Vera

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Cerré la puerta de la habitación de Paloma y me alejé de puntillas. Con lo que me ha costado dormirla no quería que por nada del mundo se despertara.
Me dejé caer en el sofá rendida. Estaba muy cansada y muy harta también.
—Otro mes más que sumo a mi vida de mierda — me dije a mí misma.
Hoy uno de febrero, hace un año que nació Paloma, y cinco meses y medio que murió Paco.
Miro a mi alrededor y el desorden del salón se equipara al de mi cabeza.
Globos y confeti por todo el suelo. Restos de papel de regalo encima de la mesa, en el suelo, a mi lado en el sofá.
La tarta de Minnie ha sido un éxito pero aún queda como para otro cumpleaños.
¡Era casi tan grande como Paloma! No puedo evitar sonreír, aunque no tenga muchas ganas...
Tenía mucho miedo de que llegara este día y pasarlo sola.
Me explico. No sola físicamente. Sabía que por descontado, mis padres, los de Paco y Rita, mi mejor amiga, no me iban a dejar sola.
Es más un problema de que me siento sola por dentro. Me siento vacía.
No consigo centrar mi vida despues de la muerte de Paco.
Os voy a poner en antecedentes:
La llegada de Paloma, fue un poco caótica, pues el parto se adelantó dos meses y el nacimiento fue complicado.
Cesárea de urgencia, ingreso de la niña en neonatos directa a la incubadora... Al final todo salió bien y Paloma, gracias al cielo, es una niña sana.
Pero la situación nos vino grande.
A Paco le hacía muchísima ilusión la llegada de su primera hija.
Él ya era padre de dos niños a los que no veía. Su exmujer se los había llevado a vivir al extranjero de pequeños y Paco no los veía desde hacía más de diez años.
Así que Paloma era casi como su primera hija.
Paco y yo nos llevábamos quince años. Era mi jefe en el IKEA.
Después de la crisis mundial que hubo por la maldita pandemia, yo como cientos de miles de personas, me quedé sin trabajo.
Con una carrera y dos masters en Diseño y Decoración, tuve que volver a vivir con mis padres pues no tenía ni trabajo ni solvencia para poder vivir sola.
Empecé a trabajar en IKEA por hacer algo y por no estar todo el día en casa buscando trabajo en internet de lo mío. Diseñadora de interiores.
Preparación en la que había empleado mucho tiempo y mucho dinero.
Lo de IKEA iba a ser temporal...
El puesto era para subencargada en la sección de salones y dormitorios.
Paco era el encargado.
Yo entonces tenía treinta años, y claro, un tío de cuarenta y cinco me parecía un pureta. Y aunque era majo y nos caímos bien desde el principio, era mi jefe.
A los seis meses me hicieron fija. No era mi intención quedarme en ese trabajo, pero no había otra cosa y el sueldo me permitió independizarme.
Cada día que llegaba a casa, analizaba mi día de curro, y sin querer, me fui dando cuenta de que los ratitos del trabajo que había compartido con Paco, eran los mejores y más divertidos .
Y poco a poco fui necesitando, sin ser realmente consciente, la cercanía de Paco todos los días.
Él se desahogaba conmigo y me contaba los malos royos con su ex, y al poco tiempo la relación pasó de ser solo laboral, a una relación de amigos.

Por comodidad yo siempre iba vestida con el uniforme desde casa.
Menos los días que trabajaba en el turno de mañana. Lunes, miércoles y viernes.
Tres días que entraba a las ocho de la mañana hasta las dos del mediodía.
Ese viernes de final de verano, me había estrenado un vestido de florecitas muy bonito. Vamos que estaba muy guapa.
Había pasado ya un año desde que empecé a trabajar allí, y Paco ese día me sorprendió con un regalo.
Entré en la sala de estar para empleados, y la sorpresa fue que me encontré a Paco sentado en la mesa con dos cafés y un sobre rojo adornado con un lazo blanco.
—Buenos días Vera. ¡¡Feliz aniversario!!
—Buenos días Paco. Muchas gracias —le contesté con una gran sonrisa.
Me acerqué para darle dos besos y coger el sobre que me daba, pero él se adelantó y me dio un beso en los labios.
Mi reacción fue quedarme quieta. No sabía qué hacer.
Me había pillado desprevenida. Pero me gustó y me sentí halagada.
Fue justo en ese momento cuando me di cuenta de lo que sentía por Paco.
Ese día, fue un día precioso y nuestro aniversario durante cuatro años.
Solo cuatro, no dio tiempo a más.
El último aniversario lo celebramos como familia con Paloma.
Ella era lo más importante que teníamos los dos. Y ese fue el problema.
Que le dimos vida a nuestro amor por Paloma y dejamos morir el que nos teníamos nosotros.
Por eso cuando me llamaron por teléfono desde el hospital para comunicarme que a mi marido le había dado un infarto y se debatía entre la vida y la muerte, no lloré.
No pude hacerlo hasta tiempo después.
Y no porque no lo quisiera, sino porque mi amor por él había cambiado.

Un hueco para Vera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora