Nos adentramos en aquel bosque, mirandonos a los ojos mientras corriamos jugando a las escondidas entre los árboles, destellos de sonrisas fugaces nuestros ojos divisaban... nadie nos escuchaba ni miraba, por fin eramos libres. Libres de reir, nadar, bailar e incluso hacer lo que nos pareciese mas loco, dos pequeños niños jugando al desastre hermoso que puede ser el amor.
Fuimos uno, ese día nos sentimos llenos bajo el agua amarga de aquella lluvia virgen. Ahí, mientras aún existiamos en un mundo terrenal, besándonos sin que nadie nos molestará, pudimos fundir nuestras almas en la inmensidad de un naciente universo.