Eusebio

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El cordero comenzó a balar asustado, presentía la muerte inminente y trató de zafarse del agarre del peón.

— ¡No lo maten!

Joaquín gritaba desesperado al ver que se llevaban a su cordero para el matadero y luchó por escapar de los brazos de su padre.

—Es solo un animal. Dejá de llorar, carajo.

— ¡Es mío! El tata me lo regaló.

—Los animales son para comer.

—Eusebio es mi mascota, vos tenés otros corderos.

—Pero a mí se me antojó comer a Eusebio.

—Papá, por favor...

—Es por tu bien, para que te hagas hombre.

Los balidos cesaron y Joaquín supo que ya era tarde. El dolor le desgarró el corazón y furioso pateó a su padre en la espinilla. Como respuesta recibió un bofetón que le partió el labio inferior.

Lloró toda la tarde y aunque su mamá quiso consolarlo, no salió a jugar con sus primos, que habían llegado a la estancia para celebrar la navidad. Pero, a la hora de la cena su padre lo obligó a sentarse a la mesa.

—Ojito, con llorar en la mesa y no hables de tu cordero —le dijo mientras tiraba de su brazo obligándolo a caminar hacia el patio, en donde habían armado la mesa para el festín.

Joaquín sintió ganas de vomitar cuando le sirvieron el plato de carne. En cambio todos a su alrededor comían a gusto y no reparaban en halagos para el asador. Lleno de rabia y dolor Joaquín se levantó de la mesa.

—Ya que te levantaste, andá a la bodega y trae más vino.

Si las miradas fueran armas letales, su padre habría caído fulminado delante de los invitados. La rabia lo quemaba por dentro, sin embargo se guardó los insultos y simplemente asintió con la cabeza.

La bodega estaba oscura y le daba miedo entrar, pero tenía que volver a la mesa con el vino. Con la mano temblorosa accionó el interruptor y una luz opaca iluminó apenas el recinto. Rápidamente agarró las botellas del vino que su padre reservaba para las ocasiones especiales y cuando iba de salida, un hombre de aspecto extraño le cerró el paso. No era un peón de la estancia y tampoco un invitado.

—No tengas miedo, pibe. No te voy a lastimar.

— ¿Quién es usted?

—No tengo nombre, y solo estoy de paso. Entré buscando un lugar para descansar.

— ¿Y por qué no pidió permiso antes de entrar?

—Es complicado. Volvé a la fiesta y no digas nada. Me voy a ir cuando amanezca.

El cielo comenzaba a aclararse y el forastero sabía que debía salir antes de que algún peón lo viera. En eso estaba cuando el niño entró a hurtadillas. Le había traído comida, que incluía una porción de pan dulce y confites de chocolate. También le entregó un tarrito lleno de monedas que eran sus ahorros.

—La carne era de mi corderito se llamaba Eusebio, pero mi papá lo mató y me obligó a comerlo en la cena.

—Es una pena que algunos padres sean tan crueles.

—Ojalá que el mío se muera. Lo odio.

—Hay que tener cuidado con lo que uno desea, nunca sabemos quien nos puede escuchar. Gracias por la comida y por la plata. Sos un buen pibe, ahora andá a dormir que seguro Papá Noel te va a traer un regalo grande.

Joaquín se despidió con una sonrisa y regresó corriendo a su cama.

Unas horas más tarde lo despertó el tumulto de voces y cuando entró a la sala vio a la policía. Su mamá lloraba al igual que los familiares presentes.

Alguien había asesinado a su padre mientras dormía. La policía dijo que no habían rastros ni huellas del asesino, suponían que había entrado sigiloso por la ventana y había degollado al hombre sin hacer el más mínimo ruido. Joaquín estaba feliz y jamás mencionó al forastero, se guardó el secreto hasta el día de su propia muerte.

Writober 2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora