14-RUPTURA

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Elisa había tomado una decisión, y no tenía intención de echarse para atrás, cuando el tierno joven de tez morena se acercó a la cama con una pequeña mesa de desayuno y una pequeña cajita de regalo, no se contuvo.

—Ya no puedo seguir con esto—declaró secamente, con la voz un tanto ronca, no hace mucho acaba de despertar descubriendo que solo ella y No se encontraban en la cama, tuvo una leve sospecha de donde se encontraría su joven y torpe don Juan. —Creo que he llegado demasiado lejos con esto— estaba desnuda y se cubría únicamente con la fina sábana.

El ingenuo joven que llevaba una alegre sonrisa dibujada en su rostro gradualmente la perdió, sus manos aflojaron ligeramente la pequeña mesa en sus manos y la canción que tarareaba alegremente en su corazón se detuvo por completo.

—¿A qué te refieres?— replicó con una mueca incómoda, él sabía claramente a que se refería, su estúpida pregunta solo fue el último clavo del ataúd de esta relación, que se esmeraba por conservar.

—Tú sabes a qué me refiero— declaró Elisa secamente con la mirada firme en los brillantes y redondos ojos de Darío.

—Pero, pero... yo hice ... hice todo bien... si es por el sexo, te prometo que puedo mejorar, encontraré la manera de ... —la voz del joven era frenética y llevaba un claro aire de llanto en su interior, logro mantener la compostura para colocar la mesa en el suelo y tomar la pequeña cajita que estaba en ella, las lágrimas que retuvo ahogadas en su interior se negaron a permanecer ocultas, de rodillas frente a la única persona que había amado con dedicación y devoción, extendió el pequeño regalo en ofrenda a las manos que en este día insistían en decir adiós de nuevo; sin entender por qué no podía alejarse de este dañino amor unilateral al punto de humillarse sin titubear, por ella moriría una y otre vez esperando que en alguna de esas vidas fuera finalmente aceptado. Una sollozante y ahogada súplica salió de los tiernos y juveniles labios, sin atreverse a levantar su lamentable rostro.

—Elisa ... Por favor ... yo ... yo te amo— la pequeña caja seguía suspendida en su mano, sujetada por el dolor de la negación de alejarse de su amada.

Elisa se levantó del altar blanco y acolchado que era esa enorme cama, envuelta delicadamente por la traslúcida sabana, haciéndola lucir como una despiadada diosa del olimpo, a punto de dictar el castigo eterno para esta pobre y jovial alma enamorada. Se acercó al deplorable ser casi derretido en desgracia frente a ella, que con lo último de su fe sostenía el brillante regalo en alto, ella cubrió su ofrenda con sus palmas, por un momento el afligido corazón se vio aliviado, pero...

—Eres el hombre más maravilloso que he conocido—Expresó la diosa las primeras palabras de su castigo. —Me odio a mi misma por todo lo que te he hecho sufrir— Cada palabra aumentaba la impaciencia en el repudiado suplicante. —Soy una persona horrible por como te he tratado, me he aprovechado de ese dulce amor que con tanto ardor quieres entregarme, es solo... es solo que, por un momento, pensé que con tu amor bastaría para los dos... nunca pude haber estado más equivocada—. Las manos que arrullaban la excepcional ofrenda temblaban. —Creí que si tú me amabas con tanto exceso, en algún momento, yo podría sentir lo mismo... pero ahora sé que aunque me esfuerce mil vidas en amarte como tú me amas a mí, jamás podría lograrlo, es tan simple, como tener la certeza que esta maravillosa persona que tengo frente a mí, está separada de mi amor por un muro de aprecio y amistad infinitas que hoy lamento perder, que intente mantener a toda costa y que ahora solo podemos tomar caminos separados para jamás volver a lo que una vez fuimos, el único motivo por el que no hice esto antes es porque de una manera egoísta quería mantenerte a mi lado a toda costa, sin importar la falacia que tuviera que crear a nuestro alrededor... soy un desperdicio humano y por eso te pido perdón, espero que en esta vida logres otorgarme ese favor—La mirada de Elisa era resoluta e irrevocable, la sentencia se había dictado, lo que ahora era, no volvería a ser, y lo que fue permanecería como un recuerdo en el que nunca podrían converger de nuevo.

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