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Al día siguiente no era persona. Por suerte era domingo y no tenía que ir a clase porque si no, no hubiera aguantado ese suplicio.

Lo más extraño de todo es que durante todo el día sentía como si una presencia me acompañara haya donde yo iba. Y ese terrorífico sentimiento no me abandonó durante los siguientes días.

Ese ser que había decidido atormentarme no me dejaba dormir, independientemente de la hora a la que lo intentara. Tampoco me dejaba hablar con nadie, ya que cuando lo hacía lo sentía cerca mía y su presencia me incomodaba. Me sentía como si un parásito hubiera invadido mi cuerpo por completo, además de mi mente. 

El parásitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora