𝐍𝐗𝐃𝐄 ➻ 𝐊𝐨𝐨𝐤𝐌𝐢𝐧.

𝐈𝐈

Su aparición en aquel pequeño pueblo fue demasiado misteriosa.
Nadie sabía de donde había salido, ni cuanto tiempo esperaba quedarse, o sin tenía algún compromiso que cumplir en aquel pequeño fin del mundo.

La llegada de aquel joven ligado a la realeza había dado de que hablar al pueblo durante unas semanas.
Todos intrigados y curiosos, ansiosos por tener algo sobre lo que despotricar, pues la mayoría del año todo se mantenía aburrido y monótono.

Siempre las mismas cosas, los mismos lugares y las mismas caras.

Los detalles de como ambos se conocieron eran ahora inciertos en la mente de Jimin. Quien no recordaba muy bien el motivo de su primer encuentro.

Quizás el primero no, pero los muchos que le sucedieron guardaran un lugar en lo profundo de sus memorias.

Solían encontrarse frecuentemente por el centro del pueblo, a veces cuando Jimin salía a hacer recados era fielmente acompañado por la presencia de aquel muchacho.

Hablaban mayormente de trivialidades, sin profundizar demasiado en acontecimientos personales, aunque a Jimin siempre le picó la curiosidad por conocer de sus orígenes.

Sus charlas eran amenas, fluidas en su mayoría y pocas veces los silencios incómodos llegaban a abordarlos.

Gracias a eso Park Jimin descubrió que aquel apuesto noble respondía por el nombre de Jeon Jungkook, que estaba en sus veintidós primaveras, curiosamente al igual que él, y que procedía de la familia real del país de manera lejana, siendo el hijo de uno de los tantos hermanos de la reina.

Jimin también descubrió que el joven Jeon era alguien mucho más misterioso de lo que decían, pues a pesar de mostrar siempre un respeto y cordialidad impropia de cualquier campesino de los alrededores, Jimin a veces sentía su actuar un tanto premeditado. Como si supiera que hacer y como hacerlo en cada momento del día, sin dejar espacio alguno para las coincidencias o altercados del destino.

Antes de que Jimin pudiera siquiera preverlo, se vió envuelto en una meticulosa red que Jeon Jungkook tejía silenciosamente a su alrededor.
Y es que el chico de cabellos negros era demasiado hipnotizante para su propio bien, con esa sonrisa encantadora que ofrecía a todos sin distinción y la elegancia de sus ademanes.

Quizás lo más atrapante de todo eran aquellos ojos encendidos, que le contemplaban como un frío cazador a su inocente presa, escondiendo en ellos la turbulencia de un montón de intenciones indecentes, bajo la falsa capa de la tranquilidad y el aguante.