Capítulo 1: La piba nueva

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El potente y caluroso sol veraniego había caído bajo el horizonte hace apenas unos minutos. Las vecinas del barrio charlaban en la vereda y sus niños se disputaban un picadito al medio de la calle, que para su disgusto, tuvo que ser interrumpido cuando pasamos en bicicleta por encima de su cancha improvisada.

Con paciencia esperaron, algunos descansando las manos sobre sus caderas, otros limpiándose el sudor de la frente; hasta que los dejamos atrás y continuaron su intenso partido de fútbol.

Avanzamos por la calle rumbo a nuestro destino. Bueno... Más bien, mis amigos avanzaron, yo iba atrás sosteniéndome de los hombros del Abuelo que pedaleaba cuesta arriba en su bicicleta bmx.

Lo apodamos el 'Abuelo', no porque sea un señor que lee el diario mientras se toma un café en el bar de la esquina, sino porque era el mayor de todo el curso. No era mucha la diferencia de edad que teníamos, apenas tenía diecinueve y el resto diecisiete, recién comenzamos a cumplir dieciocho este nuevo año, pero el apodo le quedó y él lo aceptó.

El Abuelo era un pibe que imponía respeto, por eso los payasos de la escuela se lo pensaban dos veces antes de buscarle algún bardo, con excepción de nuestro compañero Nacho, que siempre andaba provocándolo. Aunque, a mi ruludo amigo no le molestaba tener su atención, más bien, le resultaba entretenido pelear con ese chico, quién fue el autor del susodicho apodo.

Conocí al Abuelo en un recital de una banda tributo hace algún tiempo, por eso cuando repitió y se integró a nuestro curso no tardamos nada en hacernos amigos. Junto a él y Matías, mi mejor amigo de toda la vida, teníamos nuestro grupito inseparable.

Con ellos iba a todas partes y por eso estábamos yendo a la juntada organizada por otro de nuestros compañeros.

Con Mati estábamos por no ir, pero el Abuelo insistió que deberíamos hacerlo porque se acercaba nuestro último año de secundaria y que lo mejor sería disfrutar yendo a todas las fiestas que organizaran nuestros compañeros más chetos en sus quintas del barrio acomodado.

Yo coincidía con él, pero tenía sentimientos encontrados, porque tenía motivos para ir y para no ir.

Tanto él como yo, teníamos un motivo en común: nos gustaba un chico. En mi caso se trataba de Thiago Soto, el típico pibe divertido y fachero que siempre llamaba la atención de todo el mundo, incluyéndome.

Aunque Thiago me gustaba de una forma platónica, sabía que un pibe como él jamás me daría bola a mí. O quizás sí, pero no de una manera sería... Y por más que me entusiasmara la idea, no iba a permitir que me usara por una noche.

Además, seguía gustándome y quería verlo, pero comenzaba a sentir que mis sentimientos por él ya no eran tan fuertes como antes. De aparecer alguien más, quizás, terminaría por olvidarme de este amor platónico que sentía por este chico.

Lo mejor que podría hacer para olvidarlo es no ir a su juntada, pero al final quería pasarla bien con amigos, comer algo rico y tomar cerveza. Solo esperaba que no me hicieran sentir mal, porque había alguien en el grupo cheto de Thiago que me caía como el orto, porque siempre se reía de mi ropa, mi cabello o manera de ser.

Y ahí estaba mi otro motivo para no ir: Milagros Schwartz, una piba de familia adinerada que desde el primer año de secundaria me ha hecho la vida imposible. Sus comentarios sobre mí y mis inútiles habilidades deportivas en educación física, me han hecho llorar más de una vez.

Por suerte Mati y el Abuelo me acompañaban y estaban ahí para apoyarme ante cualquier hostigamiento del grupito cheto del curso.

Volviendo a hablar del curso en general, la llegada del último año nos había unido bastante, a pesar de nuestras diferencias entre algunos de nosotros. La única manzana podrida era Milagros, pero dentro de todo se había formado una hermandad nostálgica que se encendió el año anterior y por eso, en el grupo de Facebook que teníamos para comunicarnos, todos habían expresado muy emocionados que no se perderían de la reunión.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora