Capítulo V

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En su mente, las cosas estaban cobrando cada vez más sentido. A como podía, Rin iba uniendo las pocas pistas que tenía sobre el lugar en donde estaba y cuál era su fin ahí. Y la verdad, la idea no le parecía muy alentadora.

Había escuchado años atrás sobre el distrito rojo, un lugar donde toda clase de personas llegaba buscando solo una cosa: placer. Aquel que obtenían de distintas maneras y a cualquier precio, si podían pagarlo claro.

En su niñez, había presenciado como el número de jóvenes en su pueblo disminuyó con rapidez en un corto tiempo. Llegó a pensar que aquellas muchachas habían tenido la suerte de salir de aquel hoyo mediante buenos matrimonios o trabajos en la capital. Pero la realidad era muy diferente.

—Las venden —le dijo su hermano una vez, mientras recogían leña.

—¿A quién? —preguntó ella con inocencia.

—A quien pague mejor por ellas.

Quiso preguntar el por qué, pero le dio miedo saber la respuesta.

Ahora no era tan diferente a aquellas chicas. No la habían vendido, pero fue a terminar al mismo lugar. Al recorrer la calle principal por la que había llegado, sintió que no sería fácil salir.

Miró hacía la pequeña ventana que daba al patio, contemplando la nieve caer. Alrededor de ella, sentadas al ras del suelo, se encontraban otras tres chicas. Comían tímidamente un tazón de arroz al vapor, al centro de la mesa frente a ellas compartían un plato con algunas verduras.

Rin se encontraba hacinada en una esquina, hurgando su propio plato sin comer. Ninguna de sus acompañantes había mencionado palabra en todo el tiempo allí. Ella quiso decir algo, pero podía ver lo asustadas que estaban, creyó que no tendrían muchas ganas de hablar.

Pero en esos momentos Rin sentía una imperiosa necesidad de charlar con alguien, dejar salir todo lo que tenía dando vueltas por su mente y oprimiendo su pecho. Al llegar le había hecho muy bien platicar con ese chico que los recibió. Se preguntaba dónde estaría.

De pronto, se escuchó entre el silencio un tenue sollozo. Rin volvió la vista de nuevo hacía dentro, una de las muchachas lloraba bajito. Le dolió ver que no hubo reacción por parte de las demás. Lentamente se acercó a ella, hasta quedar justo en frente.

—¿Estás bien?—le preguntó tranquilamente.

Era claro que no estaba bien, pero no sabía de qué otra forma abordarla. La chica secó sus lágrimas con el borde de su manga. Miró a Rin con ojos cristalinos, se parecían a los suyos.

—¿Sabes... qué es este lugar? —respondió ella.

—Sí...

—¿Y no tienes miedo? —preguntó la chica algo sorprendida.

¿Lo tenía? ¿Estaba asustada? Rin no lo sabía con exactitud. Estaba confundida, pero no asustada, al menos aún no había tenido motivos para estarlo, a pesar de saber dónde se había metido.

—Un poco —mintió.

—Yo me muero de miedo... —volvió a hablar la chica, abrazando sus piernas al pecho—. Sé lo que nos harán... lo que nos harán hacer...

—No creo que sea tan malo —dijo Rin equivocadamente.

—¿De qué hablas? —se escuchó al otro extremo de la habitación. La chica vestida en el mismo kimono que Rin la miró atónita—. ¿No crees que sea tan malo? ¿Que nos obliguen a acostarnos con extraños no es malo?

Rin ya no sabía que decir, se arrepintió de inmediato de haber abierto la boca.

—Solo creo que podría ser peor —se excusó ella. Y en efecto, podría serlo... podría seguir en su pueblo viviendo en la calle, por ejemplo.

Pero Rin no conocía la vida de estas mujeres, no sabía qué les había sido arrebatado. Ella no tenía nada, por lo que estar aquí no era el peor de los destinos. Pero para ellas, fácilmente podría ser el fin del mundo.

El silencio llenó la habitación nuevamente, ahora más pesado e incómodo. Rin volvió a su lugar, y contempló de nuevo la nieve en el patio. Recordó entonces el día anterior, cuando conoció a Sesshomaru. No sabía aún si estar agradecida o maldecir de nuevo al destino. Le había salvado de cierta forma, pero haberla traído a este lugar...

Al otro lado de la puerta de madera se escucharon unos golpes. Abrió entonces el muchacho que la recibió en la mañana. Rin sonrió instintivamente al verlo.

—Vaya, veo que no tenían mucha hambre —dijo él recogiendo los platos aún llenos—. Puedo traerles algo más si quieren.

Ninguna respondió. El muchacho miró entonces a Rin, y sonriendo dijo: —Bien, eh... la habitación está lista, pueden subir.

Salieron de la pequeña estancia donde se encontraban, a lado de la cocina, y tomando unas escaleras laterales al edificio llegaron al segundo piso, que se dividía en varias habitaciones.

El chico, quién entre el silencio de la caravana se presentó como Hataku, las guió por el pasillo hasta el final de este. Mientras caminaban podían escuchar el murmullo de quienes aún dormían trás las primeras puertas. Les entregó un juego de sábanas a cada una cuando entraron en la habitación.

Después se retiró cerrando la puerta tras de sí, sin echar el seguro. El lugar era agradable, bastante espacioso, suficiente para las cuatro. Una de las muchachas, de kimono naranja, se apresuró a tender el futón que estaba acomodado en una esquina, Rin la imitó armando su cama a un lado.

—Si nos vamos a quedar aquí al menos deberíamos estar cómodas —dijo la chica acomodándose.

—Lo harás tú, yo no pienso quedarme —replicó otra de ellas.

—No voy a discutir, bastante he pasado ya. Sólo déjame dormir.

Sopló las velas que iluminaban tenuemente la habitación, quedando a oscuras, siendo visibles sólo las siluetas contorneadas por la luz que venía de afuera. A regañadientes las demás tomaron su lugar en el piso.

Rin se acomodó como pudo, el futón no era del todo suave pero era mejor que estar directamente en el suelo. Dormitó unos minutos antes de volver a despertarse de golpe, en su mente una maraña de imágenes no la dejaban tranquila, conciliar el sueño resultó más difícil de lo que pensó.

Aunado a eso, afuera se empezaba a escuchar bastante ajetreo, muchas voces diferentes, risas, música, cosas que se caían y algo más... sonidos un poco más comprometedores. Rin no tenía que adivinar de qué se trataba.

Se incorporó haciendo el menor ruido posible y llegó de puntillas hasta la puerta.

—Hey... ¿A dónde vas?

Escuchó Rin detrás de sí, era la chica que del kimono naranja, quien se levantó tras de ella, torpemente por el sueño.

—Sólo quiero salir un momento —le dijo Rin casualmente.

—Como si pudiéramos salir —respondió la chica—. No somos invitadas ¿sabes?

En el patio de pronto se escuchó lo que parecía una discusión y luego, un golpe, como una bofetada seca y fuerte. Rin y la otra chica se apresuraron a la ventana, que daba justamente al patio. Entre abriendo la madera, echaron un vistazo. Una chica con un hermoso kimono de tonos naranjas y morados sollozaba, sobándose la mejilla izquierda, un hombre cerca de ella se quejaba agitando los brazos en el aire. Rin sintió terror en ese momento, pensó que ella podría convertirse algún día en quien recibiera esa bofetada, ella o alguna otra de las que estaban en la habitación.

La chica a su lado se separó lentamente y se dirigió a Rin con semblante serio.

—Es mejor que no lo intentes, por tu bien y el de nosotras.

Después fue de nuevo a su futón y sin más, se echó las sábanas encima. Rin siguió parada junto a la ventana un rato más. Minutos después de la conmoción, el sonsonete de júbilo se hizo presente de nuevo.

Al final decidió irse a dormir, entre sueños y pesadillas del pasado... y futuro.

—x—


[SesshRin] Like the Sun, you melt my heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora