01- ELARA

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SENTIMIENTO  COSMICO

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SENTIMIENTO COSMICO


La física podría explicar

de todo, menos el origen

del amor. 


         𝕯entro del universo había tantas lunas en Júpiter como posibilidades de escoger un nombre que sonara común o agradable. Había asteroides, planetas y objetos inimaginables desplazándose a grandes velocidades por un vacío enorme. Allí arriba los astros respiraban el color de la nada, mientras nosotros nos hundíamos en el azul de la Tierra; un hogar que se volvía cada vez más pequeño e insignificante a medida que descubríamos más cosas que podían o no desafiar las leyes de la física.

Lo cierto es que, para gustos, los colores y, para aficionados, las estrellas. A mí me gustaban unas cuántas desde que abrí un libro misterioso a la edad de doce y descubrí que cada punto brillante en la noche tenía un nombre igual que los humanos en la Tierra. Fue emocionante. Mamá me decía en las noches de verano más cálidas que viese al cielo y me fijara en el Cinturón de Orión. Me decía que yo podía imaginar nombres, colocárselos, llamar a cada estrella como a mi me guste. En un principio era divertido. Tiempo después, al descubrir sus nombres, me interesé en Mintaka al ser la más pequeña de la colección.

En los libros había muchas cosas que no entendía. Los físicos, científicos, o lo que fuesen —no me importaba— hablaban en términos extraños, y la física, en general, lo era. Pero sus palabras me conmovían, y no necesariamente dedicaban más de dos párrafos en dar agradecimientos o contar al público lo que los llevó a dedicarle al universo años de estudio e investigaciones. Recuerdo que uno de ellos, Kepler, uno de los tantos apellidos en la bibliografía, mencionaba mucho la Ley de Murphy mientras hablaba de sus descubrimientos. «Si algo puede pasar, pasará», era su adagio.

¿Por qué menciono todo esto? El tiempo es relativo, la existencia es relativa. A veces escuchaba hablar sobre el deseo de viajar más rápido que la luz y atravesar un sitio oscuro en una nave plateada. Yo pensé que se podía viajar más rápido al futuro si primero nos deteníamos a mirar lo que se escondía detrás de nuestras espaldas. Era fácil, simplemente, recordando algo, y cuando yo recordaba lo primero que se me venía a la cabeza era que, por casualidad, había terminado llamándome Elara, aunque mi verdadero nombre siempre fue Umiko.

Aki Hayakawa, Licenciado en Astronomía, era un amante excepcional del planeta Júpiter y, desde que nos habíamos conocido, quizá supo al instante que empezaría a llamarme como una de sus tantas lunas.

Había tardado mi tiempo en descubrir por qué, entre tantas opciones, había escogido ese apodo. Júpiter tenía lunas mucho más reconocidas que Elara, más grandes o cercanas, pero nunca dejó de impresionarme su decisión. Día tras día salía con disparates y mi corazón se quedaba intranquilo cuando nos veíamos casi siempre separados por un banco para hablar de temas que nos superaban en entendimiento. Sentí que, si el universo era como el fondo de un viejo armario, a lo mejor él como todo amante de la Astronomía también podría llegar a ser como un rincón oscuro. Su gravedad era absoluta; no paraba de dar vueltas a su alrededor como un trozo de basura espacial encadenada al horizonte de los sucesos en un masivo y devastador agujero negro.

𝐉𝐔𝐏𝐈𝐓𝐄𝐑 𝐃𝐄 𝐌𝐈𝐄𝐋 | 𝗮𝗸𝗶 𝗵𝗮𝘆𝗮𝗸𝗮𝘄𝗮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora