Mamá estaba feliz. Nunca antes había visto una sonrisa tan grande dibujada en sus labios. Su hija "se hacía una mujer", estaba orgullosa de haberla criado y contenta por tener que soltarla ahora.Papá no tanto. Él no estaba de acuerdo con esto, por eso se mantenía alejado, distante de las personas y sobre todo distante de su única hija. Se había mantenido serio desde que comenzó el día (y eso que fue temprano).
A las siete de la mañana ya estaba lleno el palacio, todas esas personas a mi disposición... A la disposición de mi boda.
5 de octubre, un día como cualquier otro para mi, el día más esperado por los habitantes de Noruega, por los periodistas de todo el mundo y, sobre todo, para mi familia.
La heredera al trono se casaba de blanco un día nevado. Si, como en la película de "frozen". Bueno, a diferencia de que ella no se tenía que casar con nadie para poder reinar. Ella podía sola. Quizá por eso Elsa siempre fue una reina y nunca una princesa, Disney supo marcar la diferencia.
Elsa es un buen ejemplo a seguir.
Yo, también llamada Elsa, no lo era.
Por desgracia esto no es frozen, es la vida real. A mi no me dejan reinar sola, mucho menos después de todo lo sucedido en los últimos meses con la monarquía en Europa. No había muchos valientes que se atrevieran a dar el paso. La monarquía perdía fuerzas, cada día más, y llegaría un día donde simplemente dejaría de existir. Tal vez era lo mejor para todos, ¿quién sabe?
En los últimos meses solo habían ocurrido tragedias, era obvio que nadie quería ser el siguiente, por eso las familias más poderosas unían fuerzas. No siempre salía bien, pero era mejor intentarlo a perderlo todo sin siquiera haber hecho nada para impedirlo.
—Elsa, estás preciosa —dijo mamá apenas en un hilo de voz—. Nuestra princesa se hace mayor, no me puedo creer que ya te vayas a casar. Recuerdo como si fuera ayer el día que empezaste la primaria... Ibas tan tierna, con un gorro de lana calentándote las orejas y el pelo revuelto porque no parabas quieta ni un segundo. Y mírate ahora.
—Ley de vida, mamá —sonreí de lado, agradeciendo porque recordara eso y no la vez que me partí los dientes patinando sobre hielo o algo así. Viniendo de ella siempre había que estar alerta porque no sabías por dónde iba a salir con sus ocurrencias.
—¡Lo peor es que me haces sentir vieja a mi! —exclamó, abanicándose el rostro para no llorar—. Demasiadas emociones juntas, no puedo soltar ni una lágrima hasta que digáis el si quiero, de lo contrario saldré mal en las fotos y mi imagen pública se vería afectada.
—Deja de ser una exagerada —evité poner los ojos en blanco para no molestarla, suficiente teníamos las dos.
Ella sonrió mientras tomaba mis manos y dejaba un beso en cada una de ellas.
Era ahora o nunca.
—Nos vemos en el altar —susurró, extendiéndome el ramo—. No te pongas nerviosa y no tengas miedo a sonreír, es el día de tu boda.
Quizá ese era el problema.
Papá entró entonces, enfundado en aquel traje que le hacía verse más elegante de lo habitual, con un pañuelo del mismo color de mi ramo. Estaba listo para llevarme al altar.
¿Pero lo estaba yo?
—Maldición, Elsa —murmuró, con los ojos aguados—. Estás... Estás...
—Lo sé —susurré, brindándole una sonrisa que lo tranquilizó y le hizo acercarse a mi—. No tienes que decir nada, papá.
—Solo quiero que estés segura, si no quieres casarte todavía es comprensible, nadie juzgará eso.
—Él no se lo merece, es un buen chico y me quiere —lo miré a los ojos, él asintió ante mi seguridad.
No había mentido en absolutamente nada.
El hombre con el que me iba a casar era bueno, no era de los típicos arrogantes solo por tener dinero ni nada por el estilo. Era sencillo, humilde y nunca me había levantado el tono, a diferencia mía. Me quería, y no iba a negar que yo a él también, pero la idea del matrimonio se me hacía muy pesada.
No estaba lista, pero tenía que estarlo.
Los paisajes en esa época del año eran de cuento, por eso había decidido casarme en ese mes, quería hacerlo en la nieve y no a la luz del sol. Las bodas en la playa estaban sobrevaloradas, la gente tenía que descubrir la maravillosa nieve.
Intenté mantener la mente en blanco, el vestido también porque con mi suerte terminaba manchándolo antes de llegar al altar, solo sonreía porque tenía a tres fotógrafos alrededor y me fijaba un poco en todo: en la nieve agolpada en los pinos, en todos los invitados (la mayoría desconocidos para mi) y en cómo iban vestidos, en el brazo de mi padre que sostenía el mío con fuerza con cada paso que daba... Y en él esperándome en el altar, con una sonrisa igual de blanca que todo lo que protagonizaba la escena.
Papá le susurró unas palabras de advertencia cuando me soltó. Palabras a las que no les di importancia.
Mi futuro esposo también dijo algo que no escuché, solo me limité a sonreírle.
La ceremonia empezó, mis manos dejaron de sudar y si hubo nervios no los noté en ningún momento. Debería de sentirlos, era un paso muy importante en mi vida, pero simplemente sentía... Nada.
Tragué saliva, preocupándome a mí misma y respondí a cada una de las preguntas, siguiendo con aquello fuera como fuera. Dije que si casi de manera automática, escuché de fondo como algunos lo celebraban, él lo dijo después con sus ojos puestos en mí.
—Si hay alguien presente que se oponga a este matrimonio que hable ahora, o calle para siempre.
Entonces sucedió.
—Yo, padre, yo me opongo —la inconfundible voz del futuro rey de Suecia sorprendió a todos, a mí incluida. Cuando volteé el rostro a mirarlo estaba de pie, con una copa en la mano y una sonrisa ladeada en los labios, me miraba en busca de una reacción pero yo no sabía como reaccionar a algo así.
No me habían preparado para eso, se suponía que sería algo fácil y que nadie se opondría. ¿Que se le pasaba por la cabeza?
¿Quería arruinarme el futuro?
Pues bien, acababa de conseguirlo.
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No es frozen
RomanceEn el mundo hay lugares fríos como Noruega y Suecia. Personas frías como Elsa y Richard. Pero hasta el hielo se derrite cuando le llega el calor, ¿no?