AsuYuri I

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El suspiro de Yurika inundó el cielo del alba en Inakuni, los pájaros empezaban a piar y los gallos cantaban, anunciando la salida del sol un día más. Yurika no había dormido en toda la noche. Durante su estancia en la isla su mente no paraba de maquinar recuerdos viejos, rememorando calamidades que vivió desde su infancia en Rusia. Era irónico, cuando vivía en su país de orígen podía continuar con su vida normalmente, siempre acompañada de su gélido rostro, pero era pisar Inakuni y todo en ella se desmoronaba. Veía a los niños jugar, pateando el balón sin preocupaciones, sin presión, sin tensión y sobre todo... sin miedo. Lo envidiaba, claro que lo hacía, a ella le arrebataron eso, a ojos de los demás, ella tenía que ser perfecta, no había tiempo para disfrutar jugando al fútbol, lo tenía que usar como un arma para destruir a los demás, pero de todos modos no aceptaba esa sensación de envida que brotaba desde los recovecos más reprimidos de su corazón.

Siguió con su expresión neutra, mirando al firmamento con ese iris aguamarina tan hermoso que alguna vez brilló como las joyas del mar. No emitía ninguna palabra desde aquel suspiro, una sensación borrascosa que arañaba su pecho se lo impedía, mas tampoco necesitaba expresar algo, o al menos eso creía.

Dio media vuelta en cuanto empezó a ver a las primeras ancianas que salían de sus casas de buena mañana, entrando de nuevo a la casa de los Inamori. Sus párpados pesaban más de lo normal, pues la falta recurrente de horas de sueño le perseguían incesantemente. Mientras andaba sentía sus pasos volverse más lentos progresivamente, recordaba el partido contra La flecha de Artemisa, recordaba el miedo que pasó, el temblor que la enloqueció y ese vacío profundo que se fue rellenando con cada palabra que Asuto expresó, pero sobre todo recordaba a esa mujer, ni siquiera sintiéndose capaz de verbalizar su nombre: la madre de su mejor amigo de la infancia, la líder de todo lo que ocurrió en un mundial, la mente maestra tras el sello de Orión. Sus pasos se detuvieron al llegar a la habitación que Asuto y su padre le habían concedido para que pasara una temporada en la isla, dio un rápido vistazo a la zona y centró su mirada en un punto concreto, caminando hacia allí y quedándose petrificada tras llegar a ello.

Yurika se estaba mirando en el espejo.

Sus piernas flaquearon, cayendo al suelo y quedándose de rodillas. La mirada de la chica de pelo blanco se enfocaba en la imagen que veía en el espejo: se veía a sí misma, mas no era capaz de reconocerse en el reflejo. Por un momento, aunque solo por un instante, Yurika fue capaz de verse, a la Yurika de verdad, a su niña interior que fue brutalmente asesinada por aquella mujer. Se llevó los brazos a los hombros, abrazándose a sí misma mientras sus ojos desprendían un cristalino brillo que se transformó en lágrimas que poco a poco fueron cayendo mientras se observaba en el espejo. Ahora volvía a ver a la Yurika actual, una adolescente demacrada, con un rostro inexpresivo la mayor parte del tiempo, con un iris que no brilla y sin un propósito genuino para seguir viviendo. Miles de veces había pensado en el suicidio, había sido educada como un arma, y ahora que esa mujer ya no estaba, ahora que ya no tenía que luchar... no podía evitar sentir que nada tenía sentido. Y lloró. Lloró quedamente como nunca había hecho, recordando todas y cada una de las lágrimas que no había dejado brotar en muchos años, lloró pensando en aquella risueña niña que solía ser. Llevó su cabeza hasta el espejo, apoyando su frente y dirigiendo su mirada hacia su reflejo.

—Lo siento.—habló directamente para su niña interior—. Lo siento... yo... no pude salvarte.

Las lágrimas de Yurika abundaban más que nunca, no podía tratarse a sí misma como la misma niña que fue antaño, sentía que había perdido el derecho a ser considerada la misma persona. Y entonces se acordó de Froy. Él fue su mejor amigo hasta que la madre de él les obligó a separarse, supuestamente por el bien de Yurika, ese mismo bien que la había destruido. Sí, definitivamente esa mujer mató a Yurika cuando aún era pequeña, porque esa adolescente de hebras blancas y ojos aguamarina no podía ser Yurika, sino la mejor impostora que podía llevar su nombre.

La lágrimas que inundaban su rostro no cesaron, en cambio, solo fueron en aumento, dejando escapar breves sollozos, a su oído imperceptibles, para Asuto, empero, no. El joven de hebras negras se acercó a ella y colocó una mano en su hombro.

—Yurika, ¿qué ocurre?

—Oh, te he debido de despertar, lo siento.

—¿Necesitas hablar? Sabes que me tienes aquí para lo que sea.

Yurika volteó en cuanto Asuto se levantó y le tendió la mano, vaciló unos segundos, lágrimas caían de sus ojos, nublando su visión, pero finalmente tomó la mano del otro futbolista, quien la ayudó a levantarse y la acompañó hacia la cama, sentándose juntos en el borde del mueble.

—Si necesitas hablar, aquí me tienes.

La voz calmada de Asuto logró tranquilizar un poco a Yurika, quien tomó una gran bocanada de aire y empezó a contarlo todo, su mano se entrelazó con la de Asuto y su vida voló por toda la habitación. El joven de hebras negras era el primero en saber toda la historia, fue el primero con el que Yurika se sintió agusto y preparada para hablar. Entonces Asuto lo supo todo, su infancia con Froy, su vida bajo la tutela de Irina —por fin se atrevía a decir su nombre—, el vacío que había sentido durante años, y ahora ese sentimiento de no haber podido salvar a su yo pequeña.

—¿Y qué te hace sentir verte al espejo?

Tras escuchar esa pregunta las lágrimas volvieron a brotar, tuvo que pensar mucho en su respuesta, pero al final habló.

—Siento que solo soy una impostora que suplanta a la verdadera Yurika... y que ella murió cuando era una niña.

—Yo no creo eso —afirmó—. Creo que eres fantástica, aunque te hayan arrebatado gran parte de ti, no eres una mala persona, solo estabas en el bando equivocado. Y si realmente eres una impostora, pues creo que eres la mejor—Acarició su mano con el pulgar, sonriendo un poco.

Yurika miró a los ojos de Asuto, mantuvieron ese contacto visual unos segundos, incluso cuando las lágrimas de la chica surgían. Tras un rato ella volvió a mirar abajo.

—A veces me gustaría tener los problemas de una adolescente normal.

Asuto no supo qué contestar, solamente la abrazó por el hombro, atrayéndola hacia él. Y la dejó dormir. Yurika durmió por primera vez en días tras el abrazo de Asuto, necesitaba desahogar tantos años de sufrimiento, y necesitaba que su niña interior la perdonase.

Pero Asuto estaba seguro de una cosa, por un segundo, aunque fuera por muy poco, pese a ser solo un instante, puede afirmar que vio los ojos de Yurika brillar otra vez.

Líbero: Relatos de InazumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora