Dicen que estamos hechos del mismo material que las estrellas. Hechos de polvo estelar y que cuando morimos, regresamos al cosmos.
Desde que era un niño yo amaba tirarme en la hierba a contemplar la bóveda Celeste. Pasaba noches enteras contemplando las estrellas que parecían diamantes sobre terciopelo negro y pensaba que miles de años atrás, mis ancestros también las habían adorado antes de convertirse en parte de ellas.La fascinación se volvió terror la noche que fuimos a acampar con un par de amigos, a una laguna que estaba situada a unos kilómetros de nuestra ciudad. El motivo de la escapada de fin de semana, era el avistamiento del cometa Leonard y la vista desde allí era propicia para apreciar en todo su esplendor, el evento astronómico más importarte de los últimos tiempos.
Habíamos encendido una fogata y compartido unas latas de cerveza mientras hablábamos sobre asuntos cotidianos. Aquella había sido una noche serena y el firmamento se expandía majestuoso sobre nuestras cabezas.
- ¡Ahí está! -había gritado Samuel.
-Si serás tonto, eso es un satélite -lo corregía Agustín entre carcajadas.
Ignorando la discusión que después sobrevino, yo me había alejado del fuego hasta el pequeño muelle.
En las aguas tranquilas yo podía ver el nítido reflejo del cielo y por un instante sentí que estaba rodeado de estrellas. Inexplicablemente pasé de la fascinación a un estado de temor paralizante. Recuerdo que intenté hablar, pero las palabras se me habían enredado en la lengua y tampoco pude moverme. Preso del miedo más profundo que alguna vez había sentido, lo único que pude hacer fue dejar caer la lata de cerveza de mi mano.Mis pies habían estado anclados a la madera del muelle todo el tiempo pero, mi mente se había ido a dar una vuelta por el espacio oscuro y frío entre las estrellas. No había hermosura en la desoladora visión. En ese instante sentí que una profunda soledad se expandía dentro de mi pecho y vencido por la angustia rompí en un amargo llanto.
Fue en ese momento que entendí que tal vez la angustia existencial y el miedo a la muerte, arraigado en los corazones mortales, se debiera justamente a la idea de tener que regresar a ese lugar tan vacío y triste. De modo que ahí estaba yo, el chico que amaba observar el infinito, cagado de miedo ante su tenebrosa magnificencia.
- ¿Por qué estás llorando? -me había preguntado Samuel.
-No quiero verlas.
- ¿A quiénes?
-A las estrellas.
Mis amigos y mi familia jamás han podido entender que fue lo que me pasó esa noche y hace tiempo que dejaron de intentar entenderme. Me abandonaron a mi suerte. Sin embargo, no puedo culparlos por eso porque, ni siquiera yo lo comprendo. Antes ellos solían venir a visitarme a diario, ahora solo envían dulces y otros presentes en los días festivos. Dejaron de venir cuando me quité los ojos, no entendían que ellas se habían grabado a fuego en mis pupilas, y que las veía en cada cosa que mis ojos contemplaban. De todos modos eso fue algo tonto, porque ellas siguen aquí dentro de mi cabeza y sé que están allí arriba esperándome.
¡Las malditas estrellas no me han abandonado ni un solo instante!
ESTÁS LEYENDO
Writober 2022
HorrorRelatos escalofriantes pertenecientes al reto literario Writober en su edición 2022.