Capítulo IV

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De preguntársele dónde se veía Rin en el futuro, después de lo ocurrido en su vida, jamás habría respondido que viva. Se había hecho a la idea de que ya no le quedaba mucho tiempo en el mundo; o moría de hambre o alguna otra cosa la mataba.

Sobre todo aquel día que amaneció aún más frío que el anterior. En ese momento Rin ya solo esperaba que todo acabase, para poder finalmente ponerle fin a aquellos pensamientos que la acechaban y no la dejaban tranquila.

Pero ahora por unos segundos, se permitió reír para sí misma por la ironía con la que a veces trabaja la vida. Aquellos que solo desean desaparecer resultan ser lo más difíciles de complacer. Un día tras otro, preguntándose cuándo será, hasta que no tienen más remedio que tomar las riendas del asunto.

Rin había tenido varias oportunidades y aún así, aquí estaba, bebiendo té plácidamente después de un cansado viaje junto a un completo extraño.

—¿No eres de por aquí verdad? ¿Cómo te llamas? —el chico de antes le habló en un tono dulce, sonaba sinceramente interesado. Vestía humildemente, sin colores llamativos pero a simple vista se podía notar su pulcritud.

—No... vengo de Sagami —hizo una pausa y bebió del té—. Mi nombre es Rin.

—Vaya, eso es algo lejos. ¿Llegaron hasta acá en carreta? Creí que el amo había ido en su propio caballo.

En todo el tiempo que estuvo con él, Rin no vio jamás un caballo. Le hubiera gustado viajar en uno. Después de unos minutos entró a la pequeña habitación una mujer de mediana edad, delgada y con claros signos de cansancio en el rostro.

—¿Eres la mujer que llegó con el amo Sesshomaru?

Habló con una severidad tal que Rin se congeló por un momento. Con solo su voz, aquella mujer imponía una presencia intimidante.

—Sí —contestó después de unos segundos.

—Ven conmigo.

No supo en qué momento se había convertido en una obediente marioneta, pero Rin sentía que si en verdad quería seguir viviendo, tenía que hacer lo que se le decía. La siguió de vuelta al patio, girando inmediatamente a la derecha, en el mismo edificio se encontraba otro espacio destinado al cuarto de baño, pero en una parte más trasera. Dentro le esperaba una tina llena de agua humeante.

—Quítate eso que traes puesto y entra ahí —le ordenó la mujer.

¿Tomaría un baño? ¿Hace cuánto no tomaba uno? Le daba vergüenza incluso pensarlo.

Dejó caer los andrajos que traía, y lentamente entró en la tina de madera. Sintió el agua quemar su piel aún fría, pero pronto se acostumbró a la sensación. La mujer se acercó y vertió sobre ella más agua incluso aún más caliente. El cuarto se llenó de vapor, parecía casi un sauna.

—No te demores.

Rin asintió. Comenzó a tallarse, tratando de deshacerse de la suciedad con la que había vivido ya lo suficiente. Al terminar se quedó un momento dentro, no pasaba nada por su mente realmente, solo se dedicó a disfrutar la calidez del lugar.

Se sentía sumamente cansada como para gastar energía en pensamientos que igualmente no la llevarían a ningún lado.

La mujer había dejado una muda de ropa limpia a su lado. Al tomarlo notó la calidad de la tela; no era seda o algo fino, simplemente algodón, pero en comparación con la ropa que vestía anteriormente, se sentía como un ajuar de la nobleza.

Salió lo más rápido que pudo, ajustando el obi alrededor de su cintura. Le habían brindado incluso un hanten³, aunque simple, la mantendría caliente. Ya le esperaban del otro lado de la puerta. Con un ademán la mujer le indicó que le siguiera. De nuevo, yendo tras los pasos de un desconocido a un lugar desconocido.

Rin se estaba acostumbrando a eso. Malamente.

Del patio donde se encontraban se dirigieron hacia el edificio principal, tomando unas escaleras laterales que daban al segundo piso de la casa. La madera vieja e hinchada crujía bajo sus pies, era aún temprano y le preocupaba hacer ruido, aunque a la persona frente a ella no mucho. Se distrajo un poco observando el interior, era bastante amplio a juzgar por el tamaño de las habitaciones.

Al dar vuelta hacía la izquierda se toparon con otras escaleras, estas las llevaron al último espacio de la casona, una especie de ático que servía como oficina principal. Desde antes de entrar se podía percibir un aroma fuerte, uno que Rin conocía muy bien.

—Pasa.

Se escuchó por detrás de la puerta corrediza, no hubo necesidad siquiera de anunciarse. Siguiendo aún a la mujer, Rin entró justo detrás de ella. Allí por sobre el hombro de esta, logró ver al hombre de antes. Enfundado en nuevas ropas color vino y cubierto por un elegante haori azul oscuro.

Sesshomaru apenas prestó atención a las personas en frente, estaba muy ocupado con su libro de cuentas. Fue hasta que su madre habló, que levantó la vista.

—Hmm, acércate niña.

«La Señora Irasue, es la dueña de todo esto.»

Rin recordó entonces lo que le mencionó el chico de la entrada. Supuso, aquella que tenía enfrente era esa tal Irasue. Rin obedeció y dio unos cuantos pasos hacía delante. Fue ahí donde volvió a cruzar la mirada con el hombre. Sintió un escalofrío.

—No está mal, debiste traer otras como esta Sesshomaru —habló de nuevo la mujer de cabellos plateados. Era idéntica al joven, solo que su rostro era más redondeado.

—No había dónde más buscar —respondió el aludido volviendo a sus quehaceres.

Irasue se levantó de su mullido cojín y caminó hacía Rin con su kiseru⁴ en mano, echando círculos de humo al aire. De ahí provenía ese olor tan desagradable. Rodeo a Rin viéndola de arriba a abajo, observando con detenimiento cada detalle en busca de algún imperfecto. Y de hecho tenía algunos.

Era demasiado delgada y pálida, haría falta invertir un poco en ella, pero Irasue le vió potencial. No por nada Sesshomaru la había traído.

—Está bien, llévala con las nuevas... y dale algo de comer.

—x—

³Un abrigo corto de invierno acolchado con capas gruesas de algodón para brindar mayor calidez.
Pipa japonesa antigua, utilizada para fumar una gran variedad de sustancias.

[SesshRin] Like the Sun, you melt my heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora