Capítulo 7: Los edificios del Oeste

88 11 23
                                    


 La periodista del matutino informativo se despedía en la televisión para darle paso al siguiente programa y yo frente al televisor me tomaba el mate cocido de un solo trago porque se me estaba haciendo tarde para la escuela. Mi mamá, desde su habitación, seguía cagándome a pedos por andar de mañosa y no levantarme cuando sonó la alarma.

Estaba fresco y cuando el clima se ponía así mis ganas de levantarme temprano disminuían demasiado, ya se acercaba el otoño y tenía que acostumbrarme a las frías y oscuras mañanas.

Lo único bueno del cambio de clima era que podía estrenar mi campera de egresados de color violeta como la chomba, con un gran «egresados 2012» en la espalda y también mi apodo bordado en mi pecho. ¡Era muy lindo!

Y amaba percibirle el aroma a nueva que aún despedía. Creo que todo esto hacía que las estresantes discusiones del año anterior, para ponernos de acuerdo con los colores y el diseño, habían valido la pena porque la campera era hermosa.

Cuando salí de casa el viento fresco me hizo tiritar a pesar del agradable abrigo, por eso cerré el cierre hasta arriba para que me abrigara más y también usé la capucha. Caminé con prisa esperando que Nati aún estuviera ahí y para mi sorpresa y alegría ella estaba parada en la esquina mirando hacia todos lados con bastantes ansias.

—¡Vero! —pronunció alegre—. Pensé que no ibas a ir, ya estaba por seguir.

—Se me hizo tarde, disculpá. —Empezamos a caminar con apuro para no llegar tarde a la escuela.

—No importa. —Metió sus manos bajo las mangas de su campera parecida a la mía. También tenía frío—. El sábado te vi. —Cambió de tema y como siempre me dejó paralizada.

El frío que tenía se me empezó a ir cuando dijo que me había visto, ese calor que surgía desde mi interior hasta mi rostro empezaba a invadirme poco a poco.

—¿Sí? —Me hice la boluda—. ¿Dónde?

—Pasaste en bici con tus amigos por mi cuadra —Cruzó los brazos para abrigarse.

—¡Ah mirá! —Fingí sorpresa—. No te vi...

—No —interrumpió—, estaba adentro de mi casa, te vi desde la ventana de mi cuarto. Justo da a la calle. —Se estremeció sonriéndome.

—Sí, andábamos dando vueltas al pedo —respondí rascándome la cabeza—. ¿Y cuál era tu casa? —Apreté los labios.

No quería hablar más del tema porque no quería que sospechara que pasé por su cuadra solo por querer verla a ella. Pero la curiosidad me venció, quería saber cuál era su casa.

—Es una que tiene rejas negras, paredes blancas. ¡Tiene dos pisos! Y mi ventana da al costado, pero se ve la calle desde ahí, por eso te vi pasar —dijo acurrucándose sobre sí misma para evitar el molesto viento helado.

Hice lo mismo, tanto caminar contra el viento mi nariz se había puesto húmeda y había empezado a moquear. No tenía pañuelos descartables y frente a Nati no iba a limpiarme con mi ropa.

—¿Y vos Vero? ¿Dónde vivís? —preguntó y abrí los ojos.

—En Los edificios del Oeste —murmuré avergonzada.

Ella asintió con la boca abierta. Apreté los labios pensando que ella podría juzgarme por vivir ahí. Traté de mentalizarme de que Nati no era como Milagros, que se burlaba de esas cosas, ni te juzgaba por tu vestimenta o la zona donde se encontraba tu casa.

—¿Y es peligroso como dicen? —preguntó con inocencia y me sentí peor.

—No, tiene mala fama, pero es tranquilo. —Defendí mi barrio—. Es como el Abuelo —bromeé sobre mi pobre amigo e hice reír a Nati.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora