[ 💌 ] CAPÍTULO 1: Mi amada Ingrid

33 7 1
                                    

Caminar hasta el colegio cada día es más devastador de lo que podría pensarse. No es fácil levantarse de la cama a las seis de la mañana y ya tener que lidiar con los ensordecedores ruidos de los autos. Pero no me queda de otra si quiero estudiar y graduarme algún día. Desearía que eso pase pronto.

— ¡Hey Ingrid! Intenté alcanzarte hace tiempo, ¡pero vas demasiado rápido!

— ¡Ah Rocío! Lo siento, debe ser el miedo inconsciente a llegar tarde. — reí tímidamente.

— No te preocupes, al menos lo logré.

— Ya veo, "tortuga". — la llamé en tono burlón y subí las escaleras que conducían a la puerta del colegio, mientras intentaba escapar de los pellizcos de mi ahora molesta amiga.

— ¡Señoritas! — al parecer, la fría mirada de mi profesor había detenido mi escape.

— ¡Oh h-hola profe! — exclamé con miedo.

— ¡Si, buen día! — dijo ella, casi cayéndose de la sorpresa.

— ¿Cuántas veces tengo que decir que no corran por las escaleras? Algún día se van a matar por andar de niñitas pequeñas. ¡Es la última vez que lo dejo pasar!

— Está bien, disculpe profesor. — dije intentando sonar convincente, claro.

— Lo siento. — dijo ella.

— Bien, ahora entren.

— ¡Sí! — dijimos al unísono, y obedecimos.

Sinceramente, estando adentro, es aún peor que estando afuera. Podría jurar que los gritos de los niños de preescolar son diez veces más agudos que la bocina de los coches. Me pregunto cómo tendrán tanta energía a estas horas de la mañana, y me pregunto si yo también la tuve cuando tenía su edad. Pero eso no importa mucho ahora. Lo importante es llegar al aula, y rezar por que la profesora de catequesis no haya empezado la clase todavía, y nos deje esperando afuera 10 minutos como castigo por ser impuntuales a la promulgación de su gran sermón. A paso acelerado, subimos las escaleras del primer piso y nos encontramos con una chica de un año mayor que nosotras, esperando afuera de su aula. Al parecer, su profesora es igual de malhumorada que la nuestra. Tengo que admitir que era muy hermosa, y para mi suerte, no me sacaba un ojo de encima. Y se siente bien.

— Mierda, si ella llegó tarde a su clase, ¿qué nos asegura que nosotras no?

— Tranquila Ro, sólo apúrate y sigue caminando.

— Ya llegamos...

Afortunadamente, la profesora Liliana todavía no había llegado. Así que simplemente entramos y dejamos nuestra mochila detrás de nuestras sillas. ¡Menuda victoria!

— Inny voy al baño, espérame un momento. — así suele llamarme ella de cariño.

— Bueno Ro, pero no tardes mucho.

— Si lo sé. — exclamó y se fue.

En este punto, lo único que quería era relajarme y distenderme en la silla, si es que así podía calmar mi agitada respiración por haber corrido. Sin pensarlo dos veces, me recosté cómodamente en el asiento, que de cómodo no tenía mucho, pero me bastó. En ese instante, visualicé en el compartimiento inferior de mi pupitre, una carta que lucía un hermoso sello de lacre, como en las películas de la realeza. No dudé en agarrarlo, y al notar la venida de Rocío, una amante del chisme, lo guardé rápidamente en mi mochila.

— ¿Que hacías? — me cuestionó.

— No nada, solo había sacado el libro de catequesis, pero al ver que la profe no viene lo volví a guardar en la mochila.

— Ah bueno, pensé que quizás sería una carta de amor. — me guiñó el ojo de manera pícara.

— Nah, nunca me enviarían una.

— Nunca digas nunca. — sonrió.

— Como digas.

— No hay duda de que eres una "antiromántica". — dijo rodando los ojos.

— Siempre diciendo tonterías...

— Es la verdad. — terminó.

Pero yo no creo que sea así. Simplemente nunca me interesó alguien románticamente, y creo que es comprensible. En este mundo lleno de personas de mierda, ¿quién podría valer la pena? Es decir, obvio que sueño con un romance adolescente, pero pierdo las esperanzas muy rápido. Aunque sé muy bien que si alguien llegara a entrar en mi corazón, jamás saldría de allí. Me conozco, y sé que las ilusiones son la parte más vulnerable de mi ser. Rezo cada noche para que nunca nadie se aproveche de esa debilidad mía.

[...]

Al fin llegué a mi casa. Tranquilidad absoluta, cama ordenada y almuerzo preparado. ¿Qué más podría pedir?

— ¿Ingrid, ya llegaste? — se escuchó una voz ahogada a lo lejos.

— ¡Sí mamá, ya regresé!

— ¡Ok, te dejé la comida en la mesa!

— ¡Sí mamá, ya lo ví, gracias!

Cuando mi mamá se baña, hay que estar a los gritos. No es un secreto que la ducha de mi casa es más ruidosa que la tormenta de Santa Rosa. Cualquier vecino mío puede testificar sobre eso. Y peor aún, es que ella tiene problemas de oído. El verdadero colmo.

[...]

Ya terminé de comer, y mi mamá terminó de bañarse. Llegó ahora la actividad más estresante en la vida de Ingrid: hacer la tarea. No hay nada más horrible que eso. Sin embargo, prefiero ir directo al grano y no distraerme con la tentación que me provoca el celular (en la cual suelo caer), y poner la carpeta sobre la mesa. Por lo tanto, me levanté de la silla y fui a buscar la mochila. No obstante, al abrirla, se me congeló el corazón. Aún no había leído la misteriosa carta que se me fue entregada esta mañana. La verdad, dudaba mucho de que realmente fuera para mí. Pero supuse que no tenía otra opción, así que llevé el sobre a mi cuarto y procedí a desenvolver el escrito. Mi corazón volvió a congelarse solamente con leer el inicio: “ 𝑴𝒊 𝒂𝒎𝒂𝒅𝒂 𝑰𝒏𝒈𝒓𝒊𝒅: ”

Amor a primera... ¿Carta? 💌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora