Los pétalos de cereza caían suavemente, como una lluvia de pequeños suspiros rosados, llenando el aire con una tranquilidad que siempre había encontrado reconfortante. A medida que caminaba por el puente hacia el instituto, sentí cómo el viento me envolvía, acariciando mi piel con suavidad. Siempre había amado la primavera.
Siempre había sido mi estación favorita. Había algo mágico en la forma en que los árboles florecían, como si cada pétalo prometiera una nueva oportunidad, un nuevo comienzo.
Me encantaba, pero más aún, me encantaba ver a una persona en particular.
Caminaba por el mismo sendero que recorría todos los días para llegar a mi instituto. Agradecía que solo faltara un mes para terminar la preparatoria; ya no soportaba más esa rutina monótona. Levantarme, ducharme, desayunar, caminar al instituto, asistir a clases y repetir el mismo proceso día tras día. Era un ciclo interminable que me aburría profundamente.
Sin embargo, la idea de lo que vendría después me frustraba. Sabía que, al escapar de un infierno, probablemente caería en otro. Al menos, el instituto terminaría y, con un poco de suerte, también lo harían los comentarios de mi madre sobre mi cuerpo.
Suspiré, como si pudiera soltar con el aire ese peso que se acumulaba en mi pecho. De inmediato, sentí el peso de la pereza sobre mis hombros al imaginar las clases, los deberes y las tareas. No podía evitar quejarme mentalmente.
Ya frente a las puertas del instituto, el familiar murmullo de estudiantes inundaba mis oídos. Pero antes de poder sumergirme por completo en mis pensamientos, sentí un fuerte golpe en la espalda que casi me hizo perder el equilibrio.
— ¡Yuki! — gritó Melanie, mi amiga, abrazándome con una fuerza que jamás me esperaría de alguien tan delgada.
Me estabilicé rápidamente, rodando los ojos. — Melanie, casi me matas del susto — le dije, intentando parecer molesta, aunque su risa contagiosa hacía difícil seguirle el juego.
— ¡Ni siquiera soy tan pesada! Apenas peso cuarenta kilos — rió despreocupadamente.
Sus palabras me hirieron de una manera que no esperaba. Ojalá yo también pesara eso. Tal vez entonces dejaría de ser el blanco de esos comentarios que me perforaban como agujas, esos que nunca se pronunciaban en voz alta, pero que siempre podía ver en las miradas a mi alrededor. Instintivamente, traté de cubrir mi estómago con mis brazos, una protección inútil contra los ojos que me miraban con desdén.
— Mis padres dicen que estoy demasiado delgada — Melanie se acercó y susurró con una sonrisa de complicidad — Pero no quiero engordar. Ya sabes, si eres gorda, nadie te coquetea.
Sus palabras flotaron en el aire, pesadas, afiladas. Ella no lo sabía, o tal vez sí, pero esas palabras me atravesaban como cuchillos, directas, dolorosas. Y, aunque todo en mí quería gritar, me quedé en silencio, como siempre lo hacía. Fingí que no me afectaba, que todo estaba bien.
— ¿Por qué estás tan feliz hoy? — pregunté, intentando cambiar de tema y recuperar la compostura. Trataba de ignorar todas las miradas de las personas en mi.
— Ayer... — Melanie dudó un momento, su sonrisa juguetona desvaneciéndose brevemente — Ayer, Erick y yo nos besamos.
Mis ojos se abrieron como platos y, sin poder contenerme, solté un grito de emoción. ¡No lo podía creer!. Melanie y Erick se habían besado. Melanie había estado enamorada de Erick desde el inicio de clases. Aunque estábamos en el mismo salón, ellos siempre se habían visto como los mejores amigos. Melanie, a pesar de sus sentimientos, nunca se había atrevido a confesarlos por miedo, pero aun así, siempre parecían más novios que amigos.
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La Triste Melodia De Yuki
Novela JuvenilMi corazón ya no late por sí solo; ahora se acelera y desacelera al compás de las opiniones de los demás, como si mi propia esencia dependiera de ellas. Y cuando menos lo pensé, perdí lo que no sabía que podía perderse...