EnKaze III

16 2 0
                                    

Despertó de la nada, como si su cuerpo le dijese que tenía que abrir los ojos en ese preciso instante. El reloj de su muñeca marcaba las seis y dieciocho, muy pronto para siquiera plantearse el despertar en fin de semana. No había pasado nada que lo hiciera sentirse obligado a despertarse, ni una alarma de incendios, ni un grito de su marido, ni el apocalipsis zombie empezando. Simplemente nada, y eso le frustró.

Kazemaru se sentó en la cama y estiró sus articulaciones, emitiendo un suave quejido mientras sentía sus brazos y piernas destensarse, para luego cerrar un puño, crujir sus dedos y repetir la acción con la otra mano. Lo típico que hacía cada mañana antes de levantarse y hacer el desayuno. Pero esta vez no había hambre, ni tan siquiera ganas de ir al baño, que ya era raro en él. Ladeó la cabeza hacia su izquierda, donde se encontró la figura de su marido bajo las sábanas.

Sonrió con ternura, Endo tenía la costumbre de dormir bocabajo y eso le hacía gracia al defensa.

Tras un suspiro quedo, Kazemaru pensó en qué podría hacer, si bien levantarse, comer algo rápido y aprovechar para sorprender a su marido con un desayuno delicioso era una idea tentadora, la pereza y el sueño de haber dormido pocas horas lo consumía y le pedía por favor que no se atreviese a poner un pie fuera de esa cama. Con sus ojos atolondrados, queriendo cerrarse de nuevo, miró a Endo, su Mamoru, al que por tantos años ha querido.

No estaba haciendo nada, solo dormía tranquilamente en la cama, bocabajo y sonriendo como de costumbre, pero para Kazemaru verlo así era una sensación indescriptible. ¿Cuánto tiempo esperó para poder disfrutar algo así? Siempre había demostrado lo mucho que amaba a su capitán, pero lo de decirlo expresamente era una habilidad que no desbloqueaba, y temió por años que alguien se le adelantase para así terminar con su romance imaginario.

Pero realmente no pasó nada.

Solo tuvo que esperar, mentalizarse como era debido y un día decirlo. Si lo suyo era correspondido, Endo no aceptaría ser pareja de alguien más, al menos eso creía —y estuvo en lo cierto—, por lo que se tomó el tiempo para pensar en cómo decirle al amor de su infancia lo que sentía.

Endo no era alguien común, su personalidad tan singular lo hacía especial para todo el mundo, pero para Kazemaru... Ichirota solo podía tener ojos para él. Nunca le importó hacerse daño para preservar el bienestar de Endo, nunca podía perderse esas noches viendo las estrellas juntos. Sabía perfectamente que si se declaraba tenía que ser en esa situación, porque era algo suyo, lo que hacían juntos pese a tener a alguien más. Un día, simplemente Kazemaru se cansó de ser el mejor amigo. No quería esperar más, quería tener a Endo entre sus brazos y darle ese beso que siempre quiso darle. ¿Dataría de sus siete años que había querido besar a Endo por primera vez? No estaba seguro, solo sabe que creció sabiendo que quería mucho a Endo, y cada vez que chutaba el balón en el mismo campo que él se enamoraba más y más de él.

Como atleta, destacaba para velocista, un centrocampista rápido que conectaste con la delantera, o incluso un delantero raudo que marcase goles cada vez que el esfero tocaba sus botas, podría haber sido cualquiera de esas cosas increíbles, pero se quedó al fondo, en la defensa, siempre apoyando a su mejor amigo y fuente de inspiración, le hacía feliz poder girarse en mitad del partido y ver ahí a Endo, confiando en él para defender. Si lo piensa detenidamente, jugar en la Royal Academy estuvo bien, pero no era lo mismo que cuando tenía a aquel portero detrás.

Tras mucho meditar, Kazemaru se declaró mientras veía las estrellas con Endo como solía hacer, y ahora estaba ahí, viendo por momentos el rostro de su marido y por otros el anillo de casados que había en el anular de su mano derecha. Era feliz, muy feliz. Y miente si dice que ama a Endo tanto como antes, cada día que pasa, cada día que lo ve vivir su vida de casado a su lado lo ama más. Siente pura devoción por su marido, y sabe que Endo siente exactamente lo mismo.

No necesita preguntarlo para confirmar, además, sabe que a Endo le cuesta decir «te amo» o cosas así, por lo que solamente deja que no pase nada, que las cosas fluyan, ya se encarga él de ser verbal y táctil cuando es necesario, Endo siempre le va a corresponder el amor como bien sabe hacerlo. Y así lo ama, está perdidamente enamorado de ese portero, siempre lo ha estado y desea con fervor pensar que siempre lo estará.

De tanto pensar y tras quedarse embobado viendo su anillo, no se dio cuenta de que las sábanas se movían, y solo cayó en la cuenta cuando sintió unos brazos rodearlo y una cabeza apoyada sobre su espalda.

—¿Mamoru? ¿Te has despertado ya? Si es muy pronto.

—Es que te mueves mucho—dijo con un tono algo quejumbroso, pero que a Kazemaru se le hacía lindo.

—Perdón—rió—, no me he dado cuenta. Vamos a dormir y te lo compenso.

—¿Cómo?—preguntó divertido.

—Así.—Kazemaru se giró un poco para darle un beso en los labios a Endo, que se cortó rápidamente.

Antes de que Endo pudiera sonreír, Kazemaru le dio otro beso, esta vez más largo. El defensa puso las manos en los hombros del portero y aplicó un poco de fuerza para tumbar a Endo de nuevo en la cama, empezando a repartir besos por toda su cara una y otra vez.

La risa de Endo ante esa situación alegraba el corazón de Kazemaru, quien siguió con lo que estaba haciendo, bajando al cuello o deteniéndose un rato más en los labios. Ahora eran las seis y veinticuatro de la mañana, y tal como fue cuando Kazemaru se despertó, no había pasado nada relevante en sus vidas, justo como en este relato, no ha pasado nada, pero Endo y Kazemaru se están dando amor, como siempre, disfrutando de lo mucho que adoran al otro mediante actos simples.

Líbero: Relatos de InazumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora