U N O

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Park Jimin.

Park.

Jimin.

Con una pronunciación fuerte, lengua tocando el paladar de manera efímera. Rozando dientes para el nombre, y tocando labios para la segunda parte de este.

¿Qué podría pasar por la mente de un mortal al ser bendecido por escuchar tal nombre?

Park. Figura autoritaria seguramente. A veces miedo, o simplemente respeto.

Jimin, suave. Muy suave, como un paraíso. O peligroso. Nunca se sabe que esperar detrás de tanta belleza posiblemente engañosa.

Nació un 13 de octubre. Fecha en la que nacieron un sin fin de artistas, y en dónde murieron grandes pecadores.
Fue un día frío. Las nubes permanecían neutras, apenas provocando alguna emoción a quien las miraba.

Las flores no nacieron ese día.

Las flores no nacieron en la casa de los Park a partir de ese día. Eran un poco orgullosas a decir verdad, no soportaban que su belleza haya perdido valor. Porque ni sus pétalos, gracia y belleza podrían ser admiradas, vistas con los mismos ojos con los cuales observaron a Park Jimin ese día.

El mundo se detuvo, o al menos en aquel lugar no hubo quien no suspirara cuando viese tales facciones, tranquilidad y encanto.
Pesó seis libras, salud impecable, piel blanca con tonalidades carmesies en la zona de sus pies, manos y mejillas.
Aquel día, Charlotte Park no podía creer que esa criatura había nacido de ella.

 Aquel día, Charlotte Park no podía creer que esa criatura había nacido de ella

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No fue la única campanada, solo fue la primera de tantas.

Salir era de las actividades menos favoritas de su madre, porque aquello significaba parar de caminar por cualquier anciano o mujer que quisiera apretar sus mejillas o halagarlo.
Era la raíz del orgullo y posible narcisismo que tenía, pero aún no se daba cuenta del poder que poseía.

Aún.

Alexander Park era posiblemente el hombre menos tolerante en la faz de la tierra. Era controlador, estricto y algo-espantosamente- perfeccionista. Creció en un ambiente donde los hombres debían lucir como hombres, actuar como hombres y pensar como hombres. Expresiones, duras, marcadas. Carácter recto e inquebrantable. Nunca manifestó que su descendencia fuese de esta forma porque estaba seguro de que así sería.
Cuando vino al mundo su primogénito, fue el más hermoso castigo que la vida le pudo regalar. Porque aún si era poco tolerante con lo que no le parecía, cayó rendido ante los encantos de Jimin. Siempre juró que nadie tendría poder sobre él, sin embargo, los ojos de cachorro de color avellana tenían un pie sobre su cabeza.

Cuando tenía 5 años, se había escabullido en la habitación de sus padres, no por alguna travesura grave. Jimin solo tenía una fascinación.

La elegancia femenina.

Su aura era como tal, pero necesitaba sentirse como su madre, como todas las mujeres que veía. Quería aplicar algo de lo que alguna vez había escuchado...
"Las mujeres bonitas tenían poder sobre hombres poderosos"

Bueno, Jimin no era una mujer, y tampoco mostraba interés en serlo. Solo queria probar si el tenía tal vigor.
Solo bastó un poco de brillo en sus labios y una sombra rosa palo alrededor de sus ojos avellana. Solo aquello bastó para sentirse como alguien diferente.

Su sonrisa se asomaba con más frecuencia a medida que se veía al espejo, era encantador.

Su madre-quien estaba buscándolo-entró de forma sorpresiva a su habitación, y aunque la escena fue meramente tierna, su cuerpo se heló. Su piel palideció y la sonrisa que tenía en sus labios desapareció. No era la escena que desbordaba ternura, era porque estaban a punto de bajar a la reunión familiar que se presentaba ese día. Estaba consiente de cómo era la familia de su marido y a pesar de que la habían formado con poner la educación de su hijo en manos de su esposo, no quería lanzar a su hijo como una presa.

Jimin no comprendió tal preocupación claramente expresada, pero por intentar animar la situación, en medio de risas escapó de su madre.

Ella lo reprendió con evidente miedo. Jimin se dirigía a las escaleras.
Cuando en medio de la sala, el niño hizo su aparición, la mujer llegó tras él, con las manos sin saber que hacer, mientras veía a su marido con una expresión atónita. Las personas a su alrededor sonrieron, otros lucían igual de confundidos, mientras algunos solo veían inocencia.

Quizás los abuelos solían ser las personas más encantadoras para cualquiera, pero el señor Park no lo fue. Nunca.

No entraba en el estereotipo de abuelo tierno y consentidor. Fue comandante del ejército y creció con varios hermanos. Sí, lo suficientemente cruel y tradicional.

Por ello, apenas vio a su primer nieto arrugó sus facciones formando una expresión ofendida. Refutó vilmente, de forma grotesca fue grosero con el niño. Alzando su voz en palabras que hirieron su corazón, hizo lo que nadie había logrado, ni nadie se había atrevido.

Hacerlo llorar.

Fue una de las pocas veces que Alexander Park vio a su hijo llorar porque ni siquiera el tuvo tales agallas, y a pesar de que sus opiniones eran igual de tradicionales, una ira irrefutable lo embargó, su vena brotó de su sien y de su cuello, la copa que permanecía en sus manos se quebró por la fuerza ejercida llamando la atención de los presentes y sus ojos enrojecieron.

-Pídele perdón a mi hijo.
Nadie creyó escuchar. ¿Alexander Park dándole órdenes a su padre?

-¿Uh?-preguntó con su cara en medio de la confusión y la burla-¿De que hablas, Alexander?

-¡Pídele perdón a mi hijo si no quieres que te saque de mi casa y no vuelvas a entrar nunca!

Gritó. Aún si el silencio ya estaba presente, fue mil veces peor.
Siempre había tenido control, siempre. Más aún con la figura que tanto admiraba, pero un malestar en su estómago y cabeza se manifestó cuando vio a su hijo llorar.

Ofendido, el hombre dió una última mirada de enojo y se marchó dando fuertes pisadas, lo siguió su esposa, hijos, sobrinos y finalmente nadie estuvo en casa.

Cuando Jimin se calmó, yacía sentado en el sofá, con los ojos hinchados y los labios rojos. Su padre arrodillado frente a él, tomaba sus pequeñas manos y las ubicaba en su frente. No recordaba cuántas veces pidió perdón en nombre de su padre, pero Jimin recordaba sus palabras.

Fueron largos seis meses sin contacto con la familia. Por supuesto le afectaba a Alexander. Pero no reprochó, era orgulloso. Veía aquel día por la ventana el gran jardín y reflexionaba de un tema desconocido. Aquella imagen la tenía Jimin mientras jugaba en su oficina con los soldados que le obsequió.

Al día siguiente, Jimin bajó a cenar, y fue una inevitable sorpresa. Su abuelo hizo aparición de forma sorpresiva, sin embargo, a pesar de que el miedo era evidente, la mirada de su abuelo era vulnerable, con pocas lágrimas a su alrededor. El anciano caminó hasta él bajo la atenta mirada de sus padres, transmitiendo seguridad que provocó que no retrocediera.

Jimin no lo entendía. Siempre creyó que los hombres tercos nunca cambiaban.

Pero fue ahí. Solo ahí.

Su abuelo, se arrodilló frente a él y tomó sus manos poniendolas en su frente, en señal de perdón. Park Jimin se dió cuenta de lo que nunca tuvo que.

Park Jimin, fue consiente del poder que tenía sobre el resto, y aquello lo volvió el ser más peligroso en la faz de la tierra.

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