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Aquella mañana se había levantado con un poco más de ánimo que los días anteriores. Había pasado una semana desde aquella tarde en la cual llegó a la vida mundana y compró su primera guitarra. Había pasado una semana desde que había conocido a aquel mundano llamado Paul y no se había atrevido a llamarlo.

Había decidido comenzar a avanzar como un simple mundano, algo que aún le costaba. Había comprado un libro de cocina para aprender a cocinar, había aprendido a realizar los quehaceres de una casa, aunque los primeros días le había costado aprender a realizar una cama, barrer y trapear. Aún no comprendía muy bien ciertas cosas, ciertos pensamientos, la psicología que llevaban los humanos con sus creencias e ideologías.

Aquella misma mañana, se atrevió por primera vez a ocupar el teléfono, ya que le había costado un poco aprender a marcar los números, comprendiendo que ya no podía simplemente aparecer en los lugares que deseaba con tan sólo un decreto, un pensamiento. Aquella misma mañana había aceptado que no vería a sus hermanos, que ya no volvería en un buen tiempo a su verdadero hogar. Desde que llegó, ahora esa casa sería su nuevo hogar, y ya no había nada que pudiera hacer para volver. Así que de la mejor manera posible se obligó a pensar en positivo dentro de su negatividad, resignado a realizar de su estadía algo más placentero y duradero.

Después de marcar el número de teléfono que Paul le había dado esperó en línea, el tiempo ahora existía como una regla más de la vida, por lo cual también estaba aprendiendo a tener paciencia, algo que su abuelo siempre le recordó que aquello era una virtud.

Buenos días, ¿con quién tengo el gusto de hablar? —aquella no era la voz de aquel muchacho que conoció en la tienda de guitarras, era más bien una voz femenina—. ¿Hola?

Pronto salió de aquel trance, por primera vez rogó a Dios porque no fuera el número equivocado, no quería creer que un simple mundano le había engañado.

—Buenos días, señorita —contestó de vuelta rascándose la nuca algo... ¿Nervioso?—. No sé con quién tengo el gusto de hablar, pero creo que tú si tienes buen gusto, ya que hablas con John Lennon.

Pudo escuchar una pequeña risilla tras la línea telefónica, desesperándolo por un momento.

Mucho gusto, John Lennon, ¿necesitas algo?

—Sí, estoy buscando a James Paul McCartney.

Oh, buscas a Paul —comentó la joven con voz amable—. Paul se encuentra tomando el desayuno cerca de aquí, no creo que tarde en volver, si gustas podrías dejarme algún recado.

Algo decepcionado por aquel fallido intento de sociabilizar decidió no optar por una segunda llamada.

—No te preocupes, iré directamente para allá.

Señor Lennon, lamento informarle que en horario de trabajo no se nos permite hacer vida social con nuestros amigos.

Ingenua mundana, ¿cuándo he dicho que deseo ser tu amigo? Lamento informar que tal honor no es posible de conceder, al menos invítame un par de copas y lo pensaré.

Dicho esto último decidió colgar, para después ir a colocarse sus mejores prendas para salir a ver una vez más la luz del sol. Al terminar de asearse y arreglar su negra corbata que hacía contraste con su traje, bajó las escaleras dispuesto a salir de casa.

Al salir trató de recordar por dónde debía dirigirse, aún le costaba asimilar que estaba en un lugar que no conocía del todo. Volvió a sentir aquel leve dolor de cabeza antes de comenzar a caminar como si fuera una especie de radar en busca de un tesoro.


[...]

—Paul, ¿podría hablar contigo un momento? —cuestionó la joven pelirroja desde el mostrador.

Amagdeorth. (McLennon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora