Capítulo dos.

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Una herida sentimental.

Cuando era joven, se había enamorado inútilmente de un hombre cruel e inmaduro, que llevaba la oscuridad en su apellido y una actitud rebelde ante las figuras de autoridad. Fue el primer niño mago que conoció, después de Lily por supuesto. Había sido amable cuando se encontraron en el tren, hasta que él fue seleccionado a slytherin, y todo eso quebrara su posible amistad.

Su amor terminó con él terriblemente, y desde ese día decidió no amar. O habia pensado en eso hasta que nació su ahijado, un lindo niño de cabellos rubios y mejillas rojas y regordetas. Draco, un niño tan dulce que siempre buscaba su protección y se reía de felicidad al verlo.

Fue amor a primera vista, juró amar y proteger a ese niño hasta el día de su muerte, pero entonces ¿qué fue diferente? Draco, su ahijado que amaba los dulces, las pociones y molestar a los pavos reales del patio de la mansión, que amaba el quidditch y la música, ¿cómo es que sabía ese hechizo?

Si ese día no hubiese ido a Malfoy Manor, Draco ya no estaría con vida, sólo él sabía el contra-hechizo de esa maldición. Y cuando lo vio tirado en el suelo con cortes en el pecho, no dudo en empujar a Lucius y susurrar el contra-hechizo para que Draco pudiera sobrevivir.

Y cuando su ahijado despertó, su mirada reflejaba una terrible soledad. Él lo supo ese día, que ese Draco ya no era el niño que él había criado, sabía que era Draco, pero ya no era ese niño. Era como si ese Draco hubiese pasado años sufriendo un dolor interminable, como sus emociones ya estuviesen rotas y sin esperanzas, como si ya lo hubiese perdido todo.

Luego de eso, todo fue un viaje a la desesperación, al enojo, al miedo y a la inseguridad de perder a Draco.

Pensó que ya había superado el miedo a la muerte, pero todo parecía seguir atacando la seguridad de Draco, una y otra vez. La sectumsempra fue el comienzo, luego la extraña condición de congelación, el insomnio y la anemia tomados de la mano, y luego verlo en su cama en un estado tan extraño, congelandose con una maldición indescifrable que jamás supo de donde provenía y que es lo que causaba. Y tuvo tanto miedo.

Cada segundo que pasaba, cada día que empezaba y terminaba sin tener ningún resultado, cada hora que pasaba estaba llena de frustración y pánico, a veces creía que le faltaba el aire con sólo pensar en que tal vez, Draco simplemente dejaría de respirar uno de esos días. Fue casi un milagro recordarlo a tiempo, a aquel hombre de horrible reputación pero de excelentes habilidades en la magia oscura.

Fueron tres días y tres noches largas antes de conseguir lo que necesitaban, aún con el precio a pagar y con todo lo que dieron a cambio. Pero fue una buena decisión ya que consiguieron un anillo que anula cualquier maldición con origen desconocido, y cuando regresaron a la mansión, aún con el miedo a que no funcionará empezaron otra vez con el pánico, hasta que notaron como el poco a poco la tez de Draco comenzó a mejorar. Y luego de unos días, Draco al fin despertó.

Y todo estuvo bien de nuevo. Hasta que un día, regresando a la última casa de la calle la hilandera, vió un rostro muy familiar. No quiso detenerse a hablarle, no quiso por que sabía quién era. Como si jamás lo hubiese sacado de su cabeza, como si estuviese pegado en su mente, como si lo hubiese amado...

Sus pasos vacilaron cuando llegó al pórtico.

ᅳSeverus.

Fue casi un susurro, con una voz ronca, casi como si no hubiese hablado en años.

Lo ignoró.

Enserio, intentó hacerlo.

Porque ¿qué se suponía que dijera? "Hola, Black. Escuche de tu escape de azkaban". O  "el uniforme de prisionero combina con tu estado de decadencia" O tal vez...

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