PRÓLOGO: SIRENAS

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Los dedos manchados de sangre se mueven despacio, reaccionando en la camilla de la ambulancia. El sonido invasivo de las sirenas despierta a las personas de sus siestas. Madres rompen en llanto desesperado, el pulso de los vecinos se acelera al enterarse de las bajas, una y otra, y otra más. Los padres quieren encerrar a sus hijos y de hecho, ni ellos quieren asomarse a ver lo que sucedió. Vehículos estatales levantan la tierra roja de las calles del barrio, uniformes poco comunes, agentes apurados trasladándose de un punto a otro, demasiado terreno que cubrir. Las entidades de prensa no tienen que pelearse por dar la primicia, porque nadie se anima a hablar al respecto, nadie sabe cómo explicarlo.

Daniel despierta de tomar una siesta en el comedor de la casa de Víctor, sentado en una silla y apoyándose a la mesa. Rápidamente empieza a procesar las consecuencias de su mala postura y se estira los músculos a medida que analiza su entorno con la mirada, al parecer está completamente solo. Se queda pensativo por un momento, mirando a ninguna parte, hasta que llama su atención el sonido de un árbol rechinando, hacia el patio trasero de la residencia. Avanza curioso pero de forma prudente, y abre la puerta para encontrarse con una imagen que le perturba y acelera sus latidos. La procesa con cuidado y a medida que lo hace se va tranquilizando, a pesar de que sigue sin confiar en lo que está delante de sus ojos. Se trata de Cristhian Cuevas, el monstruo del 01 de Octubre, yace derrotado en el territorio de su némesis. La soga con la que asesinó a varias de sus víctimas está con él, por un lado hundiéndose de presión en la carne de una rama y por el otro, presionando el cuello morado del asesinado, casi escondiéndose en sus tejidos, a medida que sus largas piernas cuelgan en el aire y se balancean levemente con la fuerza del viento. Viste su camisa verde opaco y pantalones marrones, cubriendo huesos quebrados y hematomas, pero manchados con sangre, que ni siquiera es la suya, sino de otros. Toda su ira está apagada, él ya no puede dañar a nadie.

Daniel va perdiendo el miedo, a medida que recuerda las atrocidades cometidas, y se da cuenta de que su destino inexorable llegó, y tiene que termina la historia que vio comenzar hace casi dos décadas. Quien es ahora un monstruo alguna vez fue solo un niño incomprendido, y así un enjambre de sentimientos ponzoñosos rodean el aura de Daniel, a medida que se acerca para que finalmente se encuentre cara a cara, en una desventaja aparentemente clara.
Pero por más humano que pueda aparentar siempre hubo algo más en Cristhian, una afición por el sufrimiento ajeno que le permitía omitir totalmente el propio con tal de lograr sus cometidos, e ir más lejos que sus limitaciones físicas. Así, apenas Daniel parpadea, el sujeto de la cara invertida reacciona, y su ira y fuerza se extienden a través de todo su cuerpo en una fracción de segundo, agarra el cuello de su ex compañero de colegio entre sus dos fuertes brazos, y lo presiona con tal intensidad que inmediatamente le causa lesiones graves, sin darle mucho tiempo de reaccionar. Pero Daniel sigue con vida, y en una desventaja enorme por el terror que le provoca el hecho, hace todo lo posible para defenderse, pero Cristhian siempre fue mucho más fuerte, así que tampoco puede ser sorpresa. El monstruo sigue presionando a pesar de los esfuerzos de su presa por huir, y para tenerlo aun más cerca, levanta su cuerpo junto a él, en el aire, y sigue presionando, a medida que ambos cuelgan del árbol, y uno simplemente no puede morir.

El cálido escenario de la siesta se torna en rojo y Daniel, tras tanta anticipación al hecho y aún así sin lograr una diferencia, muere sabiendo que tal vez nada ni nadie, realmente pueda enfrentar al sujeto sin rostro.

II/XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora