Parte 4

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Red se gira para ver cómo me desnudo, con los ojos fijos en las partes que más le gustan: mis pectorales, mis abdominales, mi polla. Ya está empalmado, pero a medida que su mirada desciende, su polla se estremece.

Le gusta lo que ve.

Por suerte para él, el sentimiento es mutuo.

La V de la pelvis de Red conduce a una polla de Ricitos de Oro, ni demasiado grande ni demasiado pequeña. Es justo lo que necesita. El pelo que la enmarca está perfectamente recortado, porque por supuesto lo está. No hay una puta cosa en este hombre que no sea perfecta. Con un cuerpo como el suyo, podría estar embolsando multimillonarios, saliendo con celebridades...

Pero me eligió a mí.

Red hace una demostración de que me está midiendo, luego levanta la mirada y me mira directamente a los ojos, sonriendo. Silba por lo bajo.

—Maldita sea, Y. Es más grande de lo que recordaba. —Se muerde el labio—. ¿Crees que también se sentirá más grande?

Abro la puerta de la ducha.

—Sólo hay una forma de averiguarlo.

El chorro de la ducha cae caliente sobre mis hombros cuando entro para reunirme con Red, bajando por mi cuerpo y llevándose consigo el sudor y la suciedad de todo el día. Si a Red le molesta, no lo dice: su mirada sigue el agua y se detiene en mi polla.

—¿Cómo va a caber todo eso dentro de mí? —pregunta en un ronco susurro mientras da un paso adelante. Sin decir nada más, la rodea con la mano. La agarra. Acaricia—. Me va a abrir. Tendrás que follarme a tiempo completo si quieres entrenar mi culo para soportarlo. —Otro golpe—. ¿Qué te parece si nos adelantamos?

Yo diría que es una jodida buena idea.

Empujo a Red contra la pared, con una mano detrás de su cabeza para amortiguar el impacto. Se ríe, pero no por mucho tiempo. Aprieto nuestros labios y, de repente, Red ya no se ríe.

En su lugar, gime por mí.

Nos besamos como adolescentes que no han sido heridos por el amor. Que no saben cómo proteger sus corazones. Que creen que lo que tienen durará para siempre.

Pero nos tocamos como hombres.

Nuestro beso se hace más profundo. Red desliza su lengua en mi boca y yo le recompenso agarrando su polla, acariciándola, igualando el ritmo que él marca para que nuestro placer sea el mismo. Atrapo su labio entre mis dientes y, con un escalofrío, se introduce en mi mano.

No me detengo.

Conozco sus límites.

No hemos hecho más que empezar.

Nos masturbamos mutuamente hasta que jadeamos, nuestros labios se tocan, pero nuestras mandíbulas están demasiado doloridas para seguir y besarse. Las caderas de Red se sacuden desesperadamente. Se folla en mi mano, respirando con fuerza contra mi boca, tan cerca del límite que cada sonido de placer que emite es un murmullo de desesperación.

Pero cuando ajusto mi agarre para darle un agujero más estrecho en el que follar, hace el sonido más desesperado de todos.

—Y. —Sale ahogado y sin aliento, su voz es tan fina y quebradiza por el placer que parece que va a romperse—. Y, voy a...

—Todavía no. —Busco el estante y el condón que vi en él—. Te has preparado mientras me esperabas, ¿verdad?

Red gime un sí.

—Bien. —El paquete de papel de aluminio se arruga cuando lo abro. Hago rodar el condón por mi polla—. Date la vuelta.

Red tiembla. Me suelta la polla para rodearme el cuello con los brazos y me besa con toda la intensidad que le permite su agotamiento, y me clava unas últimas veces con urgencia en mi mano apretada.

HellFire 《Yeongyu》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora