dijo nada cuando, a mitad de camino, di la vuelta y regresé al departamento solo para rodearlo dos veces más. Tampoco se enojó cuando me detuve diez veces seguidas para bajar del auto y asegurarme que ningún neumático se había pinchado.

—Estamos aquí. —informé cuando finalmente estacioné el auto frente a una casa tan común y corriente como las otras. Aquella era la dirección señalada.

La ayudé a salir del auto dos veces, y él me abrazó la misma cantidad de veces.

Aún sin decir ni una palabra llamó a la puerta siete veces, pero no lo hizo porque no la hubieran escuchado. Lo hizo por mí.

Cuando se abrió la puerta esperaba un cálido reencuentro, pero solo hubieron miradas entre una mujer y mi novio, quien me sostenía la mano con fuerzas.

—Hola, mamá. —saludó Rubén, y un poco de su demencia parecía haberse esfumado con la llegada de la mujer.

La madre de Rubén ni siquiera sonrió. En realidad, su mirada estaba clavada en nuestras manos unidas.

— ¿Ahora eres uno de esos? —preguntó a su hijo con asco, y era por reacciones como la suya que en un principio me había negado ante lo que sentía. Ella era la razón por la cual muchos temían.

—Siempre he sido yo, mamá —contestó con algo de seriedad, y acto seguido me hizo entrar a la casa mientras tiraba de mi mano.

Al pasar por su lado juro haber sentido un terrible frío recorrer mi cuerpo.

Me senté en el sofá junto a Rubén. Él estaba jugando con mis dedos, y dentro de mi cabeza comenzaba a idear un plan para marcharme.

—Soy Irina Isasia. —me dijo la fría mujer al quitarse las gafas. En mi cabeza comencé a contar para no sentir que me ahogaba.

Seguirte o Perderte | Rubegetta | AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora