BingJiu: La manera en que nuestras manos se acoplan

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A veces era el roce ligero de sus manos cuando caminaban juntos, el cosquilleo de aquel tacto hacía que Shen QingQiu escondiera los dedos en las mangas, o directamente sujetara las manos detrás de su espalda, lo que le daba ese aspecto soberbio y elegante que le ayudaba a esconder el tumulto de emociones en su interior. Luo BingHe flexionaría los dígitos, lanzaba una fugaz mirada de reojo y componía su postura, aún más imperiosa y hermosa que la del propios Shen QingQiu. Silentes, continuaban su camino sin atreverse siquiera a pensar en el asunto.

Shen QingQiu era capaz de entrever la codicia en los ojos negros del otro, apaciguado a la fuerza por su propia consciencia. Eso, la manera en que jugaba al tonto estando cerca suyo, era lo que más le enervaba y, al mismo tiempo, lo que empezaba a apreciar genuinamente de Luo BingHe. 

El señor de la Cumbre QingJing, reputación casi irrevocablemente manchada a estas alturas de la vida, no obstante su instinto de supervivencia y falta de credulidad, prefería pensar que el muchacho para quien nunca fue un Shizun en verdad se esforzaba por no incomodarlo. No acercarse demasiado, limitar el contacto físico, una línea bien definida unilateralmente por el joven medio demonio, desde que expresó su intención de cortejarlo. 

Si alguien le hubiera dicho al Inmortal Xiu Ya que su intento último y desesperado por evitar que todo se fuera al demonio resultaría en esto, aún lo habría hecho, por mucho que la idea de ser perseguido por un hombre estuviera fuera de sus expectativas, mucho más cuando la relación entre ambos desde el principio nunca fue precisamente cordial. La nota cínica en el carácter de Shen QingQiu le repetía sobre lo espeluznante del asunto y lo mucho que combinaba con su personalidad. 

A veces era la forma en que Luo BingHe pasaba la palma de su cálida mano a milímetros de la suya tras entregarle los palillo, un festín puesto en su mesa, en una de esas esporádicas ocasiones en que le daba por mostrarle sus habilidades culinarias. La acción llevaba impregnada un hálito de intimidad que erizaba cada uno de su cabellos. Lo sorprendente: nunca fue debido a que lo encontrara desagradable. 

También era cómo los ojos de Luo BingHe se desviaban sólo para ver sus manos —sosteniendo un pincel, agitando su abanico, pasando la página de un libro—. Era una mirada casi anhelante. Y saberse ansiado le daba una sensación extraña. 

No era el mero deseo por su cuerpo, por los beneficios a obtener, sino por él mismo, por la completitud de su existencia, por cada recoveco podrido de lo que componía a Shen QingQiu y lo que se escondía debajo de ese nombre, el cadáver del muchacho decepcionado, roto, que había infectado cada aspecto de su vida. Debería ser invasiva, esa inspección de Luo BingHe. Debería encender su furia, su asco, pero no. Nada.

Raro.

Shen QingQiu no confiaba en las personas. Toda su confianza le fue entregada a Yue Qi y éste le pagó con un silencio abrumador que lo asfixiaba. Él se convenció que detrás de la carencia de explicaciones subyacía una verdad que le rompería si era dicha. Que Qi-Ge lo escondía porque no quería herirlo. Quería confiar y a la vez necesitaba saber qué le hacía tan inadecuado para tener una respuesta. La inepcia para desentrañar tal dilema lo frustró al punto que empezó a dudar de sí mismo. Para combatir la voz desdeñosa que le recordaba incesante acerca de su inutilidad, escaló hasta una posición donde, pensó, conseguiría cierta valía. Alto, en un punto en que era casi inalcanzable. En la Cumbre donde el barro de antaño no le podría tocar.

No obstante se dió cuenta tarde que en realidad todo ese tiempo estuvo cavando un hoy, tan profundo que lo único que lo envolvía era la calígine casi viscosa que lo hundía de a poco. Un lugar donde la mano de Yue QingYuan no le podría alcanzar y que no se atrevería a tocar por temor a arrastrarlo consigo como lo hizo con Liu QingGe. 

Creyó darse por vencido y aceptado su destino tras tirar a Luo BingHe al abismo y que éste regresara para destrozarlo. Que el demonio celestial, desde arriba, lo tenía a su merced. Pero entonces descubrió que la pequeña bestia estaba en un agujero perpetuo aún más lóbrego que el suyo. En la locura. Y que él lo puso ahí. Y que aquello no le producía ningún alivio ni alegría. 

La Cumbre QingJing siempre fue silenciosa por las noches, exceptuando los esparódicos sonidos propios de las criaturas nocturnas; no obstante, tras el declive de la reputación del señor de la Cumbre los alrededores de la cabaña de bambú se volvieron más callados. Por supuesto, porque desde que Shen QingQiu no sólo no cortó lazos con el lunático que casi pone el mundo patas arriba, sino que lo convirtió en una especie de mascota que le seguía obediente; y puesto que el líder de Secta estaba de su lado, además de que el Palacio HuanHua había acallado de repente sus protestas contra el Inmortal Xiu Ya, nadie se atrevía a ponerse en su camino. Los rumores, sin embargo, nunca cesaron.

Era una noche cálida y el viento que soplaba dispersaba el aroma del bambú en su dirección. Shen QingQiu contempló el entorno por mera rutina, la pose gallarda desmoronada ahora que no habría que preocuparse por la etiqueta, no con el Luo BingHe al que quería decepcionar antes de que albergará alguna expectativa.

Y de nuevo el examen acezante en sus manos, en los largos y esbeltos dedos que atraparon una solitaria hoja de bambú. Con la boca apretada en una fina línea, Shen QingQiu no detuvo la moda subsecuente:

—¿Te gustan mis manos?

Habla contundente, nada del refinamiento del cultivador erudito.

Luo BingHe tuvo la decencia de lucir apenado, mordiéndose el labio en una expresión que le favorecía mucho y que jamás engañaría a Shen QingQiu. Luego... se sonrojó.

—Este discípulo piensa que son muy bonitas. 

«Y este maestro piensa que tienes mala memoria», refunfuñó para sí. Esas manos estaban inevitablemente manchadas y ni la fachada de Shen QingQiu podría ocultarlas jamás. ¿Qué hay de bueno en esto? Incluso si son estéticamente agradables, a Qiu JianLuo no le impidió pisotear las, ni al mismo Shen Jiu sumergirlas en sangre e inmundicia. Y al tratar de tenerlas para sacar a Liu QingGe de su dilema, la mácula maldita que permanecía en ellas lo condenó.

Con esas manos convirtió los sueños de este chico en añicos. 

Esas manos le lanzaron a un infierno.

Ahora estaba ahí, diciéndole tal estupidez. 

Luo BingHe, empero, nunca fue ingenuo y menos ahora, tras todo lo vivido. Pareció saber lo que pensaba, la oscuridad en esos ojos era casi hipnotizante. Sonrió. Shen QingQiu lo recordó: este muchacho tampoco tenía las manos limpias. Irrevocablemente manchadas. Para salir adelante, cavando para no asfixiarse en su fosa. 

Shen QingQiu se crispó al sentir la mano sobre la suya, el roce delicado en su palma, los dedos implacables mas pacientes instándole a separar sus dígitos, apretados y rígidos ante el atrevimiento del otro. Al final, con un ligero temblor que lo atravesó por completo, le permitió entrelazar los dedos, un agarre firme y seguro.

Viendo la satisfacción asentarse en los rasgos de Luo BingHe, Shen QingQiu se sintió demasiado sofocado para protestar. Demasiado cansado para luchar por eso. Demasiado cómodo por la simpleza de ese gesto.

Si eso le hacía feliz, él se lo permitiría. Sólo por hoy. 


Flufftober 2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora