"...por lo cual en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego..."
Apocalipsis 18:8
Para ir por Hambre, eligieron a Lucifer, Leviatán y Belcebú. Él se les adelantó porque las siete trompetas volvieron a sonar cuando estaban por salir y Leviatán regresó de inmediato a Envidia para comprobar el estado de su humano. Lucifer le siguió para recordarle que no debía demorarse y decirle a Reese que hiciesen una pausa en su tarea con los sellos para dejar que el dolor de cabeza de Van Hai cediese.
Entonces cuando dio un par de pasos en un pueblo, era sólo él en medio de un campo infértil de tierra agrietada. Las pocas plantas que intentaron resistir estaban marrones y caídas. No habría cosecha de este modo.
Belcebú empezó a caminar evitando las líneas que pretendían ser los surcos del arado en la tierra, pero que por la calidad de la misma, no lucían como tal. Si podían alejar a Hambre de aquí pronto, esperaba que todavía tuviesen una oportunidad de usar esas tierras.
El pueblo era pequeño y ni siquiera su construcción más grande tenía más de dos pisos. Había niños corriendo por las calles sin asfaltar, personas mayores sentadas en sillas de mimbre junto a las puertas de sus casas y vendedores intentando hacerse un espacio bajo la sombra de un árbol en el centro del pueblo.
Belcebú observaba con atención, buscando la energía de un jinete o a un niño inusual. Como no detectaba nada, decidió ir por algo de comer. Tenía hambre.
Se acercó a la zona del gran árbol, pidió unas empanadas y estaba por darle un mordisco a una cuando alguien saltó hacia él, mordió su comida y salió corriendo con ella en la boca. Fue demasiado rápido para ser un humano. Belcebú echó a correr detrás de él, sin prestar atención al vendedor que le decía que debía pagar por lo que pidió.
El que le robó tenía la apariencia de un niño harapiento y juguetón. Estaba masticando su comida mientras huía, y al girar en una esquina, Belcebú fue más rápido y se lanzó sobre su espalda para derribarlo, pero ya se la había terminado.
—¡Eso no se hace! —le reclamó al jinete del apocalipsis.
Hambre formó un puchero y empezó a lloriquear.
—¡Tenía hambre!
—¡Pues yo también!
Belcebú se levantó y le tendió su mano para ayudarlo. La figura del niño le cedió el paso a una silueta adulta que se abalanzó sobre él y pronto volvieron a estar rodando por el suelo. Había una espada cerca de su cuello y Belcebú se iba a enojar si volvían a rasgarle la garganta. Lo empujó y le dijo que ya no quería comer nada.
Esta frase debía ser una de las cosas que activaba su cambio, porque un instante más tarde, tenía a un niño de nuevo sobre él. Hambre entró en pánico por la transformación y su brillante solución fue morderle el brazo a Belcebú, que se sacudió y gritó.
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Gula (Pecados #7)
ParanormalEs el fin del mundo. O donde una familia de dioses tiene una disputa que causa el apocalipsis en la Tierra.