[ 💌 ] CAPÍTULO 6: La Chica del Pañuelo

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Sin darme cuenta, ya habíamos llegado al paraje de los camellos, o como lo dice la profesora, al de los dromedarios. Aunque las únicas que me llamaron la atención fueron las vicuñas, que estaban prácticamente a un metro de la reja.

— No se acerquen, chicos. — indicó uno de los profesores.

— No te acerques, Ingrid. — me dijo la santa, mirándome de modo autoritario.

Ya con lo de las serpientes, era obvio que no lo haría. Aún así, rodé los ojos en señal de desaprobación. Era obvio que no debía hacerlo, y tampoco era una niña pequeña. Mi cara de amargura era demasiado visible. Tanto, que, al parecer, una vicuña lo notó. En el preciso momento en el que coloqué esa expresión, el animal se precipitó hacia mí y me escupió un asqueroso (demasiado asqueroso) hilo de saliva. Todos los presentes me miraron con asco, pero a mí me dió igual.

— ¡Toda la excursión haciendo lío Ingrid! ¡No sabes hacer otra cosa! ¡Era obvio que te escupiría si le pones mala cara! — gritó la profesora Liliana, armando un escándalo.

— Encima ni si quiera le importa, sólo mírala. Tiene la cara como si no le hubiera pasado nada. Qué insensible. — agregó el otro profesor.

Insensible.

Esa palabra de nuevo.

— ¡Que nadie se acerque a esta chica! ¡Es lo que merece por su mal comportamiento! — habló a todos otra profesora.

— Así aprenderá. — afirmó Liliana.

¿Que significaba todo esto? Me estaban dejando en ridículo, y por más insensible que sea, es inevitable que no termine por afectarme. Estaba demasiado desconcertada, nunca esperé esta reacción de parte de los que se supone que son los adultos responsables... Pero creo que no tenía la culpa de cometer errores, ¿soy una humana, verdad? Considero que esto... ya es pasarse.

Pero la cosa empezó a doler un poco cuando todos obedecieron sus órdenes.

Nadie me hablaba, nadie me miraba.

Caminaba sola, con la saliva de esa maldita vicuña en el medio de la frente... ¡Y a nadie le importaba!

O quizás...

— Oye, chica. — la joven que caminaba junto a los profesores, se acercó repentinamente a mí, y aunque fue bastante discreta, atrajo decenas de miradas hacia nosotras.

— ¿Sí?... — contesté, y, para mi sorpresa, mi voz se oyó un tanto apenada. La verdad es que no tenía muchas ganas de hablar.

— Ten, límpiate con esto. — en un rápido movimiento, la chica se desató el pañuelo que llevaba como listón en su coleta de pelo, y me lo ofreció con una sonrisa tan sincera que, de alguna manera, logró calmar mi interior.

— Yo... Yo no... — murmuraba, sin creerme aún lo buena que estaba siendo conmigo.

— Sólo tómalo. Siempre llevo algún listón en la muñeca por si acaso. — visualicé su brazo, y sí, llevaba un listón casi del mismo color que el del pañuelo.

— Pero es tu pañuelo. No tienes porqué hacer esto.

Al ver lo terca que estaba siendo, la chica hizo algo que sinceramente no me esperaba para nada. Con uno de sus brazos, me tomó del hombro para que no intentara moverme, y con el otro, frotó su pañuelo contra mi frente, arrastrando toda la suciedad que llevaba puesta desde hace tiempo. La miré, completamente impactada, y no dudé ni un segundo en demostrarle mi agradecimiento.

— Gracias, de verdad muchas gracias, pero no hacía falta...

— Claro que lo hacía, no seas tan modesta.

— Gracias por haber sido tan amable. — respondí.

— No es nada. — y me dedicó otra de sus sonrisas.

Lamentablemente, después de haberme contestado, la chica se alejó y volvió a donde estaban los profesores. Pude percatarme de que ellos no paraban de murmurarle cosas, pero ella se limitaba a darles respuestas cortas. Esto me hizo pensar que, probablemente, lo que haya estado respondiendo constantemente fuera sido "perdón". Luego de llegar a esa conclusión, mis expectativas sobre ella disminuyeron al instante. Solo una persona con una fuerte fobia al rechazo sería capaz de disculparse por algo que sabe que lo hizo de todo corazón, y porque realmente así lo quiso. En ese sentido, su "perdón" se traduce en "me disculpo por no hacer lo que tú querías que haga, por más que tenía todas las razones para hacerlo". La falta de criterio, en estos casos, se hace algo evidente.

[...]

Luego de una media hora, estábamos regresando al colegio. Fue un día bastante largo, y malo. Por lo menos para mí. Cuando todos nos sentamos en el bus, Rocío me pidió disculpas por no haberme hablado en lo que había quedado de excursión, pero que yo sabía muy bien del miedo que ella le tenía a esa profesora. Aún así, dijo que me hizo señas varias veces pero que yo parecía tener la cabeza en la luna. No dudo que sea cierto. Tratando de entenderla, terminé por perdonarla; al fin y al cabo, no era su culpa.

Por más que pensar en todo lo sucedido sería lo más obvio, yo tenía otra cosa en mente. Y era, obviamente, el hecho de que aún no entregué la carta. Era hoy el día en que me había dicho ella que tenía que hacerlo, así que preparé mi bolso y emprendí viaje. Al llegar, solamente dejé la carta y me volví a casa. Pero fue recién en el camino que me di cuenta de mi gran error: no había indicado ningún tiempo de respuesta. Es decir, no le dije cuando debería responderme, como ella siempre hace. La hora nunca ha cambiado a lo largo de nuestras cartas (que no han sido muchas), por lo que siempre tomamos como punto las 17:00 hs. Sin embargo, doy por hecho que lo entenderá y seguirá utilizando ese esquema de horarios.

Amor a primera... ¿Carta? 💌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora