07 - HIMALIA

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MISERABLE

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MISERABLE


           𝓣odo se acababa tarde o temprano, hasta el año, sus clases y la manera en la que lo miraba desde lejos. Pero poco a poco se fue borrando de mí aquella niña enamorada de las estrellas, buscando en un lo infinito un punto certero. Fueron variando. Ya sus reminiscencias dejaban atrás los trozos de rocas que buscaban absorber los brillos. En ese entonces recordaba a su auto con las puertas abiertas, el capó abollado por su sombra y la mujer bella, muy bella, uniendo sus ojos con los suyos entre medio del aire frio.

Escuché un par de rumores sobre el licenciado y decidí que no iba a darles importancia. Comentarios así iban y venían de boca en boca. Ojos como los suyos solo poseían la capacidad de centrarse en los cigarrillos, los astros, el polvo que caía del pizarrón. Dejé de escuchar su voz desde que mencionó que hasta algo tan desmesurado como el universo podía tener su fin. Hablar de que las grandes cosas buenas del mundo desaparecían tarde o temprano me preocupaba, aunque para eso debían pasar millones de años.

Intenté olvidarlo todo. Guardé la tarjeta en mi bolso y ahí se quedó. Sacaba el trozo de plástico únicamente para confirmar mi acceso al instituto. De ahí en más, si no era por Chieko, lo demás desaparecía.

—Para cuando los planetas se apaguen ya todos habremos muerto —dijo el licenciado. Detrás del escritorio se sentaba con las piernas abiertas. Tuve ese cuerpo muy cerca del mío en nuestra visita al campo—. Tiempo después, puede que alguien lejos de nosotros registre nuestro brillo sin saber que, donde nos encontramos, ya no existe nada.

¿Qué sería de Júpiter sin los satélites, el Sol o el gran saco negro en el que quedó averiado? Dentro del vacío yace la luz. Sobre las pestañas, monarcas de silencio, habita un misterio asombroso. Yo iba a ver sus clases preparada para escuchar hasta las pausas. Quererlo de ese modo se asemejaba a ser algo pequeño viajando en dirección a una esfera capaz de devorarlo todo. Pero nunca se me ocurrió pegar la vuelta antes de ser abrazada por su fuerza de atracción. Ese reloj suyo amarrado a su muñeca marcaba el tiempo a un ritmo distinto del que yo percibía y, entonces, el salón se vacío.

Ya no quería preguntarle más nada. Tomé asiento frente a su escritorio, y verlo tan quieto sobre su silla me hizo creer que, muy en el fondo, él esperaba que yo me acercara. Tuve que tomar una peligrosa bocanada de aire. Sostuve el aliento y fui capaz de contar hasta tres segundos.

—¿Tiene prisa?

—Depende.

—¿Podrá hablar?

—Todavía no me duele la garganta —Afirmaciones no es específicamente algo que yo hubiese esperado de él, pero su forma de aplazar el momento de irse me agradaba. Se veía cómodo usando su camisa blanca, el cabello atado y los zapatos puntiagudos.

Hablar del licenciado Hayakawa invitaba a tomar un par de suspiros.

—Hablan mucho de mí en esos pasillos —masculló. Tenía la vista fija en su escritorio. Lo único que había encima era su maletín y teléfono.

𝐉𝐔𝐏𝐈𝐓𝐄𝐑 𝐃𝐄 𝐌𝐈𝐄𝐋 | 𝗮𝗸𝗶 𝗵𝗮𝘆𝗮𝗸𝗮𝘄𝗮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora