🍫Hace Diez Años🍫

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Augusto salió a duras penas de la gran piscina de chocolate líquido en la que había caído.

La cabeza le daba vueltas, la piel le quemaba, apenas podía respirar y el dulce en su boca había perdido el sabor.

Todo había pasado demasiado rápido. Hace tan solo unos minutos estaba tranquilo en aquel enorme paraíso de caramelo, disfrutando de las mejores delicias en el mundo: flores, pasto, paredes y rocas comestibles. Era un lugar perfecto.

Y ahora se encontraba en un depósito de metal, en una habitación repleta de tubos y engranajes, muy alejada de la fantasía que había dejado atrás.

Recordaba haberse caído dentro del río. Recordaba haber sido arrastrado por la corriente. Recordaba la sensación del chocolate asfixiándolo. Recordaba que el niño vestido con harapos —¿Charlie?— estiró su mano e intentó sacarlo. Recordaba los gritos de auxilio de su madre.

Y recordaba la fría mirada del señor Wonka. Estaba tan sereno y contento a la vez de ver a un niño ahogándose que daba pavor.

Entonces el tubo lo succionó. Las paredes de plástico comprimieron su cuerpo, los pulmones dejaron de funcionar con normalidad y el chocolate lo empezó a consumir poco a poco.

Lo último que vio, antes de perder la consciencia, fue la peculiar sonrisa del señor Wonka. El dueño de la fábrica lo saludó con su sombrero de copa, se aferró a su largo bastón, y dio media vuelta como si nada hubiera pasado.

Luego, de algún modo, el sistema de tuberías lo dejó en este almacén.

Se arrastró sobre el piso metálico, tomó aire en grandes bocanadas y se limpió el chocolate del rostro.

Era muy vergonzoso, pasaría a la historia como el primer niño en conseguir el Boleto Dorado y el primer niño en perder el concurso.

Era un perdedor, siempre lo sería.

Derrotado por su propia hambre, ¡qué manera tan patética de fracasar!

¿Por qué nunca podía hacer algo bien? ¿Por qué arruinaba todo lo que tocaba? Su madre tenía razón, él no sería nada sin la ayuda de sus padres.

Estaba a punto de echarse a llorar, cuando una voz familiar sonó al otro lado de las tuberías.

—Mi hijo es malo en natación, ni siquiera puede flotar bien —decía su madre—. Tenemos que sacarlo pronto.

—Señora, necesito que coma esto por favor —dijo otra voz, era la de un varón, aunque no era conocida.

—Pero no lo entiende, mi hijo debe estar asustado ahora, debe...

—Señora, necesito que coma esto por favor.

—¡¿Qué acaso no sabe decir otra cosa?!

Augusto se puso de pie lentamente y se dirigió con sigilo al lugar de donde provenía el sonido. Llegó hasta la entrada de la habitación.

Prefirió mantenerse escondido detrás de uno de los tanques, aún estaba demasiado avergonzado y no sé sentía capaz de ver a su madre cara a cara.

Asomó la cabeza con cuidado. Ahí estaba ella, con los ojos rojos de tanto llorar y las manos temblorosas. Había uno de esos pequeños empleados a la altura de su falda floreada, con su clásico uniforme plastificado y ese peinado que parecía un torbellino.

En frente de ambos, se encontraba una máquina dispensadora de la cual surgía un delgado brazo metálico. En sus garras sostenía algo, era un caramelo, ¿o un chicle?

—¡Tengo que ir por mi hijo!

—Señora, necesito que coma esto por favor —repitió la máquina.

🍫LA FÁBRICA DE CHOCOLATE 🍫|| RETELLINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora