Capítulo 2: El último primer día

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Nuestro primer día de clases fue un caluroso 27 de febrero, que comenzó con una mañana agradable y bien templada, con cielo despejado y poco viento; ideal para lucir nuestras nuevas remeras de promoción que rezaban un enorme: «Egresados 2012», en la parte trasera y nuestro apodo en parte inferior derecha de adelante, el logo de la escuela lo tenía en el pecho sobre el costado izquierdo.

Aún podía sentírsele el aroma a nuevo, al igual que la campera que aún no estrenaba. ¡Me encantaba!

¡Estaba tan feliz y emocionada! Porque era nuestro último primer día de clases en la secundaria, ese que tanto esperábamos y del que tanto conversamos este verano con mis amigos y compañeros.

¡Era el comienzo de nuestro último año de escuela! Esperaba que fuera épico y divertido, me entusiasmaba la idea de disfrutarlo a más no poder, para concentrarme en mis planes a futuro el siguiente año.

Porque mis planes me llevaría lejos del pueblo, de mis amigos y el barrio. La universidad más cercana estaba en una ciudad como a cuatro horas y ya me había decidido a irme, sería un enorme cambio y una oportunidad para cumplir mis sueños.

Por eso tenía que disfrutar esto ahora, porque todo cambiaría y ya nada volverá a ser igual.

Al terminar mis reflexiones, suspiré orgullosa y caminé hacia la plaza donde habíamos quedado de juntarnos con mis compañeros. La idea era llegar todos juntos a la escuela, cantando y celebrando este día tan especial.

Tal como lo habíamos planeado en nuestro grupo de Facebook, nos juntamos y nos preparamos. La emoción dentro de mí crecía poco a poco con cada frase de las canciones que cantábamos, cuando llegamos a la escuela, todo fue una fiesta.

Los de los años más chicos nos miraban raro, como si les diéramos vergüenza ajena y quizás sí dábamos vergüenza ajena, pero para nosotros esto era una celebración, ¡era nuestro último año! ¡Éramos la promo 2012!

Seguro a ellos les pasará lo mismo cuando les toque.

Al ser un día de celebración, los chicos llevaron cerveza a escondidas para tomar en la escuela.

¡Nunca en mi vida había tomado cerveza a la mañana tan temprano! Pero era una nueva experiencia, además había que festejar a lo grande... Eso fue lo que nos habíamos propuesto en nuestra última juntada donde conocí a la linda piba nueva.

En el grupo de Facebook hubo mucha discusión sobre traer cerveza a la escuela, muchos temían que nos sancionaran y a otros les gustaba la idea.

Para mi amigo el Abuelo era algo de lo más normal tomar en la escuela, pero para muchos como yo era toda una picardía. Y así fue, la primera hora la habíamos tenido libre, así que uno de los chicos se quedó a vigilar que no se acercara el preceptor al curso y aprovechamos de brindar con nuestras latas.

¡Fue tan emocionante beber mirando de reojo la puerta y la ventana! Si alguien nos veía nos íbamos a meter en tremendo bardo. El corazón me iba a mil y la adrenalina me hacía reír emocionada.

—Me dan ternura —sonrió el Abuelo al vernos emocionados por nuestra increíble hazaña.

—No seas corta mambo, viejo —dije para que deje de reírse de nosotros.

Él se reía porque el muy vago atorrante se ha escabiado en la escuela más de una vez. Por eso, entre los pasillos tenía una cierta mala fama, aunque no todo lo que se decía de él era verdad, Julián Espinoza, nuestro querido Abuelo, era un pibe muy amable y segundero.

Por eso fue él quien se encargó de guardar en su mochila todas las latas vacías para después tirarlas. ¡Traía la mochila casi vacía! Porque no andaba con útiles, apenas tenía unas hojas y una lapicera para ser más práctico, según él. En parte le daba la razón y había empezado a imitarlo trayendo menos cosas, pero mi carpeta con logos de mis bandas favoritas jamás se quedaría en casa.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora