IV. RESIGNACIÓN

51 8 0
                                    

En el momento en que decidió cerrar la puerta, él ya había tomado una decisión. Para él ya no quedaba otro camino más que la muerte.

Cuando pensaba que ya tenía a Shido entre las cuerdas, resulta que era él quien había tenido el control todo el tiempo. Su venganza había fracasado incluso antes de que los Phantom Thieves hubiesen intervenido, y él había sido tan estúpido que no lo vio venir en ningún momento.

Lo único que le había movido durante los últimos años era su sed de venganza. Había matado a muchos en nombre de esa venganza, y ahora había fracasado. Todas las vidas que tomó, todo lo que hizo desde que adquirió sus poderes... Todo había sido en vano. Ya no le quedaban motivos para seguir viviendo, nada que lo invitara a seguir adelante.

Su último combate con los Phantom Thieves lo había dejado sin fuerzas, tanto a nivel físico como psicológico. El peso de las vidas que había tomado se le vino encima de repente, y sostener la pistola entre sus dedos le estaba resultando más difícil que nunca.

Su determinación se había evaporado, y en el momento en que cerró esas compuertas ya se había dado por vencido. Al cerrarlas, la única posibilidad que tenía de salir con vida de aquel combate contra su propia sombra y sus aliados se había esfumado.

A cambio, sintió que por una vez había hecho lo correcto, algo que había sido útil. En cierta forma, los Phantom Thieves le habían salvado. Si cerrando esas compuertas había logrado salvar las vidas de los futuros héroes de Japón, entonces su vida habría tenido algún sentido. Si bien nadie le recordaría como héroe más adelante, se iría a la tumba con la sensación de haber hecho algo bien. Con suerte, al menos los Phantom Thieves le recordarían como quien una vez salvó sus vidas.


Akechi dirigió su mirada hacia la sombra que se encontraba de nuevo frente él, una marioneta que llevaba su misma cara y que se había vuelto a poner en pie, apuntándole con el arma.

Dicen que, cuando estás a punto de morir, ves toda tu vida pasar frente a tus ojos. Ante la visión de aquella pistola pegada ahora a su frente, las imágenes de su pasado se mostraron vívidas ante él.


Desde que nació, siempre había sentido que su existencia era una maldición para los que le rodeaban. Su madre estaba muy enamorada de Shido, que se burló de ella y la abandonó desde que supo que estaba embarazada de él. Su mera existencia no causaba más que pesar a su madre, que recordaba a ese desgraciado siempre que le miraba. Por mucho que él intentaba ser un buen hijo, su madre jamás le aceptó. No veía en él más que la sombra de ese hombre que la abandonó, y no consiguió de ella ni una sonrisa siquiera.

Tampoco contaba con el apoyo de la gente del pueblo, el lugar que vio nacer a Shido y cuyos habitantes estaban de su parte por ser una de las familias más poderosas de la zona. La madre de Akechi, abandonada y humillada, era una fuente constante de chismes por parte de la gente del lugar. No tenía mejor reputación Akechi, el hijo bastardo de una cualquiera que tuvo la mala fortuna de juntarse con Shido.

Akechi trataba de mantener la compostura por su madre, pero ella lo miró con desprecio hasta el final. Cuando apenas tenía 10 años, su madre llegó a su límite y puso fin a su propia vida delante de los ojos de su pequeño hijo. Por mucho que gritó y lloró, nadie le ayudó.

Después de eso, Akechi pasó a manos de familiares lejanos de su madre, que lo aceptaban reticentes. Su fama de niño maldito hacía que no buscasen más que deshacerse de él, con lo que no tardaban en enviarlo a un hogar diferente desde que tenían ocasión. Finalmente, cuando tuvo edad suficiente para comenzar a trabajar, Akechi comenzó su carrera como detective y se independizó, liberándose al fin de la carga de ocupar hogares donde no era bienvenido.


Durante el desarrollo de todos estos eventos, el odio de Akechi por quien fuera su padre de sangre no hacía más que incrementar. Incluso sin conocerlo, ese hombre le había arruinado la vida. Había caído sobre él una terrible maldición por el simple hecho de ser su hijo, aun cuando él no había hecho nada para merecer que todo el mundo lo odiase.

Para cuando se convirtió en el nuevo "príncipe detective", Akechi ya no confiaba en nadie. Aunque empezó a ganar fama y la gente le mostraba cariño, lo hacían porque nadie sabía quién era en realidad. Era consciente de que la fama y el cariño del público era tan efímero como la nieve, y la sangre maldita que corría por sus venas tarde o temprano podía salir a la luz. Contar con el apoyo de la gente le hacía sentir mejor, pero en el fondo sabía que la opinión del público era muy volátil y que ese apoyo tenía fecha de caducidad.


Mirando atrás ahora, la primera vez que realmente sintió un respeto genuino por parte de alguien fue cuando le conoció a él. Ren Amamiya, el líder de los Phantom Thieves. Cuando supo de la existencia de la banda, los vio como una amenaza a sus planes y se acercó a él con la única intención de extraer información y detenerlos antes de que pudiesen interferir en su venganza.

No obstante, sus interacciones con el joven ladrón le hicieron sentir cosas que jamás antes había experimentado. Por algún motivo, sentía que podía confiar en él. Era una persona con la cual le resultaba fácil abrirse, alguien cuya presencia le transmitía tranquilidad. Más de una vez se sorprendió a sí mismo dirigiéndose a Leblanc de forma inconsciente, buscando encontrárselo allí para charlar un poco después de un día difícil.

Aunque iba en contra de sus planes, había desarrollado cierto cariño por el líder de los ladrones. Sabía que, si la banda continuaba en activo, tarde o temprano tendría que traicionarlo, pero aún así no podía controlar esa parte de él que aún buscaba el reconocimiento y cariño de otros.

Sabía que Ren no confiaba en él desde el principio, aunque teniendo en cuenta que luchaban en bandos opuestos (eran un detective que colaboraba con la policía y el líder de una banda de ladrones, al fin y al cabo), es natural que quisiera guardar las distancias. No obstante, sí que parecía existir un respeto mutuo entre ambos, que era mucho más de lo que había recibido hasta ahora.

Al contrario que su padre y todos esos adultos que se burlaron de él, al contrario que todos esos policías que desacreditaban sus habilidades sólo por ser joven y al contrario también que un público que lo admiraba durante un minuto y al día siguiente lo criticaba sin motivo... Al contrario que todos ellos, Ren le trató siempre como a un igual y su respeto por él parecía genuino.

Con él no se sentía como un pequeño insecto al que había que aplastar, ni tampoco un dios inalcanzable al que no había que tocar. Era simplemente una persona más, alguien que era incluso digno de considerar un rival en igualdad de condiciones. Habiendo pasado tanto tiempo solo a lo largo de su vida, la sensación le resultó reconfortante.


Ahora que se acercaba el final, siendo franco consigo mismo, tenía que admitir que le habría gustado tener la oportunidad de conocerlo más. Si las cosas hubiesen sido diferentes, quizás habría sido posible. Lamentablemente, Shido era su padre y su venganza era su prioridad número uno. Lamentablemente, Ren era la persona que lideraba al equipo de ladrones que tenían la capacidad de acceder al Metaverso. Lamentablemente, ladrón y detective trabajaban en lados opuestos de la ley.

Siendo quienes eran, ninguno de los dos podía bajar la guardia completamente delante del otro. Por mucho que hubiese algo en común que los uniera, jamás podrían haber confiado plenamente el uno en el otro. Nunca fue posible forjar una amistad a través de una unión envuelta en mentiras.

La ligera presión del cañón de la pistola tocando su frente le trajo de vuelta a la realidad. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, y fue entonces cuando entendió que alguna parte de él aún no quería morir. Sonrió, resignado, esperando la llegada de una muerte que sabía que era inevitable...

El niño malditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora