Llegué un lunes a Florida, y visité la universidad el martes. Era jueves, y había notado la presencia de mi compañero de piso contadas veces. No me gustaban las malas vibras que traía no llevarse bien con alguien con quien tenías que convivir, pero casi prefería no encontrarme con él.El martes por la noche oí cómo reía por teléfono con alguien, asomado a la ventana de su habitación. No sé si se dio cuenta de que la mía también estaba abierta. Era una risa apagada, como si le estuviese haciendo gracia aquello que le estaban contando pero reprimiese las ganas de reír a carcajadas. Me dormí imaginándome como le quedaría reírse en su cara arrogante.
El miércoles, no lo vi por la mañana cuando se fue pero sí cuando volví de la compra. La ventana del salón estaba abierta y él sentado en las escaleras de incendios, fumándose un cigarro. Me dirigió una mirada fría que duró un milisegundo. Creo que hacía como si yo no existiera.
Ese día, jueves, me levanté como de costumbre sin muchas ganas de hacer nada. Me regañé a mi misma porque debía aprovechar los días antes de las clases para hacer algo, como visitar algún sitio turístico o saber dónde podía comprar las cosas más baratas, o conseguir alguna decoración para mi cuarto. Luego me convencí a mi misma de que ya habría tiempo para eso y que estaba mejor siendo perezosa en casa. Qué se le va a hacer; quien nace vago, se queda vago.
Cuando salí de mi habitación para ir al baño parecía que no había nadie en casa. Parecía, porque ya no me fiaba de mis sentidos. Puede que Lucas estuviera escondido en algún lugar, incluso cuando estaba convencida de haber oído el portazo esa mañana también.
Desayuné viendo capítulos repetidos de El asombroso mundo de Gumball. Cuando estaba por mi última cuchara de cereales, alguien golpeó la ventana.
Sam.
— Al igual que bajas esas escaleras, podrías usar el ascensor y tocar a la puerta.— dije cuando le abrí.
El entró sonriendo alegremente como siempre.
— Ya pero es que es menos emocionante.— con un rápido movimiento me despeinó el pelo y se hizo paso a la cocina.
Me volví a sentar en el sofá para terminar mis cereales. A los minutos, volvió a aparecer con una taza en la que supuse que había té verde, y unas galletas. Se sentó al otro lado del sofá.
— Tengo que aprovechar que Lucas no está para sentarme en su lugar favorito.— dijo con una risita. Le miré confundida.— Nunca deja a nadie sentarse en este lado.— explicó.
Puse los los ojos en blanco.
Todo me pintaba a que iba a vivir con un obsesionado del control. Pero al repasar sus "normas", no recordé ninguna que dijese nada sobre sentarme en ese lugar del sofa. Sonreí maliciosamente para mis adentros. A ver quién me levantaba a mí de ese lugar cuando me sentara.
— ¿Cuando empiezas las clases? — le pregunté.
— La verdad es que no lo sé.— encogió los hombros.
— ¿Cómo que no lo sabes? — le miré incrédula. — ¿Sabes al menos que estamos en septiembre?
Se rió.
— Pues claro que sé que es septiembre.— luego hizo un gesto con la mano como restándole importancia.— Ya le preguntaré a mi novia cuándo empezamos las clases.
— ¿Sales con alguien de tu curso?
— Sí. Algún día te la presento.— me miró divertido señalando la tele.— Creo que le vas a caer bien. A ella también le gusta El asombroso mundo de Gumball.
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𝑰𝒏𝒆𝒓𝒄𝒊𝒂 ©
Teen Fiction***** Que a Ilaira le aceptasen en una de las mejores universidades de física era un logro. Que le diesen una beca que cubría el 70% del coste era más que un logro. Que esa universidad estuviese en una de sus ciudades favoritas también era un logro...