Por amor del diablo

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Sofía tiene tres hijos y no tiene marido, tampoco tiene empleo. Vive en un pueblo donde el gobierno y la mafia trabajan juntos, vendiéndole drogas para sustituir el desayuno. Pero sus hijos no se drogan, ellos si necesitan comer, pero no hay trabajo, carajo, no hay trabajo. Por ende, le ayudará temporalmente el vender su cuerpo a algún degenerado hijo de perra. Terminaron en su cara pero sólo debe limpiarse; ya hay para llegar al super marcado. Y al ir de regreso a su casa ve pasar a un vecino suyo que de seguro va a la guarida a drogarse.

A la siguiente cuadra vive Héctor, un muchacho igual o más drogadicto que Sofía, también tiene hijos aunque él si está casado. Pero... ah, no hay trabajo. Por suerte y por amor del diablo su esposa si está trabajando así que él se va relajar en la guarida, (palabra utilizada para referirse a un punto donde se reúnen a drogarse) donde llega lo peor del pueblo, jóvenes demasiado perdidos en el vicio como para preocuparse de cosas que les implique usar la mente. Siendo así, ya no cabe la moral en ellos.
Pequeña habitación que se llena con el amor del diablo, atrapados en la neblina, atrapados en cuatro paredes.

¡Por amor del diablo!

Uno de los hijos de Héctor, el que tiene 13 años, Beto, va aprovechar que su papá no está para ir a los videojuegos. No tiene dinero pero eso no importa porque él es un bravucón que golpeando a otros niños puede conseguir un poco; y así lo hace, el otro niño llora y le entrega unas monedas.
Su mamá le ha dicho que los videojuegos son del diablo pero a él no le importa, ¡al diablo esa creencia!
Lo único que importa es escapar de su casa, si se le puede llamar así a ese espacio inhóspito y cutre. Su papá se droga, su mamá trabaja y llega de mal humor, sus hermanos pelean con él.
Así que él sale y busca su propia aventura. Por amor a la libertad y por amor a la bravuconería.

El niño al que Beto golpeó, es hijo de un policía famoso del pueblo. Es famoso pero en el mal sentido ya que es un bastardo que hace de todo menos proteger a los ciudadanos, bueno, en este caso, pueblerinos. Su nombre es Daniel, pero en el cuerpo policiaco le llaman por su apellido, García. Entiende de sobra que la relación narco-policía debe estar en equilibrio por el bien de él mismo. Al ser de ese pueblo lleno de borrachos y drogadictos, él también consume un poco de polvo blanco en su trabajo, le da las energías que necesita para lidiar con la escoria, para exigir un jugoso soborno al que se pase un alto o no traiga las matrículas del carro en orden. Y ahí está la primera víctima, una camioneta bastante grande que trae los vidrios polarizados y trae placas vencidas, debe atacar así que enciende las torretas de la patrulla para que el carro se estacione en la orilla. Al bajarse y llegar con un porte de total autoridad, dicha autoridad se ve derrumbada al percatarse de que no debió parar ese auto, porque ese auto es de José, el mafioso más maldito del pueblo. Así que se disculpa y lo debe dejar ir junto con sus tres secuaces igual de malos.
Patrullar. No lo hace por amor a su trabajo, sino por amor al dinero, y sobre todo...

¡Por amor del diablo!

José, el mafioso más temible y respetado, anda en busca de unos jóvenes que quedaron debiendo dinero debido a su incontrolable vicio, por eso, pasa lentamente en la camioneta por las calles de una colonia peligrosa y llena de maleantes. Ve pasar a Sofía, una muchacha que siempre le ha gustado y baja el vidrio para preguntarle por cierto tipo que por esos lares vive. Ella le dice que no sabe de él, pero José le refresca la memoria con un billete gordo. Antes de que ella lo tome, le dice que añadirá dos billetes más si le hace sexo oral. Así que baja a todos sus secuaces para que los dejen solos en la camioneta.
Terminó en la cara de ella, pero sólo debe limpiarse pues ahora hay para toda la semana. José se va a cumplir su trabajo con un placer enfermo que recorre todo su cuerpo y lo llena de adrenalina.
Ha llegado a la guarida.

Beto, el hijo de Héctor, ya estuvo toda la tarde fuera de su casa y se le hizo noche; debe llegar cuanto antes pues recordó que sus hermanos menores no han comido. Pero algo lo desvía del camino, se va por otra calle y puede ver a mucha gente junta en un puente que hay por esa avenida.
Hay 3 cuerpos colgando de ese puente que en sus ojos se reflejan, al parecer la mafia los mató esta noche.
Sus ojos se llenan de lágrimas al ver que uno de los cuerpos sin vida es el de su padre. Rompe en un doloroso e impotente llanto que con nada calmará. Nada que no sea venganza.
Por amor a su padre y...

¡Por amor del diablo!

¿Sigues pensando que el diablo no existe?

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