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La llegada de un nuevo año bendijo a los Kim con una bella niña a la que llamaron Jennie. Kim Jihoon y su esposa, Kim Hyojin, llevaban años esperando por algún atisbo de buena suerte, después de que, tres años antes, perdieran su empresa por la crisis asiática de los 90's y la mujer padeciera un cáncer de ovario que aparentemente la había dejado infértil. El nacimiento de la niña fue, en efecto, un milagro.

Si los Kim hubieran sabido que el milagro había sido enviado por Dios personalmente, hubieran comprendido los eventos que acompañarían sus días en adelante, pero, en cambio, se rebozaron de la fortuna que les había traído el nacimiento de su única hija, sin preguntarse nunca porqué se quedaba viendo al cielo con tanto fervor durante horas, o por qué las plantas parecían verla, un pequeño sol en la tierra. Después de su nacimiento, su padre ganó la lotería e invirtió nuevamente en un lucrativo negocio que lo hizo repuntar entre los inversionistas más destacados de Corea. Su madre, que, mientras paseaba a su bebé, se topó con cazadores de talentos que inmediatamente se derritieron ante la inconcebible belleza que la niña expresó desde siempre, acabó iniciándola tempranamente en el arte del modelaje, y con el dinero, fundó una marca de ropa femenina que cada año crecía exponencialmente en ventas. Todo gracias a, según ellos, la singular existencia de su Jennie.

No lloró al nacer. Su madre pensó que la habían reemplazado con una muñeca, pues tenía la apariencia de un bebé de porcelana apacible y dormido. Tenía gestos muy elegantes, y aires de sabiduría para nada propios de una recién nacida. Durante los primeros meses de su vida, aprendió a caminar y, para horror de sus padres, se paraba en lugares altos contemplando el serio con un semblante melancólico, a partir de esto, le prohibieron subir a cualquier plataforma elevada y contrataron a múltiples cuidadoras para que la acompañaran. ¡Qué tragedia más grande sería perder un símbolo de tanta buena suerte!

—¿Y sabes a qué le debo todo esto, Jicheol-ah? A mi pequeña princesa, Jennie—, decía su padre a su mejor amigo, mientras apachurraba a su niña de apenas tres años entre sus brazos. Hoy era su tercer cumpleaños y aún no había dicho ni una sola palabra.

Entre todo el bullicio que sus padres habían armado para hacerle una fiesta ostentosa y extravagante, nadie realmente observó a Jennie, que trepó afuera de la ventana al techo de su casa y se sentó, mirando las nubes dibujar animales de todas las formas que hay.

Sólo el grito de horror de una de sus niñeras captó la atención de todos.

—¡Princesa, salta a mis brazos! —Gritaba desesperado su padre.

—No, papá—, musitó, dejando a los presentes atónitos. —Estoy bien, las nubes dicen que no me dejarán caer.

Desde entonces, estos raros comportamientos ocurrieron con frecuencia, pero los señores Kim no le otorgaron mayor importancia. Su hija seguía destacándose en todo sentido de los demás y no parecía tener ningún problema en particular. Nunca les fue difícil darle de comer ni que hiciera ejercicio, nunca se quejó por tener que dejar de jugar o hacer lo que le dijeran. Tenía un carácter un poco pasivo y plano, pero no era necesario que fuera explosiva y carismática, su belleza atraía a suficientes personas como para que nunca fuese dejada de lado, y los señores Kim pensaban que esa forma de ser la mantendría a salvo de personas que quisieran usarla para sus propias metas.

Jennie era el milagro únicamente de ellos.

Cuando entró en la adolescencia, todos sus pares se sentían intimidados por ella. Chicos y chicas la veían con admiración y con recelo, y ella, que nunca había tenido un amigo, no supo acercarse a ellos tampoco. Era educada en su hogar, por profesores privados que no mantenían con ella mayor relación que la estrictamente profesional, pero que tenían muy buena opinión de ella.

𝗔𝗡𝗚𝗘𝗟 - 𝗍𝖺𝖾𝗇𝗇𝗂𝖾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora