Capítulo 4: Solicitud de amistad

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 Los jueves teníamos educación física y como en todos los años estaba destinada a pasarla como el orto en cada clase. La profesora siempre nos dividía: los chicos, por un lado, y las chicas, por el otro, y a pesar de que me llevaba bien con mis compañeras, me sentía sola sin mis amigos.

Ellos jugaban al fútbol en otra cancha y nosotras al vóley. Como siempre nos dividimos en dos equipos; esta vez Pilu era la capitana de uno y Micaela de otro. Así empezaron a elegir sus integrantes, cada una eligió primero a sus amigas y luego el resto. Como siempre yo quedé casi al último como un descarte.

Cuando conformamos los equipos empezamos a jugar. Debía admitir que no era muy buena y siempre ligaba algún insulto por eso...

Sí, de Milagros.

Tanto ella, como Pilu y Camila Soto, habían jugado y juegan en clubes, por eso sabían bastante sobre vóley, a pesar de que las dos primeras ya no jugaban, aún llevaban consigo esos años de entrenamiento. En cambio, yo era una inútil en los deportes, nunca en mi vida había hecho algo, lo mío era más la música.

Ese era otro motivo por el que quedaba de descarte en la elección de equipos. Era un poco frustrante, pero me había acostumbrado.

Lo que me alteraba era lo demasiado competitiva que era Milagros y lo grosera que se volvía con todas. ¡Ni siquiera Camila se ponía tan densa con ganar! Y eso que ella jugaba en el equipo que representaba al pueblo, había viajado a otros lugares y tenía grandes ofertas y oportunidades para cuando termináramos la secundaria.

Si alguien tenía motivos para bardearme era ella, que sabía más, no Milagros. ¡Y ni así!

Por eso mismo no me decía nada, porque insultar a una compañera era antideportivo y ella se tomaba muy en serio esas cosas. Además, a Camila Soto mucho no le importaba lo que hacíamos las demás, solo nos restregaba en la cara lo buena que era con esa postura de niña buena que hace yoga todas las mañanas.

Era bonita, pero no llamaba mi atención, a diferencia de a mi amigo Matías, que siempre la miraba como boludo y no le decía nada. Quizás porque era tímido o porque ella era intimidante... Camila Soto pertenecía a la familia más ricachona del pueblo, de algún modo siempre se hacían ver y daban de qué hablar en el pueblo.

Lo suyo eran los deportes, donde se destacaba y llamaba la atención de todos los chicos, similar a su primo Thiago, que organizaba fiestas en su casa donde la mayoría de las invitadas eran chicas.

Cuando comenzamos a jugar, Milagros empezó a dar órdenes y a más de una le molestó. Lo peor vino para mí cuando rotamos y esta notó que el saque me tocaba a mí, entonces hizo caras de disgusto, pero traté de no darle importancia.

Quería que me saliera bien, había estado practicando momentos antes con otra compañera durante el calentamiento y estaba segura de que había aprendido a sacar al menos.

Preparé la pelota y la golpeé, pero para mi mala suerte salió todo mal y Milagros se alteró.

—¡Dios! ¡Qué inútil esta piba! —renegó mirándome mal—. ¡Así vamos a perder, Verónica!

—Bueno, es una falta nomás. —Natalie interfirió tratando de calmar las aguas.

—Es un hermosísimo deporte arruinado por compañeras inútiles. ¡La profe no tendría que dejarlas jugar!

—¡Mili! No seas así. —Pilu se acercó a la rubia.

Apreté los labios con bronca, tenía ganas de tirarla de las mechas para que se callara y me dejara hacer el saque con tranquilidad, aunque lo que más quería era no jugar como decía ella. Prefería que nos hicieran hacer sentadillas o trotar a los alrededores de la cancha antes que estar parada haciendo el ridículo.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora